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El despertar de la conciencia histórica
Empieza a haber una quejumbre por el abandono de las humanidades y muy especialmente de la historia, por su olvido, manipulación, tergiversación. He hablado largamente de todo esto, y tengo viva sensibilidad para los peligros que entraña. Pero percibo también algunos síntomas favorables, prometedores, que anuncian acaso una recuperación del sentido de la historia.
Se están produciendo al hilo de algunas conmemoraciones, del recuerdo de centenarios, por ejemplo. El de la muerte de Carlos III fue fecundo; se recordaron entonces aspectos desatendidos u olvidados de nuestra historia; algo parecido sucedió en Francia en el segundo centenario del comienzo de la Revolución. En España, en torno a la figura del Rey, fue surgiendo una imagen más rica y precisa del siglo XVIII, cuyo conocimiento ha avanzado de manera impresionante en los últimos cuarenta años.
No ha faltado un intento de reconstrucción análoga al cumplirse medio milenio de la "Gramática castellana" de Antonio de Nebrija. Y podría decirse que el ejemplo máximo, el del descubrimiento de América, en ese mismo año 1492, si no fuera porque la conmemoración estuvo rigurosamente "minada" por una voluntad de destrucción y desfiguración, que contó con una larga serie de complicidades, que empañaron lo que pudo haber sido un estímulo para la veracidad y la apertura de nuestro horizonte común con la totalidad del mundo hispánico.
Ahora, la proximidad del 98 está haciendo que los ojos se vuelvan hacia la situación de hace un siglo. Desde hace un par de años ha empezado una múltiple consideración de lo que significó aquel momento histórico, y el intento de comprenderlo ha obligado a mirar hacia el periodo anterior y las consecuencias, es decir, los comienzos del siglo que va a terminar pronto.
Empieza a aparecer la figura de la Restauración, con mayor riqueza que antes, sin reducirla a unos cuantos esquemas, algunos ingeniosos, otros caricaturescos, en todo caso insuficientes. Se está haciendo un examen de lo que fueron los grandes escritores de la llamada "generación del 98", y de lo que han seguido siendo; se van viendo sus consecuencias, sin caer en la tentación de algunos historiadores que han tratado de ellos, pero "después" de presentar la época, es decir, sin hacerlos aparecer como un elemento decisivo de ella, que permite entenderla.
Todo esto es alentador, y no debe pasarse por alto. La propensión a retener solamente lo negativo, además de ser un error, es algo peligroso, que compromete el futuro. Cuando lo bueno escasea, es imperativo conservarlo celosamente y procurar que fructifique.
Sin embargo, hay que reconocer que todo lo que he enumerado ha quedado reducido a los propios estudiosos o a las minorías que tienen curiosidad y sensibilidad histórica. No ha refluido sobre la sociedad española en su conjunto, no ha conseguido que sus habitantes se sientan de manera más adecuada, ni siquiera respecto a las porciones de nuestra historia que han sido objeto de un tratamiento inteligente y valioso.
Hay varios motivos para ello, sobre los que quiero llamar la atención. El primero, y más importante, es la ignorancia generalizada en que se vive. Un número altísimo de españoles carece de toda idea coherente y mínimamente adecuada de lo que ha sido España, y por tanto de lo que es, y más aún de lo que puede ser. Tengo la impresión de que esto no es "privilegio" exclusivo de España, sino que se puede aplicar, con matices, a otros países; pero esto está lejos de consolarme, sino todo lo contrario.
La consecuencia de esta ignorancia es que las parciales iluminaciones de fragmentos de nuestra historia no tienen dónde alojarse en las mentes individuales, y no "prenden", es decir, no tienen fecundidad, que es lo que verdaderamente importaría. Quedan aisladas, en cierto modo inoperantes, eslabones sueltos de una cadena rota, que sería menester recomponer. Entonces tendrían pleno valor los esfuerzos acumulados en estos últimos años.
El segundo motivo es la fragmentación que indudablemente se está produciendo, no de España -esto es algo demasiado serio y fuerte-, pero sí de la conciencia de España. En unas cuantas regiones se está produciendo una actitud, suscitada y fomentada por exiguas minorías -no se olvide esto-, de "no tener que ver" con la totalidad de la historia española, de que ésta "no va con ellos". El que esto sea una falsedad descomunal no tiene consecuencias apreciables, porque se superpone a la ignorancia antes mencionada. Sobre ese territorio desierto y vacío, cualquier cosa que se diga con despliegue de medios y la necesaria insistencia es aceptada y puede arraigar. La ignorancia general es la "tabula rasa" con la cual cuentan todos los manipuladores.
Estos son los factores que podríamos llamar "internos" y que perturban lo que podría ser un renacimiento de la conciencia histórica, de la toma de posesión de nuestra realidad. Hay que ver que los efectos recaen desigualmente sobre las diversas porciones de nuestra sociedad: en menor grado sobre las personas o grupos que aprovechan esas iluminaciones y tienen una imagen aceptable de lo que son; en grado máximo sobre los que son objeto preferente de ese empobrecimiento, y que padecerán sus consecuencias en forma de una inferioridad difícil de superar y curar.
Hay que añadir todavía otros factores, que en buena medida tienen un origen exterior. Ciertas ideologías tienen hostilidad a la historia, porque no creen en la libertad del hombre y lo reducen al resultado de una combinación de mecanismos, en última instancia "naturales". Por si esto fuera poco, han impuesto una visión negativa del torso de la historia europea -y del conjunto occidental-, por sentirse ajenas a los principios que la han engendrado. Esto fue decisivo en la descalificación de lo que empezó en 1492, sin duda lo más importante de la historia de España y lo más fecundo de la historia moderna, con una realidad existente e innegable que provoca el asombro de todo el que lleve los ojos abiertos y entienda algo de lo humano.
Como se ve, hay que introducir limitaciones a los síntomas esperanzadores del pasado reciente. Pero ello debe llevarnos a retenerlos como algo precioso e intensificarlos. Y, sobre todo, a intentar poner remedio a las causas que han disminuido su eficacia, que han impedido su expansión, que siguen siendo un obstáculo para que reanudemos ilusionadamente una historia que consiste en algo vivo, inseguro, dramático y creador, como todo lo humano.
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