conoZe.com » bibel » Otros » Julián Marías » Julián Marías: artículos 1996

Elogio de la ambición intelectual

Cuando, hace sesenta y cinco años, llegué a la Universidad y me inicié en el nivel efectivo de la vida intelectual, no sólo española, sino europea, solía decir: "Está todo por hacer y se sabe cómo hay que hacerlo". Era un momento de esplendor, que he recordado con bastante precisión en un libro reciente, "Razón de la filosofía".

Puede parecer extraño que, si era verdad ese esplendor, pudiera decirse "está todo por hacer". Creo que esta fórmula estaba justificada. El hombre se enfrenta siempre con un cúmulo de preguntas, de problemas, de cuestiones respecto a las cuales necesita saber a qué atenerse. Sea cualquiera el nivel alcanzado, el horizonte de lo problemático es lo que da la medida de los logros. Precisamente en las fechas a que me refiero se había llegado a lo que llamo un "punto de inflexión" del pensamiento, especialmente en lo que se refiere a los métodos. A la luz de ellos, se veían los problemas de una manera nueva, más apremiante y exigente, y a la vez se descubría cómo plantearlos de manera más radical y más promisora. Esto explica la aparente contradicción de la fórmula que he recordado.

¿Qué se podría decir hoy, al cabo de tan largo tiempo? ¿Sigue siendo válida la antigua fórmula? ¿La hacen suya los que hoy trabajan en cuestiones intelectuales? El crecimiento de todo es la característica que marca la diferencia entre aquella fecha y la actual. Ha aumentado enormemente el número de los cultivadores de todas las disciplinas, y por supuesto de los estudiantes de ellas. Ha crecido hasta una cifra inabarcable la bibliografía sobre todas ellas: no sólo es imposible leer esos escritos, sino ni siquiera los índices de sus títulos. La acumulación de "resultados", informaciones o averiguaciones acerca de todas las cuestiones imaginables es prodigiosa.

Sin embargo, si se lanza una mirada sobre algunas porciones de esa labor, se siente inquietud. Hay revistas llenas de artículos o reseñas que no tienen el menor interés; se habla de personajes, libros o simplemente minucias que no pueden aclarar nada. Se tiene la impresión de que sus autores han cedido a la necesidad de escribir sobre algo, sobre "cualquier cosa", para responder a la funesta fórmula "publish or perish"; o bien han buscado entre sus amistades o entre los que se podrían llamar "correligionarios" de cualquier observancia, desde la política hasta la comarca a que pertenecen.

Es decir, lo que se escribe y publica, en innumerables casos no corresponde a ningún "problema", a algo que plantee una cuestión que sea menester resolver, o al menos intentarlo. Es bastante infrecuente leer algo en que se advierta la inquietud del autor, su necesidad de ponerse en claro sobre algo apremiante. La duda, la incertidumbre, la necesidad de saber, han sido siempre los motores de la vida intelectual, y a la vez su justificación.

Más allá de las noticias, informaciones, datos adquiridos, nos movemos en un horizonte de problematicidad; lo que sabemos es mucho, pero lo que no sabemos y necesitaríamos saber es incomparablemente más. La ciencia -en el sentido más amplio de la palabra- se nutre sobre todo de lo que podríamos llamar la "ignorancia inaceptable", a la cual nos resistimos, que sentimos como algo intolerable, acicate de nuestro esfuerzo.

En el pasado reciente ha habido intelectuales con los que no estaba muchas veces de acuerdo, que acaso erraban, pero por los cuales sentía admiración: eran aquellos que cuando veían un problema se iban rectos a él, lo planteaban, con mejor o peor fortuna; la fortuna era algo secundario. Y cuando era adversa, en la mayoría de los casos podía comprobarse que se habían adherido ciegamente a un método o un resultado que no habían puesto verdaderamente en cuestión, es decir, que no habían tratado con la problematicidad exigible; esto es, que por una vez -tal vez al principio- habían sido infieles a lo que era su mérito mayor, el que los hacía acreedores a mi admiración.

He hablado de un "pasado reciente". ¿Y el presente? Ciertamente hay, en todos los campos, intelectuales que viven desde los problemas, que se hacen constantes preguntas e intentan buscarles respuesta; pero si se hace el recuento, sorprende la cortedad de su número. En algunas disciplinas, son simplemente excepciones.

Muchos están agobiados por la información, por lo que piensan que "deben" conocer y no pueden. Sería esencial que se dieran cuenta de que ese "deber" no existe, más bien al contrario.

Hace poco tiempo he leído un libro extranjero, sobre un gran autor español, que representaba un esfuerzo considerable y una actitud inteligente y comprensiva. Al examinarlo en detalle, mi decepción fue total: el autor se había creído obligado a conocer y citar innumerables escritos sobre el escritor estudiado; su bibliografía era copiosa; pero lo peor es que el libro estaba lleno de referencias y citas textuales de esos escritos, gran parte de los cuales eran estúpidos, inútiles o desorientadores. El libro, que hubiese sido muy estimable si se hubiese limitado al autor estudiado y acaso a algunos trabajos inteligentes sobre él, estaba anulado por su "erudición", que lo convertía en algo contraproducente.

La presión de los usos, las exigencias académicas o editoriales, la imitación o el contagio, están comprometiendo la ambición intelectual, aquella que lleva a atreverse a plantear las cuestiones interesantes y sobre todo importantes, las que reclaman esclarecimiento, hasta el punto de ser necesarias para proyectar, y a última hora para vivir.

Son frecuentes, demasiado frecuentes, otras ambiciones: la económica, la de alcanzar puestos u honores, la de la fama. Escasea en cambio la ambición de hacer algo que realmente valga la pena, aunque no sea conocido, estimado ni comentado. La vocación intelectual -como la literaria o la artística, en formas distintas requieren esto, consisten en ello, y nada más. Quiero decir que todo lo demás, si por azar se puede conciliar con ello, se da como añadidura.

Las épocas de esplendor son aquellas en que ha existido ese tipo de ambición; a veces ha coexistido con otras, pero lo más probable es que haya sido la única en los que la sentían, y que han abandonado todas las demás a los que se ocupaban de otros menesteres. Quizá la causa principal de la decadencia que veo en el horizonte, que me sigue pareciendo evitable, con una esperanza cada vez más amenazada, sea la escasez de verdadera ambición intelectual, el contentarse con cosas que, por relumbrantes o remuneradoras que sean, parecen deleznables al que aspira a hacer algo que descubra una verdad o cree algo en que se realice la belleza.

Ahora en...

About Us (Quienes somos) | Contacta con nosotros | Site Map | RSS | Buscar | Privacidad | Blogs | Access Keys
última actualización del documento http://www.conoze.com/doc.php?doc=1847 el 2005-03-10 00:25:36