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Naturaleza o historia

Los errores suelen ser reveladores: cuando se repiten, es probable que descubran su fuente. Dos recientes comentarios de mi libro "España ante la Historia y ante sí misma (1898-1936)" coinciden sospechosamente en el error. Una crítica bastante superficial y no muy exacta en Diario 16 y un largo pie de una fotografía en ABC me atribuyen al unísono la afirmación de que "una España republicana es como una España contra natura".

Si yo lo hubiese dicho, habría escrito "contra naturam", por respeto al latín, pero no lo he dicho, por razones aún más profundas. Ante todo, porque los países como tales, como realidades humanas, no como territorios geográficos, no tienen "naturaleza", sino algo bien distinto: "historia". Lo que digo en mi libro es otra cosa, quizá más interesante: "España había sido "siempre" una monarquía, salvo el brevísimo paréntesis que siguió a la revolución de 1868, y que albergó los once meses de Gobierno republicano, particularmente desastroso". se trata, pues, de historia, no de naturaleza. Luego ha habido otro paréntesis, mucho más largo, pero breve si se lo compara con una continuidad milenaria: entre 1931 y 1975.

También he tratado de entender la existencia de un "republicanismo" en amplios grupos intelectuales y en los movimientos obreros, a pesar de la experiencia desoladora de 1873. La descalificación generalizada de la Historia de España llevaba a una hostilidad a la Monarquía; clericalismo y anticlericalismo tenían profundo arraigo desde el siglo XIX; actuaba también el prestigio de Francia; por último, la convicción de que la República es la forma "racional" o "lógica" de Gobierno -lo cual puede ser cierto si se piensa en la razón abstracta, acaso no si se tiene en cuenta la razón histórica-.

En mi breve libro me planteo también una cuestión que hoy se impone, pero que acaso hubiera debido surgir ya en 1931. Era justificado el descontento ante la dictadura de Primo de Rivera, sobre todo la irritación que sus desaciertos provocaban -lo recuerdo muy bien-, y ello envolvía a Alfonso XIII y por tanto a la Monarquía, al no haberse respetado la Constitución de 1876. Formulo así la cuestión: "No existía el Estado... Estaba ciertamente maltrecho. Era menester reconstruirlo, pero hoy parece dudoso que fuese aconsejable hacerlo desde los cimientos. Y acomete una duda, que debió surgir entonces: ¿quién podría reconstruirlo? ¿Había equipos con voluntad limpia y capacidad suficiente para querer y poder llevar a cabo la reconstrucción? Se trataba de cruzar una frontera decisiva, de entrar en tierra incógnita".

Lo que sucedió después es bien sabido, y lo recuerdo con la mayor precisión posible y con la veracidad exigible. Se engendró la discordia, la carencia de voluntad de vivir juntos, y ello llevó a los años más tristes y lamentables de nuestra historia, a la guerra civil, en que el heroísmo y la capacidad de sacrificio coexistieron con el odio y la criminalidad. La falta de inteligencia y de generosidad -que suelen ir juntas- fue la causa de la anómala prolongación de una situación que pudo y debió ser superada en un tiempo relativamente breve.

Lo que parece claro -a mí me lo pareció muy pronto- es que la única salida posible de la vieja discordia, la cicatrización de las heridas y la apertura de un camino nuevo y esperanzador, sería el establecimiento de la Monarquía, personificada en un Rey que lo sería de todos los españoles, que estuviese libre frente a la discordia, que no fuese heredero de ninguno de los beligerantes, que no debiese su elección a un partido que fuese el continuador de uno de ellos.

Una vez más se trata de razón histórica, no de ninguna "naturaleza", de ninguna política que pueda ser "consustancial" con un país. Estos planteamientos son absolutamente arcaicos, en todo caso me son ajenos, y no es correcta la simplificación de un pensamiento que se esfuerza por mantener el rigor y la fidelidad a lo real.

En mi libro, que trata de salvar lo enormemente valioso y positivo de la época estudiada, que reivindica el interés y los aciertos del periodo inmediatamente anterior, lo que se llama la Restauración, hay algunas quejas, que afectan a los hombres más ilustres y venerados por mí: en algunos casos se dejaron arrebatar por presiones sociales o por el simple malhumor -que es mal consejero, del que he procurado siempre librarme- para ir más allá de la evidencia, de lo que pensaban cuando se enfrentaban seriamente con los problemas.

La situación actual es más tranquila y serena. No estamos ante cuestiones particularmente dramáticas. Pero todas las situaciones históricas son delicadas, si se mira bien peligrosas, porque comprometen el futuro. Por eso reclaman pulcritud, rigor, escrupulosa veracidad. Me preocupan los intentos, tan frecuentes, de deformación de la realidad, de olvido o tergiversación de la historia, de su descarada suplantación y falsificación en muchos casos. Me preocupan también los silencios, las omisiones, la propensión a callar de los que tienen conocimiento y autoridad para afirmar la verdad y salir al paso de las falsedades. Son pecados "de omisión", tan graves como los demás, y acaso más peligrosos porque son más difíciles de descubrir, incluso por los que los cometen.

La destrucción de la historia es el instrumento más eficaz para dejar inermes a los pueblos, y por tanto convertirlos en masas inertes y manipulables. En esta época de pasión por la igualdad -inquietante cuando no tiene reparo en pasar por encima de la libertad y de las diferencias reales-, se está deslizando, sin que casi nadie lo advierta, una desigualdad injusta, que condena a la inferioridad a grandes porciones de nuestro país. Me refiero a las que son deliberadamente despojadas de sus más profundas pertenencias, del tesoro acumulado durante siglos, y que pertenece a todos por igual; de sus vinculaciones con el conjunto de España y con ese mundo amplísimo al que llamamos el mundo hispánico.

Ejercítese la imaginación; inténtese anticipar cuál puede ser la situación dentro de veinte años. No me sorprendería que fuese de honda desigualdad entre las diversas porciones, los miembros de España. Algunos habrán conservado su plena realidad, estarán en posesión de lo que los constituye. Si no reaccionan a tiempo, otros habrán perdido lo más sustancial de su patrimonio, se verán empobrecidos, con sus posibilidades reales menguadas. Espero que no consientan en el despojo que se está intentando sobre ellos.

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