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Antonio Machado y el pensamiento (II)

Pensamiento es lo que el hombre hace para orientarse, para saber a qué atenerse. Y hay innumerables formas de pensamiento: mágico, científico, técnico, filosófico, político; y otra más: literario. Llamo a la filosofía "la visión responsable": visión, pero que se justifica a sí misma y responde a las cuestiones que se plantean; es la forma más rigurosa de pensamiento. El arte, decía Ortega, es "divinamente irresponsable", pero la literatura usa necesariamente palabras, es decir, se mueve en el elemento del "logos", y le pertenece cierta racionalidad; la literatura es visión "no enteramente irresponsable", porque es interpretación expresa de la realidad, y especialmente de la humana, a la cual da transparencia.

La vida humana no es "perceptible", no se la puede tener presente más que en la "imaginación", que es el órgano de su presencia mental. Y frente a los "pies de plomo" de la ciencia, la literatura tiene una esencial "ligereza", que le permite la adivinación, la invención de lo posible. Supone un temple creador; no se olvide que la proyección humana es mínima sin literatura, condición del desarrollo vital e histórico; sin ella, es inevitable un "primitivismo" de la vida, que es la situación de muchos pueblos. Por eso ha sido siempre el órgano de la sensibilidad nacional y de la posibilidad de transparencia, inteligibilidad y comunicación de las formas vitales. El no haber considerado a la literatura como una forma de pensamiento, el haber desatendido el "pensamiento literario", ha hecho que se pasen por alto su estructura, sus variedades y sus múltiples posibilidades.

No estuvo afortunado nuestro gran Dámaso Alonso en sus "Fanales de Antonio Machado" (1958, en "Obras completas", IV) al considerar que la vena creadora del poeta se había agotado y marchitado al contacto de la filosofía, a la cual se dedicó con asiduidad, ya desde Baeza, tras la muerte de Leonor. Dámaso cita como confesión del "triste cambio" experimentado el poema que empieza:

Poeta ayer, hoy triste y pobre filósofo trasnochado, tengo en monedas de cobre el oro de ayer cambiado

Pero ese poema, con el epígrafe entre paréntesis (Coplas mundanas), es de 1907, número XCV de "Soledades, galerías y otros poemas", cinco años anterior a "Campos de Castilla" y a la muerte de Leonor, estrictamente coincidente con lo más creador y lírico de su poesía. Cuando Machado lo escribió, no había oído a Bergson ni había perdido la inspiración poética para "refugiarse" en la filosofía, y estaba muy lejos de sus cursos universitarios y del triste examen de Filosofía de 1919, que recuerda Dámaso Alonso.

Abundan en su ensayo los aciertos, como era de esperar en su autor. Y muy especialmente cuando habla de lo que llama "ámbitos iluminados" o "fanales" -palabra que le da el título-.

"Y pensamos en el arte de Machado -escribe Dámaso-. ¿Qué vemos? Lo primero que vemos es espacio: algo que se abre y se profundiza ante nosotros. Siempre en su poesía hay un espacio que se abre y se ilumina". Y pone multitud de ejemplos:

"Desgarrada la nube, el arco iris / brillando ya en el cielo, y en un fanal de lluvia / y sol el campo envuelto". "Desde el umbral de un sueño me llamaron". "Una tarde parda y fría / de invierno. Los colegiales / estudian. Monotonía / de lluvia tras los cristales".

No puedo estar más de acuerdo. Tanto, que diez años antes, en 1948, escribí un largo ensayo, "Antonio Machado y su interpretación poética de las cosas" ("Cuadernos Hispanoamericanos", 1949), donde daba una primera versión de lo que llamo "pensamiento literario", precisamente al hilo del concepto de "situación" o "escenario"; permítaseme recordar unos párrafos:

"Machado se acerca a las cosas y apenas las toca. No las viste, no las recubre de recursos retóricos; simplemente, nos las señala, con un gesto tímido y sorprendido, que subraya su emoción o su belleza. Es poca cosa, pero esencial: porque ese gesto mínimo e indeciso, apenas esbozado, hace entrar a la cosa en el área de la vida del poeta -y por contagio simpático en la nuestra- y le deja dar sus más propias reverberaciones, la carga de alusiones a posibles actos vitales. Apenas insinuados, que les confieren una densa virtualidad poética. Las cosas están "presentes" en la poesía de machado, pero no como meras cosas, sino como realidades vividas, cubiertas por una pátina humana, como la "verdinosa piedra" de sus fuentes o de sus viejos bancos de las plazas. De ahí que el poeta, gracias a su misma sobriedad, no le dé todo hecho al lector, no le dé una interpretación conclusa y sólo suya de los objetos poéticos, sino que se limita a ponerlos en el escorzo más favorable, y es el lector el que, llevado de su mano, "realiza" su propia interpretación poética de unos objetos que conservan así perenne frescura y un trasfondo de intactas posibilidades.

"Por esto, Machado tiende a dar, en apunte levísimo, una situación o escenario en que se han de vivificar todas las alusiones, que prepara ya el sentido y el tono del poema, y da así el punto de vista desde el cual ha de ser vivido. Así, el que empieza:

La plaza y los naranjos encendidos
con sus frutas redondas y risueñas,

parte de dos notas jocundas, "encendidos" y "risueñas", que vagamente anticipan para quién pueden ser así las naranjas y preludian toda la melodía interior; y, en efecto, continúa:

Tumulto de pequeños colegiales
que, al salir en desorden de la escuela,
llenan el aire de la plaza en sombra
con la algazara de sus voces nuevas

"En cambio -para escoger un ejemplo muy próximo-, cuando el punto de vista no es propiamente el interno a la escena, es decir, el de los niños, sino el del melancólico espectador maduro,

-Yo escucho los cantos
de viejas cadencias,
que los niños cantan
cuando en coro juegan-,

el escenario está condensado en la fuente, que no es en rigor un elemento de la situación infantil, sino la réplica sentimental del canto -"la historia confusa / y clara la pena"- para el hombre que lo escucha":

La fuente de piedra
vertía su eterno
cristal de leyenda.
Seguía su cuento
la fuente serena,
borrada la historia,
contaba la pena

Ahora en...

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