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Primera necesidad

Se está consolidando la evidencia de que la formación intelectual de los estudiantes españoles es muy deficiente. Las autoridades educativas lo reconocen y prometen poner remedio. Las responsabilidades son muchas, antiguas y recientes, y prefiero no buscarlas, entre otras razones porque son bien notorias. Más interesante es examinar las consecuencias de esa situación y ver cómo se puede salir de ella.

Habría que preguntarse por qué, a los veinte años de haberse recobrado la libertad política, de haberse realizado lo que era la gran esperanza de la mayoría de los españoles durante varios decenios, se ha llegado a un estado de depresión y pesimismo que a nadie se le oculta. Las posibilidades son incomparables con las del pasado; la ilusión ha descendido en un grado que me parece alarmante. Hoy predomina un "negativismo" que impide ver hasta los elementos favorables y las mejoras que se están realizando. Se ha perdido la confianza en la apertura del horizonte, a pesar de que en cierta medida ha estado abierto y han desaparecido las limitaciones existentes.

Existe en grupos sociales muy activos y organizados la voluntad de desvaloración de todo lo español; oscuros rencores, sentimientos de inferioridad -aliados en ocasiones a superioridades parciales, por ejemplo económicas-, vinculación a ideologías que se consideran extrañas al torso de las trayectorias españolas, envidias ocasionales cuando se trata del presente, todo eso funciona con notoria eficacia, a pesar de la desproporción entre la realidad de esos factores y el conjunto de la nación.

Se preguntará cómo esa operación es posible, cómo puede alcanzar resultados de volumen inesperado. Creo que lo decisivo es el desconocimiento de la historia, su ya antigua desfiguración, que ha llegado a grados increíbles en los últimos años. Me refiero primariamente a la historia de España, pero no sólo, porque el desconocimiento de la historia universal produce "provincianismo", del mismo modo que la ignorancia de la de España lleva al "aldeanismo". Si no se tiene una idea aceptable de Europa, de América, del conjunto de la humanidad en sus diversas formas, se cree que lo que se ve es "exclusivo" de España, y se carece de términos de comparación.

Hay innumerables deficiencias en la formación de los estudiantes españoles, desde las matemáticas -increíblemente desdeñadas por algunos, lo que prueba que a su desconocimiento se une la ignorancia de lo que son y de todo lo que hacen posible- hasta la filosofía, la lengua, la literatura. Pero en mi opinión la historia significa la primera necesidad, porque su ignorancia impide saber dónde se está, de dónde se viene, quién se es y a dónde se puede ir. Y es lo que da sentido a las demás disciplinas, lo que justifica su interés y además las hace inteligibles.

No sería posible despreciar la matemática si se supiera cómo, a lo largo de los siglos, ha hecho posible casi todo lo que se posee hoy, lo que permite ese inverosímil desdén. La filosofía, sobre todo en la juventud, es incomprensible sin su historia, en la cual se encuentra la justificación de cada una de las doctrinas que se han ido creando y han tenido que corregirse y superarse en un argumento inteligible, sin lo cual se convierte en una serie de opiniones sin justificación y que pueden parecer arbitrarias.

Otro tanto puede decirse de la literatura. En el caso de la española, su enorme riqueza data de una continuidad de ocho siglos por lo menos, sin interrupciones ni casi descensos, con una dilatación ya antigua fuera de España, en el inmenso ámbito de la lengua española. No se entiende la del presente si no se la ve como consecuencia de una tradición remotísima, que permite a los países hispanoamericanos tener un pasado literario que se remonta a siglos anteriores al descubrimiento de América, que les pertenece en propiedad, tanto como a los españoles.

Y esta literatura, como la lengua misma, se entronca con la latina, y como en ella iba incluida la presencia de la griega, y ello nos remite a toda la tradición occidental, sin la cual se es un primitivo, aunque se esté atiborrado de noticias.

Los hombres de nuestro tiempo, no sólo en España, pero desde luego en España, están en su mayoría segregados de las raíces de su realidad. No se puede pretender que todos conozcan el latín y el griego, pero deberían familiarizarse con estas lenguas grandes minorías, y son inexcusables entre los universitarios que aspiren a una formación humanística. El acceso a la cultura clásica es posible, aunque de modo deficiente, por medio de traducciones. Y hay un caso en que la necesidad de ellas es evidente: la formación teológica, porque la máxima parte de la teología se ha escrito en griego o en latín -en esta última lengua, hasta hace poco tiempo. Esto, sin mencionar el conocimiento directo de la Escritura.

Para volver a la historia, hay que saber que en España ha tenido un admirable desarrollo en nuestro siglo. La que escribió Rafael Altamira no ha encontrado equivalente después. Ha habido admirables libros sobre las diferentes épocas, empezando por don Ramón Menéndez Pidal, que aclaró tantas cosas y no confundió ninguna, lo que no podría decirse de otros ilustres cultivadores que mezclaron los aciertos con la arbitrariedad. La Edad Media, el siglo XVIII, América, se conocen hoy incomparablemente mejor que hace medio siglo.

Sería menester un libro breve, claro, atractivo, que presentara el conjunto de la historia española con precisión y rigurosa veracidad. Un libro que pudiera estar en todas las manos, que diera la información necesaria en forma clara y fácilmente recordable; una historia con personas y narración de sus hechos, de los aciertos y los errores, dentro del marco en que España ha vivido siempre, no como una isla sin conexiones.

Y habría que añadir, por parte de los historiadores, una decisión de no aceptar la mutilación, la tergiversación, la mentira pura y simple que se están practicando con increíble impunidad intelectual. Porque hay algo todavía más grave que la ignorancia y el desconocimiento: la instalación en las mentes de la falsedad. Esto entraña una corrupción que puede llegar a la esterilización, en ocasiones a la suplantación de la personalidad. Esta operación está en curso, incluso respecto al pasado reciente, obstinadamente desfigurado. Y hay que tener presente lo que puede ser la vida de los que ahora la están empezando, desde la ignorancia y el falseamiento o desde el conocimiento y la verdad.

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