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Unas cuantas líneas

En mi artículo "Aire libre" recordé que en mi ya viejo libro "La estructura social" (1955) había una página escasa, unas cuantas líneas, en que se resumía lo que durante siglos había sido parte de la imagen intelectual del mundo, y que la desaparición o volatilización de ello había sido causa de un increíble empobrecimiento del hombre actual.

Algunos lectores, que no han leído o no recuerdan esas líneas, sienten curiosidad por su contenido: parece increíble que se haya pasado en unos decenios de algo particularmente rico, que formaba parte del repertorio en que se movía todo el mundo en multitud de países, a lo que podríamos llamar una "situación carencial", un vacío que no ha venido a ocupar nada interesante. Vale la pena satisfacer esa curiosidad y traer a la memoria aquellos párrafos.

"De esta enseñanza se deriva una imprecisa noción del mundo creado en relación con Dios creador, una cosmogonía, una idea del hombre como realidad corpórea y anímica, una mínima doctrina psicológica -los sentidos corporales que se enuncian en el catecismo, las "potencias del alma", los vicios y las virtudes, las nociones de arrepentimiento, atrición, contrición, "dolor de corazón", devoción, etcétera-, una idea jerárquica de la sociedad -padres, maestros, mayores "en edad, saber y gobierno"-, una visión de la historia -pueblo elegido, profetismo, plan providencial, juicio final-, una idea muy definida del "puesto del hombre en el cosmos", en relación con las plantas, los animales, los espíritus angélicos y la Divinidad, una noción del milagro y, por tanto, de un orden "natural", casi de "leyes de la naturaleza", todo esto sin contar las ideas específicamente religiosas y teológicas, que tienen una vertiente ideológica general y contribuyen a formar esa imagen del mundo: lo natural y lo sobrenatural, la Encarnación, la idea del pecado, la noción de eficacia -por ejemplo sacramental-, la idea de espíritu, la visión escatológica, la interpretación de la muerte y la inmortalidad, los principios de justicia, mérito, premio y castigo, la oposición del tiempo y la eternidad, etcétera. Esto y mucho más es el fabuloso, riquísimo repertorio intelectual en que, sin el menor propósito científico, introducen al muchacho de la última escuela rural española el catecismo del P. Ripalda y el modesto epítome de historia sagrada de Fleury o cualquier otro: el diluvio y los sacrificios, judíos, filisteos, babilonios, fenicios, macedonios, griegos, romanos, Baltasar, Nabucodonosor y Alejandro Magno, el Nilo, el mar Rojo, el Sinaí, la idolatría y el becerro de oro; formas sociales -tribus, poligamia, monogamia, concubinato-; los Magos de Oriente; el homicidio -Caín y Abel-, la seducción -Sansón y Dalila-, el mundo de los sueños -José-, la inestabilidad de los imperios, las pasiones del alma, el destino que se anuncia y se cumple -"Mane Tecel Fares"-".

Hágase un experimento. Fórmese una lista de las nociones que aparecen en estas líneas: nombres de personas, geográficos, de instituciones y formas de vida, de conceptos que permiten manejar y entender la realidad, sobre todo la humana. Pregúntese a los jóvenes de cualquier país occidental por los elementos de ese repertorio; averígüese en qué proporción despiertan algún reconocimiento o una comprensión que merezca llamarse así.

Tengo la impresión de que una inmensa mayoría de los que no han cumplido el medio siglo -"jóvenes" desde esta perspectiva, históricamente- tienen una idea vaga y nebulosa de todo eso, y en buena parte ninguna idea, un vacío mental.

Conste que no me refiero a la significación religiosa de todo ello -es muy importante, pero es otra-; pienso en la significación intelectual, en la imagen del mundo, en la formación de cada persona. Lo que he recordado es una buena porción de lo que se puede llamar "civilización"; pues bien, en los últimos decenios, se ha retrocedido pavorosamente, se ha caído en un primitivismo lleno de noticias que está esterilizando las mentes.

¿Cómo ha sido posible? Creo que el proceso se ha realizado en varias etapas. La primera fue la tremenda crisis iniciada poco después de 1930, con el advenimiento del nacionalsocialismo, la perturbación increíble de la sociedad alemana, la crisis del país que intelectualmente estaba a la cabeza. A ello siguió la presión soviética -sobre los países y las mentes-, las "purgas" atroces de Moscú, la docilidad de tantos intelectuales, las dos opciones -curiosamente negativas- del "antifascismo" y el "anticomunismo", que dejaban la iniciativa a aquello que se negaba.

Después, la Guerra Civil española, y en América los reflejos, casi siempre siniestros, de todo esto. Y a continuación, la Segunda Guerra Mundial, la gran discordia del siglo, terminada tras una turbia y perturbadora alianza que ha gravitado sobre el mundo desde entonces hasta hace muy pocos años.

Con extraña pasividad, casi todo el mundo occidental, en Europa y en América, ha permitido la manipulación por grupos reducidos pero incansables y bien organizados. Se ha consentido el despojo de gran parte de lo que constituía el haber cultural de la porción más creadora del mundo.

Se han aceptado las descalificaciones de lo que había sido más estimado, y que merecía serlo. Países enteros han renegado, o poco menos, de lo que había sido su máxima aportación a la convivencia humana, a la comprensión de la realidad, a la capacidad de creación cultural. Se ha consentido en lo que podríamos llamar la "esterilización".

Lo grave es que todo esto ha dejado disminuidos a los hombres de nuestro tiempo, con pocos recursos, con escasa capacidad de recuperación. Les falta todo lo que había enumerado en aquella página de hace cuarenta años, cuando el proceso se había iniciado ya -es bien perceptible en mi texto la preocupación, sin que todavía hablase en tiempo pasado-.

¿Existe todavía remedio? ¿Se puede evitar la regresión, el primitivismo que nos amenaza? Por supuesto, porque el hombre es libre y, lo que es más, por fuerza innovador. En la Historia no existe el freno, menos aún la marcha atrás; sólo transitoriamente y como una afección pasajera. Pero se necesitan algunas condiciones. La primera, enterarse, ver dónde está el problema. La segunda, tomar posesión de lo que se tiene, de lo que es propio y se ha abandonado.

No ocultaré que mi preocupación se concentra en los que realmente son muy jóvenes, los que en diversas proporciones, han recibido una formación intelectual terriblemente deficiente, en muchos casos tendenciosa y hecha de falsedades. Si se tuviera presente lo que reciben -con desigualdades considerables- los estudiantes actuales, se sentiría pavor. ¿Cómo van a ser los hombres y las mujeres de los primeros decenios del siglo próximo? Si no se ve el problema, si no se afrontan los remedios oportunos, van a ser pobres. Se entiende, pobres de espíritu, víctimas de un increíble despojo.

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