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El estremecimiento

Hace un siglo, el 17 de abril de 1897, nació Thornton Wilder, que murió el 7 de diciembre de 1975. Es el escritor americano de nuestro tiempo a quien prefiero; dentro de la lengua inglesa, pondría a su lado a C. S. Lewis (1898-1963), casi exactamente coetáneo.

Empecé a leer a Wilder en plena guerra civil española, en 1936 ó 37: "El puente de San Luis Rey", en su traducción española; después, ya siempre en inglés, he leído y releído -la gran prueba- creo que todos sus libros. En 1956, cuando enseñaba filosofía en Yale, tuve la fortuna de conocer a Thornton Wilder; almorzamos en la Universidad y hablamos largamente. Era un hombre tímido y muy educado: aunque era un distinguido hispanista, gran conocedor de Lope de Vega, hablamos en inglés.

Lo seguí leyendo, con admiración y entusiasmo; sus libros se iban espaciando con cierta lentitud; un día decidí hacer uso, por primera y única vez, de mi derecho, como miembro de la Real Academia Española, de presentar candidaturas al Premio Nobel de Literatura; no me sorprendió que no le fuera concedido. El 13 de abril de 1975 escribí al secretario de la Academia Sueca, en inglés, la carta que ahora traduzco:

´Hace unos años tuve el honor de proponer el nombre del gran autor americano Thornton Wilder como candidato al Premio Nobel de Literatura.

´Me refiero a las razones incluidas en mi carta anterior de presentación. Creo que ahora hay una más: Thornton Wilder publicó en 1973 uno de sus mejores libros, "Theophilus North", una novela autobiográfica que, en mi opinión, es una de las mejores realizaciones literarias de nuestro tiempo.

´Este libro transmite toda la experiencia de la vida, dramatismo, ironía, humor y destreza literaria que caracterizan el arte de Wilder desde el comienzo de su carrera.

´Thornton Wilder nació en 1897; es el único superviviente de una ilustre generación de escritores americanos que establecieron la literatura americana como creativa e independiente, no como una rama de la literatura inglesa (es decir, británica). En 1975 vemos esta literatura entre las más grandes. Otros grandes escritores de esta generación recibieron el Premio Nobel de Literatura; en mi opinión, Thornton Wilder lo merece tanto como ellos: espero que el mismo Premio le sea concedido antes de que sea demasiado viejo. De otro modo, temo que muchos sentirían en el futuro una impresión de injusticia.

´Creo estar de acuerdo con el espíritu de la Fundación Nobel al proponer a un escritor que no pertenece a mi país, ni siquiera a mi lengua. El nacionalismo debería estar excluido en asuntos referentes a la ciencia, la literatura o el arte.

´Sinceramente suyo, Julián Marías.

Ocho meses después de esta carta, que no tuvo consecuencias, murió Thornton Wilder. Sé que la agradeció, y acaso fue un motivo de alegría en sus últimos días. En su maravilloso libro "The Ides of March" ("Los idus de marzo"), el que yo prefiero entre todos los suyos y que pongo entre los más altos de nuestro siglo, hay dos versos del "Fausto" de Goethe, que Wilder puso al frente de su texto, como si fueran una clave:

"Das Schaudern ist der Menschheit bestes Teil,
Wie auch die Welt ihm das Gefühl verteure..."

Debajo los puso en inglés:

"The shudder of awe is humanity's highest faculty,
Even though the world is forever changing its values..."

No contento con esto, añadió una Glosa: "Del reconocimiento por el hombre con temor y temblor de que hay algo incognoscible viene todo lo que es mejor en las exploraciones de su mente, incluso aunque ese reconocimiento quede con frecuencia desviado en superstición, esclavitud y excesiva confianza".

Se ve hasta qué punto era importante para Wilder ese "estremecimiento" que se siente ante lo profundo, acaso incognoscible, lo que afecta a los últimos estratos de lo humano.

Pero todavía hay algo más. Recuerdo la impresión que me produjo un párrafo de Ortega algo anterior, de 1942, a propósito de la amistad entre el griego Polibio y el romano Escipión Emiliano. Dice así:

"No se trata de una beatería académica. Sobre haber yo creado el mote "beatería de la cultura", hay que la he perseguido sin descanso por todos los rincones. Durante casi cuarenta años, mientras he existido, me he extenuado, jornada tras jornada, a empujar a mis compatriotas y a todo el mundo de habla española hacia una cultura sin beatería, en que todo fuera vivaz y auténtico, que estimase lo estimable y cercenase lo falaz. Pero es menester que la gente deje de ser bestia y acierte a estremecerse cuando es hora de temblar, que no es sólo la de la muerte, sino siempre que hay a la vista algún síntoma de soberana humanidad. Otra cosa es aldeanismo y estolidez".

Goethe, Thornton Wilder, Ortega. ¿No es sorprendente su valoración del estremecimiento, la conciencia de su absoluta necesidad si se quiere cumplir la condición de lo humano?

Me asalta una hondísima preocupación. Pienso si no estaremos en peligro de la extinción en el hombre actual de la capacidad de ese estremecimiento. Se está produciendo una pavorosa trivialización de casi todo. Se trata de una ruptura de las raíces que ligan al hombre al fondo de su realidad. Es perceptible en esa realidad -que puede ser, no se olvide, superior- y que se llama la política, convertida casi siempre en un mecanismo de alcanzar y retener el poder, en lugar de ser el arte de conducir a las colectividades humanas hacia su perfección y, sobre todo, su autenticidad. Lo que pomposamente se llama "cultura" corre el riesgo de limitarse a acumulación de noticias, a erudición o a un conjunto de técnicas que, precisamente, no se estremecen al poner sus manos en lo más radical de la humanidad. Incluso la religión -y sobre todo su enseñanza-, tiene la tentación de eludir su núcleo misterioso, aquel en que se roza el abismo de la última realidad, que suscita el más profundo de todos los estremecimientos posibles, el contacto, aunque sea en forma problemática, con la raíz misma de lo real, con el sentido radical de esa palabra, también trivializada, realidad.

Acaso he tocado, de la mano de tres hombres egregios, el problema más hondo de nuestro tiempo, aquel que ni siquiera se menciona, y en eso consiste justamente su gravedad. El día -si llega- en que el hombre recobre esa posibilidad del estremecimiento ennoblecedor, se habrá iniciado el camino de la salvación de esa realidad -precisamente estremecedora cuando se la adivina y entrevé- que es la persona.

Ahora en...

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