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La incorporación máxima

He usado mucho el concepto "in corporación" para entender la formación de sociedades. El origen está en la "Römische Geschichte" de Mommsen, que empleó el término griego "synoikismós". Ortega recordó en "España invertebrada" que en la traducción francesa de su libro prefirió Mommsen el término "incorporación"; Ortega ve España como un doble sistema de incorporaciones sucesivas, que culmina en la de los dos grandes reinos, Castilla y Aragón, para formar la nueva nación, España.

Suelo contraponer "incorporación" a "anexión"; en ésta, una sociedad mayor o más fuerte engloba y absorbe a otra menor, que desaparece como tal y queda incluida en la primera. La incorporación, en cambio, consiste en que dos o más sociedades se unen para formar una nueva y superior, dentro de la cual permanecen y subsisten las partes integrantes. Sería interesante ver si las diversas naciones europeas se han formado por incorporaciones, como España, o en mayor o menor medida por anexiones.

Europa como tal ha sido siempre un continente "transitivo", interesado por lo distinto, sin duda por deseo de poder o enriquecimiento, pero sobre todo por curiosidad, por afán de aventura, en suma, por altruísmo. Europa es sobre todo un verbo, europeizar, y casi todo el mundo está europeizado en alguna medida. Europa ha sido siempre "transeuropea".

Sobre todo, tres países: España, Portugal e Inglaterra. Además de los países "europeizados" hay los que han sido "engendrados" por Europa. Principalmente, América, pero luego se han ido añadiendo algunos países más. En el continente americano, en el Nuevo Mundo, los tres países originarios han dado los principios de organización, las tres lenguas de América, español, portugués e inglés, las normas jurídicas, las estructuras políticas, la religión, las formas urbanas, artísticas, literarias, un amplísimo repertorio de usos.

Pero no exclusivamente. Por colonizaciones secundarias y parciales, por una interminable serie de inmigraciones, los demás países europeos -y posteriormente otros no europeos- han participado en la formación de América. El mundo americano ha recibido el influjo de Europa entera, ha sido engendrado por su conjunto. Con la esencial diferencia, que tendrá que ser admitida por su evidencia, de que en la porción septentrional del continente americano se trató de un "trasplante", el establecimiento en suelo americano de sociedades europeas para formar otras también europeas; mientras que en el resto del continente se realizó un "injerto", la introducción de elementos vivos europeos, españoles y portugueses, en las sociedades americanas, con el resultado de la formación de otras que no eran las primitivas, pero tampoco europeas, sino americanas "hispanizadas".

En todo caso, la obra más fecunda y original de Europa ha sido haber engendrado países con los cuales se ha fundido en una unidad superior envolvente. Es lo que llamamos Occidente.

Es mucho más real que Europa y América. Desde hace muchos años pienso y digo que ambas son los dos "lóbulos" de Occidente, distintos e inseparables, insuficientes, que se necesitan y completan, que disminuyen cuando se aislan y no cuentan con el otro.

Una consideración más detenida y profunda de la cuestión lleva a caer en la cuenta de que se trata de la "incorporación" máxima de la historia. Lo que a escala menor ha sucedido en países concretos -con especial evidencia en España-, se ha realizado desde fines del siglo XV con proporciones mundiales. He insistido en la participación de Europa entera, aunque desigualmente, en la constitución de América. El punto de partida fue español, y probablemente ello fue decisivo para que se introdujera lo que podríamos llamar el espíritu de incorporación. Terminado el proceso en España, se prolongó en el Nuevo Mundo. Se llevó a él la religión, la lengua, la cultura, los usos dominantes, las leyes de Castilla -y, cuando se advirtió la diversidad de situaciones, las Leyes de Indias-.

No se trató de "colonias" -término inexacto utilizado sobre todo después de la independencia, por imitación de la colonización francesa e inglesa en Asia y África-, sino de "reinos" gobernados por virreyes -"estos reinos, esos reinos", decía Felipe IV hacia 1630, y añadía que España era "parte moderada de la Monarquía"; los reinos americanos eran provincias de las Españas-.

Éste fue el principio de la incorporación, el catalizador de ese inmenso proceso. Cuando se realiza la independencia de los Estados Unidos, en el último tercio del siglo XVIII, la nueva República tiene la evidencia de que convive con España, es decir, con la América que es la porción transatlántica de la Monarquía española de Carlos III.

El Brasil se había dilatado enormemente hacia el oeste, más allá de lo que autorizaban los tratados, porque durante el reinado de los tres Felipes, II, III y IV, entre 1580 y 1640, España y Portugal eran la misma Corona, y no hubo reparos a la expansión portuguesa más allá de los límites legales.

Sería interesante aclarar si la visión que los Estados Unidos nacientes tenían de la Monarquía española en los dos hemisferios fue un factor decisivo en su relación con la Gran Bretaña, desde los comienzos hasta la "special relationship" que tan importante papel desempeña en la política de los últimos tiempos. Algo que faltó durante mucho tiempo en la actitud de las naciones hispanoamericanas después de su independencia.

Echo de menos un pensamiento adecuado sobre Occidente. La sombra de aquel espléndido libro de Oswald Spengler, "Der Untergang des Abendlandes" ("La decadencia de Occidente") ha pesado demasiado. Espléndido libro, es cierto, pero afectado por errores graves, el primero de los cuales era un "naturalismo" que tantas veces se desliza en la comprensión de lo humano y lo esteriliza todo, cada vez más, si no me engaño, precisamente cuando se ha descubierto plenamente, por vez primera, la peculiaridad de la vida personal.

Occidente no está en decadencia; si lo está, ¿qué habría que decir del resto? Es curiosa la escasa presencia de ese concepto, hasta de ese nombre, en el mundo actual. El "europeísmo a ultranza" ha consistido durante muchos años en un seudónimo del antiamericanismo. Distraídos por los dos "lóbulos", se olvida aquella realidad superior a la que pertenecen, de la que reciben lo más vivo de lo que son.

En 1930, Ortega señalaba la insuficiencia de las naciones europeas y reclamaba la Unión Europea, el establecimiento expreso de su ya vieja unidad. Actualmente, el horizonte real y no fingido es Occidente. Hay que pensarlo, entenderlo, tomar posesión de él en su conjunto y con todas sus posibilidades. Creo que puede ayudar verlo como lo que es: la culminación mundial de los innumerables procesos de incorporación que constituyen lo más fecundo de la historia.

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