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Dos viejas frases

Hace cuarenta, acaso cincuenta años. decía yo a veces : "En España no se dice lo que pasa, sino que pasa lo que se dice". Por las mismas fechas, después, solía decir también: "No hay que hacer caso de lo que se dice ni casi de lo que pasa, porque tampoco es verdad".

Con ello expresaba mi malestar por las frecuentes relaciones entre la realidad y lo que pretendía expresarla; en otros términos, por el estado de la verdad. A lo largo de tantos decenios ha habido altibajos, fluctuaciones de todo esto. Se podría haber trazado una curva, análoga a las de la fiebre, y que reflejaría con bastante aproximación el nivel de salud de nuestra sociedad.

Ha habido ciertos momentos en que la verdad se ha impuesto en un grado apreciable; la fuerza de las cosas evidentes ha sido mayor y ha hecho más difícil su encubrimiento. En algunas épocas ha existido algo todavía más interesante: un afán -al menos parcial- de veracidad, o bien una repugnancia a la mentira. Sería interesante, y muy iluminador, reconstruir la historia reciente según este criterio.

Ha habido un decenio, el de los años 70 para usar un número redondo aunque inexacto, en que se acentuó la posibilidad de la veracidad, y acaso hasta la oscura necesidad de ella. Adviértase que dentro de ese periodo aconteció el gran cambio político, lo cual indica que no se trataba primariamente de política, sino más de sensibilidad moral, que fue lo que hizo posible la manera de realizarse ese cambio. En 1974 empecé a escribir artículos muy concretos sobre la situación española -que aunque extremadamente improbables, fueron posibles-, y que llevaban un titulo general: "Hacia 1976".

Después ha habido un nuevo distanciamiento entre la realidad y su presunta expresión, causa principal del evidente deterioro de la sociedad española, que tan difícil va a ser remediar. Desde varios frentes con diversos propósitos, se ha producido un desprecio a la verdad -es decir, un desprecio a las personas-, de consecuencias muy graves, aunque no irreparables.

Varios factores han contribuido a que esto suceda. El más importante, el enorme incremento de poder y eficacia de los medios de comunicación, cuyo alcance ha sido extraordinario. Todo ello favorecido por algo tan precioso como la libertad de expresión, la ausencia de censura. Se dirá que esto hubiera debido permitir corregir todo abuso, mostrar las falsificaciones cuando se produjeran, restablecer los derechos de la verdad y el derecho a la verdad. Pero hay que preguntarse en que manos han estado esos instrumentos, quién ha dispuesto de ellos, quiénes han "madrugado" para establecer situaciones difíciles de modificar.

Añádase a esto la insolencia -creo que es la palabra justa-, con que algunos grupos se han apoderado de representaciones que no les pertenecían, ni les pertenecen, y han inducido en los demás un temor a discrepar, cono si fuese un pecado o un delito, tal vez una traición. Este ha sido el mecanismo principal de las desfiguraciones nacionalistas en todas las regiones que han encontrado algún pretexto para ello, en distintos grados.

Se dirá que esto, que es resultado de una serie de "sorpresas", debería haber sido efímero y haber pasado pronto. No se cuenta con la fuerza de los "hechos consumados", que Hitler mostró para siempre, y sobre todo con la vulnerabilidad e indefensión de los ignorantes, que son tantos y por supuesto los niños o muy jóvenes.

Inténtese hacer un recuento de lo que mayoritariamente -aunque no exclusivamente- han leído, oído o visto en las pantallas millones de españoles para los que no era fácil distinguir entre la verdad y la falsedad.

Son muchos los que se encuentran en lo que hace mucho tiempo llamo "estado de error", algo gravísimo, porque es "donde" se vive. Ciertamente es parcial y no afecta a la totalidad de la vida, pero sí a porciones decisivas de ella, y de manera desigual, cuyas consecuencias se manifestaran con el paso del tiempo.

Puede parecer, por lo dicho hasta aquí, que el horizonte es muy oscuro y cerrado, pero no lo creo así. Pienso que estamos empezando a salir de la situación que he descrito, y que precisamente el horizonte tiende a despejarse, con algunas condiciones, la primera que se quiera en serio abrirlo.

Creo que hay que buscar el remedio precisamente allí donde ha surgido la dolencia: hay que aprovechar la libertad de expresión -para mi irrenunciable, siempre añorada y casi siempre alcanzada aun a costa de precios considerables-, y la potencia de los medios de comunicación.

Lo que se dice, verdadero o falso, logra inmensa publicidad, alcanza a cientos de miles o acaso millones de personas. La falsedad suele prosperar, y con gran frecuencia quedar impune. Pero esto ultimo no es necesario. Ya no es verdad aquello de que "verba volant", las palabras vuelan. Todo queda grabado, registrado, acompañado casi siempre de la voz, el gesto. Se puede volver sobre ello. Hace medio siglo estudié teóricamente lo que es "opinión pública", a diferencia de las múltiples, y siempre existentes opiniones privadas. No hay opinión pública si no es "consabida", si cada uno no sabe de algo de lo que lo saben los demás. Pero hace falta otra condición que se pueda volver sobre lo dicho, que se pueda recurrir a ello, recordar, incluso y principalmente al Poder, lo que ha dicho antes.

Estos requisitos se cumplen en la actualidad. La difusión asegura el conocimiento general; la perpetuación de palabra e imágenes permite volver sobre todo ello. Si algo se discute, si se acumulan afirmaciones o negaciones, cuando las cosas quedan claras, se puede probar dónde está la verdad, se puede y se debe recordar lo que se había dicho en vano o en falso, y esto debe acarrear el desprestigio, el restablecimiento de la realidad efectiva, y por supuesto el crédito de quien lo merezca.

Si esto se hace, quedarán abiertos los caminos del porvenir, volverá a haber el futuro que parecía despejado y que se fue enturbiando a fuerza de ignorancias, temores y complicidades. Hace veinte años escribí un libro titulado "España en nuestras manos". Se ha podido dudar si seguía siendo así. En alguna medida ha parecido que ya no era cierto. Lo que me parece evidente es que esta en nuestras manos el que vuelva a tener ese título su verdad resplandeciente. No tendremos disculpa si, una vez más, la dejarnos escapar. Pero no se olvide el viejo dicho popular; resultado de larga experiencia: al que algo quiere, algo le cuesta.

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