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Cuestión de perspectiva

Quiero recordar dos normas que se refieren al régimen de la atención, a la manera de mirar las cosas. Una es ilustre, procede del Dante; la otra es modestísima, como mía, pero quizá merece tenerse en cuenta. Dice el Dante: "Non ragioniam di lor, ma guarda e passa" ("No hablemos de ellos, sino mira y pasa"). Yo he repetido muchas veces: "No hay que intentar contentar a los que no se van a contentar".

Si se tiende la mirada por el ancho mundo, se encuentran demasiados ejemplos de los que no se van a contentar, hágase lo que se haga; Ruanda, Burundi, Liberia, la vieja Yugoslavia, el llamado Oriente Medio, el Afganistán... La lista podría prolongarse con el Irak y el Irán, Argelia y tantos lugares más, que provocan una impresión de desolación y desesperanza.

Y en el resto del mundo existen núcleos, grupos, partidos, individuos aislados que representan la misma actitud, que son germen de lo que, dadas las condiciones necesarias, pueden "desteñir" sobre las sociedades enteras, como un virus que "prende". La situación que es general y difícilmente modificable en algunos países se ha engendrado partiendo de grupos menores, a veces de personajes individuales siniestros, cuyo éxito ha sido permitido, en ocasiones favorecido, por los que después lamentarían incansablemente los resultados.

Me preocupa extraordinariamente el sistema de la atención. ¿De qué se habla? ¿Tiene alguna relación con la importancia real? No digamos con el valor, la dignidad, la posibilidad de estimación. Considérense los periódicos, revistas, programas de radio y televisión. Mídase a qué dedican su espacio y su tiempo. El primer puesto corresponde al deporte, que tiene una función de anestesia y narcótico, de "excipiente adecuado" para todo lo demás. La parte principal del resto se podría poner bajo la rúbrica de lo "indeseable".

Los rostros que aparecen incansablemente en las pantallas, en las fotografías de la Prensa, rara vez merecen ni una mirada, pero son los que nuestros contemporáneos llevan en su retina y en su memoria, y se convierten en los protagonistas de esta época. Junto a ellos, apenas son sombras fugaces las personas que hacen algo valioso, que hacen marchar el mundo, que son capaces de crear algo, desde riqueza hasta imágenes o pensamientos verdaderos, o simplemente llevan una vida decente, que podría ser ejemplar y dar esperanza y ánimo a nuestros contemporáneos.

Hay individuos y grupos que van a atacar y descalificar todo lo que se haga, aunque sea necesario, aunque esté justificado, aunque esté bien -especialmente si está bien- ¿por qué hablar de ellos, por qué intentar apaciguarlos, haciendo concesiones insinceras, renunciado a parte de la propia razón? Hay que darse cuenta de que, si se tiene razón -condición indispensable-, no se puede renunciar a ella, porque es un atentado contra la realidad, contra la verdad. Se puede y se debe ceder en los intereses particulares, en las conveniencias propias, en las preferencias discutibles; no en lo que afecta a la realidad de un país, a su porvenir, a su destino histórico, a la posibilidad de convivencia en concordia.

Los medios de comunicación, en ocasiones los políticos, se dedican a hacer la "respiración artificial" a cosas y personas que sin ella se extinguirían espontáneamente o -lo que sería mejor y más deseable- se curarían, perderían su virulencia, regresarían a la normalidad, perderían su condición negativa, corrosiva, destructora.

Se requiere un saneamiento general de la vida pública en todo el mundo, y esto quiere decir en cada una de sus partes. El enemigo capital de la Humanidad es la mentira. Tengo muy poca simpatía por la polémica, y dudo de su eficacia; pero creo que es menester mostrar que es mentira lo que falta a la verdad, lo que tergiversa las cosas, las desfigura. Es muy frecuente ver en las noticias de un canal de televisión o leer en una publicación algo que es manifiestamente falso; creo que es imperativo decirlo, mostrarlo, y no hablar más de ello, no mantenerlo vivo y actuante mediante una discusión que no sirve más que para darle resonancia y eficacia.

A los que hacen algo estimable y valioso, desde la política y la economía hasta el teatro o el cine, la literatura, el arte o el pensamiento, no debe importarles gran cosa lo que se diga de ellos -o, más sutilmente, se deje de decir-. Hay un viejo dicho, cuyo origen no recuerdo: "El tiempo y yo, contra otros dos". Me parece una buena norma. El tiempo y la atención que se invierten en discutir tienen mejor destino dedicados a hacer algo que valga la pena. Los ataques o el silencio de ciertas procedencias son el signo de que se está en el buen camino, de que se está intentando de verdad acertar, y es posible que se consiga.

El aspecto positivo, todavía más importante, es cuidar la perspectiva justa acerca de lo que tiene realidad y valor. Las acciones de gobierno, si son acertadas, deben explicarse y justificarse, para que los ciudadanos no las vean como imposición o capricho, sino como exigencia de la realidad o resultado de un análisis inteligente y veraz de la situación. Es importante la adhesión de los ciudadanos -si lo son-; el apoyo de toda política, y no sólo en una democracia, es la opinión pública. En todo caso, "ya se sabe" lo que van a decir algunos, por rencor o fanatismo, y no hay que tomarlo en serio, menos aún dejarse desanimar.

Si se mira, en otros campos, especialmente en el de lo que se llama -a veces abusivamente- "cultura", se advierte un complejo sistema de adulaciones, hostilidades y silencios, que lleva a la confusión. Se habla reiteradamente de personas y obras que no interesan, que desaparecen en cuanto se suspende esa atención tendenciosa. El reverso es el obstinado silencio respecto a lo que, a pesar de él, está vivo, a veces durante años y años, porque tiene condiciones reales de vitalidad.

Esto adquiere otro tipo de gravedad cuando se piensa en la enseñanza y en general la educación. Urge revisar a fondo lo que se está haciendo -desde luego en España, pero no exclusivamente-. Programas y más programas, siempre sustituidos y renovados, redactados con frecuencia en un lenguaje bochornoso, hecho de pedantería e ignorancia; acumulación de "asignaturas" que dejan exhaustos a los estudiantes, sin tiempo para leer, y que les permiten ignorar lo que es imprescindible. Se empieza a revisar la monstruosa "jubilación anticipada", a destiempo y cuando ya no son remediables sus peores consecuencias, pero es difícil superar el daño ya hecho. Suelo decir, al ver morir a miembros de algunas instituciones ilustres: "Me dan pena los que se van, y temor los que llegan". En el escenario nacional, la gravedad de esto es extremada. ¿Se podrá conseguir algo tan modesto como buscar una perspectiva justa y justificada?

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