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Aire libre

La mayor parte del mundo actual, y desde luego España, que es lo que conozco mejor y más me afecta, está corriendo un peligro en el que se repara demasiado poco. Sin darnos clara cuenta, nos estamos quedando en un espacio confinado, muy reducido y, lo que es peor, compuesto principalmente por cosas desagradables.

Suceden, en efecto, innumerables cosas lamentables; abundan las personas cuyos actos suscitan repulsión; se habla interminablemente de todo esto, sin tener en cuenta algo que debería ser decisivo: su importancia. Hay que tomar nota de todo eso, hacerlo constar, enterarse de ello. Pero nada más. De muchas cosas, hechos o personas hay que hablar, pero acaso una sola vez, no todos los días del año, y varias veces cada día. Con lo cual se consigue que no nos enteremos, que olvidemos lo que se ha repetido cien veces, que se convierta en una cantinela de la que no se hace caso, porque no se espera nada nuevo y se acaba por no tomar en serio ni las cosas más graves.

Lo más perturbador es, sin embargo, que se hable casi exclusivamente de lo negativo, repelente y a última hora sin demasiada importancia, desde luego sin valor. En una época en que lo que podemos llamar el "mundo", es decir, el que de hecho nos rodea, aquel en que vivimos, está tan condicionado por los medios de comunicación, el resultado es un angostamiento, un incalculable empobrecimiento de ese mundo.

Y el mundo real es mucho más amplio, rico e interesante. Está lleno de realidades que merecen nuestra atención, entre otros motivos porque con ellas hacemos nuestra vida -si nos dejan, si no nos reducen a una dieta rigurosa y poco atractiva-. Es curioso el prejuicio de la "medicina amarga", la arraigada creencia de que lo desagradable es saludable y eficaz. Se suele pensar que sólo lo malo, en cualquier orden, es "interesante", a pesar de que más bien sucede lo contrario.

Todos los días pasan cosas nuevas, se hacen intentos, ensayos de comprender aspectos de la realidad, se habla desde perspectivas innovadoras, se muestran horizontes desconocidos o desatendidos, se imaginan y cuentan historias divertidas o conmovedoras, que dilatan nuestra vida, se construyen edificios con belleza, que no tienen por qué ser adefesios, si avanza hasta límites del arte, se descubren técnicas prometedoras.

Y algo de mayor importancia todavía: lo que no pasa un día determinado, lo que no es "noticia", y por tanto no cabe en un telegrama de Prensa o un noticiario de televisión. Los grandes pasos de la humanidad no son "cotidianos", pero son los que configuran la vida cotidiana, que es la más interesante de todas. El amor y sus formas se han indo creando y modificando, año tras año, siglo tras siglo, y convendría saber dónde estamos, cuáles son nuestras posibilidades reales, cuáles nuestros riesgos, nuestras posibles recaídas en la prehistoria. Las dos formas de la persona humana, varón y mujer, se han ido constituyendo, depurando, acaso degenerando, y habría que poseer esa realidad que somos.

Se habla de libertad, pero su contenido no es el mismo en todos los tiempos, y necesitamos saber qué libertad necesitamos, en qué medida la poseemos o nos falta, cómo podemos dilatarla o perderla -tantas veces se la han comprometido o perdido enteramente por no haber velado por ella-.

Si tendemos la mirada sobre el horizonte de nuestra vida, sobre sus trayectorias y su desenlace, tropezamos inexorablemente con su final, con la muerte. Hay una especie de convenio tácito que ve como una muestra de mala educación hablar de ella, lo cual conduce a no pensar en ella, en su significación, en su carácter de "frontera", con el acuciante problema de saber qué puede haber al otro lado. Se da por supuesto que no hay nada, porque es lo más cómodo y evita pensar, y porque al despojar al hombre de su esperanza lo hace manejable, manipulable; se insufla en él la convicción de que en el fondo nada tiene importancia, ya que un día dejará de tenerla.

El hombre vive en el mundo físico, exterior, y en el mundo social; pero, todavía más, en un mundo interior, el de sus pensamientos, sentimientos, recuerdos, temores, proyectos, esperanzas. El aumento de la riqueza, en nuestra época, es fabuloso; pero hay que preguntarse por ese mundo interior, que es el más inmediato y el que condiciona los demás, vividos desde él. Temo que el de nuestro tiempo se caracteriza por la pobreza en la mayoría de los casos. De ahí la impresión de "primitivismo" que producen muchos de nuestros contemporáneos, aun algunos que se consideran -y en cierto modo son- "eminentes".

Hace algo más de cuarenta años escribí en "La estructura social" una página cuya relectura me produce desolación, casi pavor. Hablaba de la "imagen intelectual del mundo" y hacía una enumeración, casi telegráfica, de lo que, sin propósito científico, se introducía en la mente -y en la vida- del muchacho de la última escuela rural española -y podría decirse europea, y aun occidental-, con el catecismo, que era un brevísimo folleto, y cualquier manual escolar de historia sagrada. El balance era asombroso, de una riqueza de asuntos, temas, conceptos, que produce maravilla, y que formaba parte de los recursos mentales de todas las personas de nuestro mundo hasta hace unos decenios.

Todo eso se ha evaporado -es la palabra adecuada-; haga el lector el experimento de releer aquella enumeración brevísima, que ocupa pocas líneas, y le garantizo el estupor. Actualmente son una exigua minoría los que tienen presentes las nociones que eran patrimonio común de la totalidad.

Habría que preguntarse qué ha ocupado el "espacio" vacante. Si se piensa que eso que llevamos dentro, el mundo interior de cada cual, es el punto de partida de la vida, el condicionante principal de lo que puede ser, se siente desolación. Adviértase que no hablo aquí de lo que aquello pudiera significar religiosamente -ésta es otra cuestión, aunque de no escasa importancia-, sino del contenido intelectual, de las nociones con las que se podía intentar comprender la realidad, de los aspectos que se tenían en cuenta. Por eso se trata, sobre todo, de empobrecimiento, de aquel que afecta a la totalidad de la vida y a sus posibilidades.

Urge escapar del espacio confinado en que se nos intenta obligar a vivir. El hombre necesita "aire libre", que penetre en el mundo, en los pulmones, en la mente, que haga posible la intensidad de la vida, su proyección hacia el futuro, con un horizonte abierto y no mutilado; abierto al bien y al mal, a las tentaciones y a la posibilidad de superarlas, a la ilimitada riqueza de lo real, porque su dilatación, descubrimiento, incluso creación, si se quiere emplear esta palabra exagerada, están en nuestras manos.

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