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Un consejo de Goethe
Como casi todos los grandes escritores -aquellos que tienen intensa "calidad de página"- Goethe fue capaz de acuñar expresiones refulgentes, que pueden vivir incluso aisladas de su contexto. Ortega "se dijo" muchas veces por palabras de Goethe, en una relación infrecuente, que un día intenté poner en claro. Una de las frases de Goethe que gustaba de repetir era esta: "Lo que heredaste de tus padres, conquístalo para poseerlo".
La riqueza o pobreza vital de los hombres depende en increíble medida de que sigan o no ese consejo goethiano. Se podría medir el grado de realidad de diversos pueblos según esta norma; para uno, las diferencias en distintas épocas pueden ser enormes. Me ha preocupado siempre lo que pasa con lo que más me afecta, es decir, con los españoles. Y al decir esto no olvido que su herencia no se reduce a España, ni de lejos, pero que a través de España se ha de recibir, asimilar y acaso poseer.
Personalmente me he esforzado a lo largo de toda mi vida por conocer, repensar, comentar, comunicar, la espléndida herencia que nos pertenece. Si no me equivoco, en este siglo, cuando paradójicamente esa posesión podría ser más completa y fácil, se asiste a una renuncia de pavorosa extensión.
Es cierto que las herencias se pueden aceptar "a beneficio de inventario", porque pueden consistir en deudas o bienes mal adquiridos. Ese inventario es esencial cuando se trata de historia, y por eso es imperativo el conocimiento lúcido y crítico de lo que se nos trasmite. Pero esto es lo que rara vez se hace.
Hay que conocer y poseer la totalidad de la tradición española, por supuesto con sus raíces, con todo lo venido de fuera, hasta el pasado remoto, que la constituye. Esa "conquista" que pedía Goethe exige que lo "propio", lo inmediatamente recibido o legado, venga acompañado de lo circundante y de sus raíces vivificantes. Y esto es lo que falta con enorme frecuencia en casi todo el mundo, y es la causa de la profunda incultura -si vale la expresión- que es uno de los primeros motivos de la decadencia cada día más amenazante, aunque siga creyendo que todavía es evitable.
En el caso de España, la situación es de suma gravedad. La ignorancia que pudiéramos llamar "normal", el hecho de que se saben pocas cosas, viene reforzada por la pereza -pecado capital en que rara vez se piensa y que explica tantas cosas-, y por el extraño prestigio que hoy tiene la ignorancia. Pero todo esto, con ser mucho, es lo de menos.
Lo más inquietante es el tenaz esfuerzo que se lleva haciendo por parte de unos u otros grupos, aparentemente dispares y aun opuestos, para eliminar grandes porciones de esa herencia; y el relevo de esos equipos lleva a su volatilización total. Si se hace un examen del estado de las mentes, se descubrirá la frecuencia de la extrema pobreza.
Tiene vigencia generalizada, si no universal, la idea de que nada español vale la pena, y como el conocimiento real de lo extranjero -y no digamos de lo antiguo- es muy escaso, se da por supuesto que eso es valioso, pero no forma parte de la realidad de innumerables personas. Muy principalmente de aquellas que por poseer "dos onzas", como decía Cervantes, de alguna disciplina secundaria, se instalan en la pedantería y descalifican pontificalmente todo lo que ignoran.
Es urgente, creo que en todo el mundo conocido, superar esta situación, que no conduce a nada deseable. Tengo la impresión de que entre nosotros está cuajando la conciencia de que es así, y de que va a producir una intensificación del encarnizamiento destructivo por parte de los que piensan que en una España más rica intelectualmente tendrían muy escaso porvenir.
Pero esto, tan necesario y valioso, no es suficiente. En la frase de Goethe hay un verbo esencial: "Conquístalo". No se trata de mera recepción pasiva de una herencia, ni siquiera de su análisis o inventario. Hace falta la conquista, la reacción activa a ese legado. Y esto sólo puede hacerse desde una actitud "creadora". Cuando algo ingresa efectivamente en la vida, produce ciertos efectos: empieza a convivir con lo que había antes, lo modifica, suscita reacciones desde distintos niveles. La simple lectura de un libro, si tiene realidad, actúa sobre el conjunto de todo lo anterior y lo transforma.
Hay un verbo de decisiva importancia: "repensar". Cuando algo ingresa en la mente, su posesión requiere la reconstrucción de los movimientos o procesos mentales del autor. El privilegio de la poesía es que la forma métrica o rítmica del verso obliga a rehacer lo que fue su creación original. De ahí la confianza de Unamuno en sus versos: "Cuando me creáis más muerto,/retemblaré en vuestras manos". Pronto se verá que el desdén de hace unos cuantos decenios por las formas tradicionales del verso era un error, que se está pagando con el olvido de gran parte de la poesía reciente: de muchos poetas nominalmente famosos nadie recuerda ni un solo verso.
Repensar no es forzosamente innovar. Algunos podrán y deberán hacerlo. La mayoría deberán "volver a pensar" activamente, desde sí mismos, lo que han recibido; así lo poseerán, lo harán "suyo". He dicho muchas veces que la lectura de un libro de filosofía tiene que ser filosófica, y el lector se enriquece con una filosofía que no ha inventado ni formulado, pero que le pertenece plenamente.
El consejo de Goethe, si verdaderamente lo repensamos, si desde nuestra situación y nuestra experiencia, lo repetimos, resulta todavía más interesante y fecundo. Y a la vez experimenta una importante modificación. "Lo que heredaste de tus padres, conquístalo para poseerlo", dice Goethe. Habría que entenderlo con una ligera modificación: "Conquístalo para poseerte". No se trata solamente del legado, de la herencia; se trata de uno mismo, de la propia realidad. Al tomar posesión de la herencia se llega a ser lo que verdaderamente se es. "Llega a ser el que eres", fue el consejo imperecedero de Píndaro, renovado por Fichte, contemporáneo de Goehte: "Werde, der du bist."
Es algo más que información, cultura, madurez. A última hora, lo que está en juego es nuestra realidad. Sólo falta un detalle más, que me parece decisivo. La distinción entre "lo que" se es y "quién" se es. Hay que trasladar todo lo dicho, más allá del repertorio de los recursos, de aquello que encontramos y hemos recibido, a ese núcleo último que consiste en proyecto, vocación, necesidad de ser "alguien" y no "algo", irreductible a todo, más allá de toda cosa, con absoluta unicidad, sea cualquiera la propia modestia; en suma, una persona.
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