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Un mapa en relieve

Los mapas más perfectos son aquellos en que se incluye el relieve; hasta los planos y bidimensionales intentan reflejarlo mediante el dibujo y el color. El relieve da la imagen más próxima a la realidad, porque descubre la verdadera configuración. Si se trata de asuntos humanos y no cósmicos, como en el "Mapa del mundo personal" que escribí hace poco tiempo, hay que tener presente un elemento más, decisivo: el mapa tiene que ser "narrativo".

El conocimiento de la realidad exige una compleja cartografía, que rara vez se tiene en cuenta y que no es fácil; no habrá verdadera sociología hasta que la haya respecto a las vigencias y su estado, sobre todo su nivel, es decir, su relieve efectivo y la fase en que se encuentran, con lo cual vuelve a aparecer lo narrativo, inseparable de todo lo humano.

Habría que intentar un mapa en relieve de la situación intelectual de España. ¿Solamente de España? Dada la estrecha conexión de ella con el resto de Europa y del mundo occidental, sería insuficiente, pero por alguna parte hay que empezar. Y si tomamos en serio el carácter narrativo, habría que extenderse a toda la historia. Como se ve, hay un amplio horizonte para todos los que quieran de verdad investigar y pensar.

Angustia ver que se escriben libros sobre asuntos que no tienen el menor interés, se componen tesis interminables que no importan ni al que las presenta, mientras permanecen intactas tantas cuestiones apasionantes. El gran problema que estoy señalando se podría empezar a plantear por algún punto; por ejemplo, por la situación intelectual de la España de nuestro tiempo. Ello llevaría inevitablemente a una visión iluminadora del conjunto; se trata aquí simplemente de una invitación.

Un rasgo decisivo del pensamiento español de nuestra época ha sido su vertiente literaria. La originalidad mayor ha consistido en algo previo a los "contenidos": los que han ejercido, de una manera o de otra, el pensamiento conceptual y teórico, han escrito "libros", algo que se puede leer -y que efectivamente se ha leído en una proporción que sorprendería si fuera conocida-.

Esto comenzó ya durante la Restauración. Piénsese en tres nombres representativos: Valera, Galdós, Menéndez Pelayo. No me refiero aquí al Valera novelista, cuentista o poeta, sino al ensayista, cuya obra tuvo la desdicha de ser publicada como "Crítica". Es asombrosa la riqueza de conocimiento de Valera, la frecuente perspicacia, la comprensión de su tiempo, toda la segunda mitad del siglo XIX en el mundo entero, del que fue admirable observatorio. Y todo ello en la mejor prosa de su tiempo, con una calidad literaria sin desmayos.

En cuanto a Galdós, novelista genial, fue el mejor historiador del siglo XIX, en los "Episodios Nacionales", desde Trafalgar (1805) hasta Cánovas (1897). Justamente su talento de narrador hizo que fuera capaz de hacer revivir ante nosotros un siglo entero, lleno de vida, de personajes reales unidos a los de ficción, con una visión del argumento de la época, que la hace inteligible.

Y Menéndez Pelayo, del que suele retenerse sólo la erudición, y casi exclusivamente los libros juveniles, polémicos e insuficientes, fue un escritor lleno de fuerza, con una capacidad de "resurrección" que no han sabido ver ni asimilar los que más han tomado su nombre en vano.

Todo esto se intensifica y acentúa con los autores de la generación del 98, que devolvieron a los españoles el sentido de la teoría a fuerza de pasión y talento literario. No sólo Unamuno, sino Menéndez Pidal, Gómez Moreno, Asín Palacios, y en otro registro Azorín -a quien habría que estudiar desde el punto de vista del fabuloso conocimiento de la realidad española-, y el "pensamiento literario" de Antonio Machado, y en otras formas Valle-Inclán, Baroja, Maeztu.

La innovación de esos escritores no se limitó a sus contenidos, a lo que decían, sino antes que ello a los géneros literarios, a los ámbitos en que se movían, y que, si no me equivoco, no tienen equivalente en otras lenguas.

Esto se sigue intensificando, en formas distintas, en las tres generaciones siguientes, aquellas cuyas fechas natales centrales podemos situar en 1886, 1901 y 1916, herederas de lo anterior, que gozaron del prestigio logrado, con grandes tártagos, por los hombres del 98, que aprovecharon la dilatación experimentada por España, la cancelación del "desnivel" con Europa que se arrastraba desde el periodo que va desde la invasión francesa hasta la muerte de Fernando VII (de 1808 a 1833, un cuarto de siglo).

Conviene pensar en lo que fue la formación intelectual de las minorías españolas más creadoras entre 1920 y 1936. Si se consideran las dificultades con que se encontraron los intelectuales desde esa fecha, unos dentro de España y otros en el exilio, y cómo en gran parte pudieron superarlas creadoramente, no se puede evitar el asombro. Las destrucciones, desde esa fecha, fueron muy grandes, pero siempre pienso en las ciudades bombardeadas, que parecen en ruinas, pero hay tantas cosas, que muchas quedan en pie.

Más inquietantes y peligrosos son los descensos sucesivos de exigencia, de calidad, los abandonos y olvidos, la difusión de la formación "superior", desvirtuada por el bajo nivel, por una diminución, precisamente, el relieve. Lo característico de ese mapa intelectual, todavía por hacer, ha sido la altitud de las "cimas", superior al nivel medio, incluso europeo.

Ha habido en España un extraño predominio de la "creación", por lo general mal recibida y prolongada; si se hiciera su balance, se tendría una gran sorpresa. Siempre me ha sorprendido que sobre muchos asuntos no hay ningún libro español bueno -a veces, ni bueno ni malo-, pero hay unos cuantos que no tienen posible comparación.

Es decir, se trata de una cultura "incompleta", con una excelencia minoritaria, lo que contrasta con el relieve intelectual de otros países, en que sucede lo contrario. Y hay que señalar el absoluto predominio de las "humanidades", que hoy se tiende a desdeñar, con pretexto de que hacen falta otras cosas, que hay que cultivar y añadir, pero partiendo de lo que hay, y que es decisivo.

La mayor amenaza que se cierne sobre esa cultura, que lleva a desconocer su relieve y sobre todo su vitalidad, es doble. Por una parte, la pervivencia de la discordia, que lleva a la negación al desaprovechamiento, a la interrupción de las "escuelas" (con algunas excepciones, como la filología o el arabismo). Por otra parte la envidia personal que lleva a cerrar los ojos frente a la realidad, en lugar de enriquecerse con ella -lo que es, si se mira bien, un pésimo negocio-.

Estos caracteres de la cultura intelectual española han hecho posible que a un alto nivel de creación haya acompañado una capacidad de comunicación; grandes minorías la han conocido y poseído; hombres como Menéndez Pidal u Ortega han sido conocidos por innumerables españoles.

Mídase la aportación española a la filosofía, la historia, la comprensión del arte, la lengua, la literatura, la interpretación de la vida humana. De todo eso se podría partir, con una sola condición: poseerlo.

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