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Lagunas del pensamiento
Se da por supuesto que se ha pensado sobre todo y en casi todas las épocas. A lo sumo, se admite que se pueda añadir algo a lo pensado, o que se pueda ensayar un nuevo punto de vista. Pero si uno se enfrenta en serio con ciertas cuestiones, y entre ellas algunas de las más importantes, se descubre con sorpresa la escasez del pensamiento dedicado a ellas, tal vez en todos los tiempos o al menos en determinadas épocas, por ejemplo en la nuestra.
Es decir, que asuntos del mayor relieve y de enorme alcance se han pasado por alto con extraña frecuencia. La consecuencia es que muchos problemas siguen reclamando, acaso al cabo de los siglos la atención que requieren.
Hace ya mucho tiempo me sorprendió la casi total ausencia, antes de nuestro siglo, del pensamiento sobre la "vida" en el sentido que tiene esta palabra cuando se aplica a la humana. Se ha pensado y escrito interminablemente sobre la vida biológica, de plantas y animales, y entre ellos el hombre, pero apenas nada sobre la "vida humana" como tal, sobre la vida "biográfica", lo que hacemos y nos pasa, lo que proyectamos, imaginamos, intentamos hacer y muchas veces no hacemos, lo que tiene éxito o fracaso. En innumerables libros de pensamiento, que en ediciones modernas tienen útiles índices alfabéticos, no se encuentra ni siquiera la voz "vida" en el sentido humano, que se parece bien poco al que tiene en biología, que es mucho más abarcador y radical.
Cuando escribí "La felicidad humana", comprobé con extrañeza que, en un par de milenios largos, se había pensado relativamente poco sobre un asunto de tal importancia, que afecta a todos, que concierne a la humanidad entera en todas las épocas. Dicho con otras palabras, que faltaba mucho por pensar -y ciertamente sigue faltando-, que era una cuestión apremiante y urgente, en la que nos va, si no la vida, sí su sentido.
En los últimos decenios me he ocupado con preferencia de cuestiones escasamente planteadas y tratadas, a las que el pensamiento ha vuelto la espalda, o que ha considerado sólo desde perspectivas unilaterales e insuficientes, tal vez inadecuadas y por ello desorientadoras. Cada vez se me impone más la convicción de que el pensamiento consiste sobre todo en el descubrimiento de aquellas realidades de que debe ocuparse, de aquellas sobre las cuales no se sabe a qué atenerse, que requieren nuestra atención y esfuerzo intelectual. El cual debe consistir, ante todo, en la busca de los métodos adecuados para esos planteamientos.
Lo cual requiere en primer lugar lo que podríamos llamar la "localización" de esas realidades, la delimitación de cómo se presentan, cuál es la silenciosa pregunta que nos dirigen. Si se mira bien, se descubre que en eso consistía, en última instancia, el método de Platón, mucho más que en las ulteriores operaciones intelectuales, sobre las que se ha concentrado casi exclusivamente el inmenso estudio sobre el platonismo. Con esto tropecé hace algo más de medio siglo, pero temo que no se ha tomado demasiada nota de ello. El curioso lector -si hay alguno- puede ver el final del capítulo sobre Platón en "Biografía de la Filosofía".
A lo largo de toda la historia del pensamiento, del filosófico y también del teológico, hay una cadena de cuestiones marginadas, olvidadas, desatendidas, o bien perseguidas en una trayectoria particular que puede no ser la más fecunda. Sería apasionante descubrir y explorar las trayectorias relegadas, lo cual sería la forma más interesante de "originalidad", que no consistiría en decir "otra cosa" -tentación que ha sido devastadora en el último siglo y medio-, sino en mirar con nuevos ojos las realidades que están ahí, nos apremian y tienen diversas formas de manifestarse.
Pienso en nociones tan absolutamente decisivas como "sustancia", "razón" -que hasta nuestro siglo no ha recibido la visión adecuada-, "experiencia" cuando se trata de esa, única y diferente de las demás, que es la "experiencia de la vida".
Ortega echaba de menos la falta de claridad sobre los conceptos capitales que se manejan a toda hora cuando se habla de sociología y de política, y veía en ella la causa de una gran parte de los males que afligen a la humanidad. ¿Se ha pensado algo sobre la responsabilidad que corresponde al pensamiento en los desastres de la antigua Yugoslavia, consecuencia final de la incomprensión de los problemas que intentó resolver el Imperio Austro-Húngaro? ¿Se piensa en África, en lo que fue antes de la época colonial y lo que es después de ella? ¿Se piensa en "pensar" sobre estos espeluznantes problemas, en vez de hacer las innumerables cosas que se hacen o se fingen hacer sin pensamiento?
El ejemplo mayúsculo es la noción de "persona". Es, nada menos, lo que somos, aquello en que consistimos. Nada nos afecta en tal medida. Es una realidad distinta de todas las demás, extrañísima, que pone a prueba nuestra percepción, nuestra distinción de "todo" lo demás. La palabra ha sido y es muy usada; hay escuelas de pensamiento que se titulan "personalísmo". Me atrevería a decir que han eludido el núcleo de la cuestión. Casi todo lo que se ha hecho ha consistido en pensar la persona como una "cosa" muy particular, que hay que diferenciar y distinguir.
Pero, si no me equivoco, por ahí no se va a ninguna parte. Sorprende cómo hasta los pensadores más agudos y profundos -cosas distintas, ambas interesantes-, aquellos que han avanzado, en nuestro tiempo decisivamente, en el conocimiento de la realidad humana, se han detenido, o poco menos, al enfrentarse con la noción de "persona".
Me he debatido con esta cuestión desde que puedo recordar. He ensayado diversas perspectivas, para ver esa realidad en sus varios escorzos. Es algo a la vez elusivo e inevitable. Se escapa de todos los esfuerzos del pensamiento, pero reaparece una vez y otra. ¿Por qué? Porque es lo que somos, lo llevamos con nosotros mismos, no podemos abandonarlo más que dejando de ser quienes somos, apartándonos de nosotros mismos.
Pero esto es lo que no podemos hacer. ¿Por qué no resignarnos? Hay que enfrentarse con la cuestión. Tal vez hay que invertir el camino seguido casi siempre. Sugiero partir de lo que se posee: la realidad misma de la persona. En lugar de intentar explicarla derivándola de otras cosas, lo que en este caso es absolutamente imposible -y esto es la clave del problema-, usar un método que se nombra así en el último esfuerzo que he hecho en esa dirección, el título de un capítulo de un libro que todavía no ha aparecido: "Conceptuar la evidencia". Tal vez este método podría ir colmando algunas de las lagunas que limitan nuestro pensamiento y nos dejan en la desorientación.
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