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Desigualdad

Es sorprendente cómo ciertas nociones que se han instalado en las mentes, sin reflexionar sobre ellas, sin la menor crítica, impiden comprender aspectos de la realidad que tienen importancia, con frecuencia gran alcance. El "igualitarismo" automático que impera en nuestra época proyecta una doble confusión sobre algo que evidentemente existe y reclama comprensión: la "desigualdad" en la multitud de sus formas.

Las actitudes que circulan sobre este asunto se pueden resumir así: se piensa que la desigualdad "no existe"; si se impone la evidencia de su existencia, se concluye que toda desigualdad "es injusta": ¿No valdría la pena examinar en qué consisten las diversas desigualdades, cuál es su origen, en qué medida algunas tienen justificación?

Se usa constantemente la fórmula "los más desfavorecidos"; es evidente que los hay; pero hay que preguntarse quiénes son, en qué y por qué. Leemos u oímos todos los días que un porcentaje mínimo de personas "consume" la mayor parte de la riqueza mundial, mientras que la casi totalidad de la población consume una escasa fracción de ese conjunto. Esto es inverosímil, porque la capacidad de consumo es muy limitada, en todos los órdenes; por ejemplo, nadie puede comer demasiado -aunque sí mejor que otros-, y esa minoría no puede devorar más que una ínfima parte de los alimentos existentes. Cuando se dice que "consumen", en rigor habría que decir "producen" lo que consumen -ciertamente sin igualdad- los demás.

Una desigualdad decisiva, evidente, es la que afecta a las "dotes", biológicas o mentales, de los diversos inividuos; con ella hay que contar, condiciona la vida; pero, salvo que tenga causas voluntarias y remediables, "no es una injusticia" en el sentido concreto y comprensible de esta palabra.

Y se suele olvidar otra desigualdad, todavía más importante, que se refiere al "uso" que cada persona hace de esas dotes con las que se encuentra, y que tiene todavía más alcance que las dotes mismas. Y ahí sí interviene decisivamente la responsabilidad de cada uno, la libertad que se pone en juego para orientar la propia vida, el esfuerzo y el acierto de las acciones.

Ahí reside la evidente desigualdad de pueblos y grupos; no en la "raza", en los caracteres étnicos, sino en la conducta, en lo que se hace con las posibilidades existentes. No es indiferente trabajar o no; aprender o abandonarse a la ignorancia, incluso complacerse en ella; exigirse una norma moral o despreciarla; respetar a los demás o mirarlos con hostilidad y procurar hacerles el mayor daño posible. Los resultados difieren enormemente, producen desigualdades "voluntarias" que por lo general se atribuyen a un "destino" adverso. En países en que conviven diferentes minorías, en estados muy desiguales, hay que preguntarse a qué se deben, cuál es su origen, su responsabilidad, sus posibles remedios.

Hay países que han alcanzado razonable prosperidad, un grado aceptable de libertad, seguridad, justicia; otros tienen situaciones desastrosas, en que la vida apenas es vividera; esto no es permanente: han llegado a ese estado desde otros inferiores o tal vez superiores, han conquistado un nivel decoroso o se han hundido en la abyección y el desastre -piénsese en gran parte de África, y en otros lugares-. Hay que preguntarse por qué, si se quiere de verdad poner remedio a las situaciones más atroces e inadmisibles, y no "hacer que se hace", fingir una compasión que no se siente y buscar culpas ajenas donde son propias -o acaso no hay culpas, sino otras cosas, que no parecen interesar a nadie-.

Existe otro tipo de desigualdades que son, podríamos decir, más "finas", que se refieren a la posesión de los recursos de todo tipo con que los individuos o los grupos sociales se encuentran. Pensemos, para mayor claridad, en los países que conocemos bien, que no son, como tantos, un enigma, que tienen una idea del mundo y de la vida que son inteligibles.

Imagínese de qué dispone el occidental, europeo o americano, con diferencias entre los diversos países pero con un fondo común superior a las diferencias. Se trata de sociedades que tienen un grado de organización suficiente para que sea posible proyectar la vida, realizar una vocación o seguir una afición, influir en la marcha del país. Acaso es-tas posibilidades es-tán perturbadas o estorbadas, pero existe la de intentar rectificar o enmendar esos obstáculos.

Ese hombre dispone de un sistema de enseñanza, accesible en diferentes grados, pero al que también puede renunciar, y lo hace en muchos casos, causando así una grave desigualdad voluntaria. Tiene una lengua que le permite la comunicación con porciones desiguales del mundo, en la que puede leer números de libros cuyo volumen y calidad son incomparables. Cada individuo, o cada comarca, o cada grupo, puede tomar posesión de esa riqueza o renunciar a ella, vivir en un mundo dilatado y lleno de posibilidades o confinarse voluntariamente en un espacio angosto, que condicionará su "realidad", y no sólo la suya individual sino la colectiva, la suya y la de sus descendientes. La superioridad o inferioridad alcanzadas serán obra suya, se habrán hecho lo que han querido ser.

En el mundo actual este espectáculo es constante. Se ve en muchos lugares una extraña voluntad de enquistamiento, de empobrecimiento, que puede conducir a una esclavitud elegida, querida, impuesta por los mismos que la padecen, o provocada por algunas minorías a las que primero no se resiste y después se sigue con fanatismo.

Sería apasionante aclarar cuáles son las desigualdades que existen en la humanidad actual. Pero ello requeriría buscar su contenido concreto, su origen, el grado en que dependen de circunstancias ajenas a la voluntad -y el de su posible modificabilidad- o de la voluntad propia, o ajena aceptada con sumisión, cobardía o simple inercia.

Es patético ver cómo grupos ávidos de dominio fingen "defender" a porciones sociales, minorías étnicas o lingüísticas, modalidades religiosas o que se llaman tales, con el resultado de despojarlas de lo que es suyo, porque les pertenece o está a su alcance, para constituir reductos inferiores, con recursos muy pobres, y que por eso son fácilmente manipulables.

Todavía persiste en algunas porciones del mundo la esclavitud en el sentido tradicional de esta palabra; lo más grave es que hay formas nuevas de esclavitud, a las que van siendo sometidas porciones de la humanidad actual. Y el instrumento capital y más eficaz es la provocación de las desigualdades evitables, que por ello son efectivamente injustas.

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