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El siglo XX

Se habla mucho del siglo XXI, ya tan cercano. Esto es normal; hace cien años el mundo se llenó de menciones del "siglo futuro" o más precisamente del "siglo XX". Se produjo un curioso "patriotismo histórico": los más jóvenes auguraban maravillas del siglo que se anunciaba, y daban por supuesta su superioridad sobre el XIX; los más viejos, que se sentían adscritos a éste, persuadidos de sus excelencias, que veían como "propias", desconfiaban del inminente porvenir.

No es fácil decir quién tenía razón. A mediados del siglo todavía presente, alguien habló de "el estúpido siglo XIX"; hubo quien llegó a más: "El maldito siglo XIX". La causa de esta maldición era la democracia y el liberalismo, o, según la expresión favorita, lo "demoliberal". Ranke solía decir que todas las épocas están igualmente cerca de Dios, y esto parece más razonable, aunque en algunos momentos parecen estar "dejadas de la mano de Dios".

El siglo XX, cronológicamente igual que los demás, cien años justos, parece enormemente largo, a causa de la aceleración de la historia. En él han acontecido innumerables cosas, muchas de ellas de extremada importancia y alcance, y que han afectado a inmensas porciones del mundo, o a su conjunto. Me parece esencial reflexionar sobre él, tomar posesión de su contenido, retener sus logros y aciertos -increíbles, no lo olvidemos-, ver con claridad sus errores, indagar sus causas, para poder evitar otros que pueden amenazarnos en el futuro.

Unos cuantos acontecimientos están invitando a ello. La supresión del Telón de Acero, la caída del muro de Berlín, la desaparición -incompleta- del comunismo, la disipación del temor a una tercera guerra mundial, la formación de la Unión Europea, todo esto invita a hacer un balance, a volver los ojos hacia la centuria que termina y tratar de comprenderla. Es empresa difícil y que requerirá un ejercicio enérgico del pensamiento, de lo que no estoy muy seguro. Me sentiría mucho más esperanzado si viera que se está poniendo en práctica con la necesaria intensidad y con la pulcritud mental exigible.

Siempre he creído que los grandes problemas se pueden fragmentar, a reserva de avanzar desde las partes hasta el conjunto, cuando se ha alcanzado la claridad necesaria; lo que los matemáticos llaman "integración por partes" se puede aplicar a otras cuestiones. Hay algunos síntomas de que se esté intentando comprender el siglo XX español. Por ahí podríamos empezar.

Este año 1997 se recuerda el centenario de la muerte de Cánovas, y esto obliga a hacer cuentas de la Restauración, que fue la fase final del XIX y la primera de nuestro siglo. Sobre ella se había hablado con demasiada frivolidad, con descalificaciones injustificadas, procedentes de la "rivalidad" entre épocas o del desconocimiento. Se están viendo los grandes méritos de la Restauración, en tantos sentidos ejemplar, sin que se nos oculten sus deficiencias y errores, igualmente evidentes.

Por si esto fuera poco, está presente en todas las mentes la fecha de 1898; se están haciendo ya esfuerzos muy valiosos para poner en claro lo que sucedió hace un siglo; se ve con absoluta evidencia que la guerra con los Estados Unidos y la pérdida de los restos de la España ultramarina no fue lo que dio contenido a la innovación de la generación del 98, sino que su espíritu, su actitud, existía ya tres o cuatro años antes, y por tanto los sucesos bélicos y políticos fueron sólo el "revelador" de la innovación que se estaba gestando, del espíritu que se anunciaba, del comienzo de la época presente.

Hay un considerable número de historiadores competentes y veraces, gracias a los cuales se puede saber con rigor lo que ha ido sucediendo desde entonces hasta ahora; podemos hacer "las pobres cuentas de mis ricos males", como dice Cervantes, que debe hacer España para no recaer en ellos. Por desgracia, está en curso una colosal falsificación de la historia, y no sólo de la reciente, que todavía no ha encontrado la respuesta adecuada, que corresponde sobre todo a esos historiadores, cuya intervención sería preciosa para la posesión de nuestro siglo.

Es menester reconstruir y valorar la extraordinaria transformación de la sociedad española desde hace cien años: el territorio, las formas urbanas, la supresión del ruralismo que parecía inseparable de los "pueblos", la mayoría de los cuales son hoy ciudades o despoblados, la elevación del nivel de vida, los cambios de la mujer, los vaivenes de la población, la evolución de usos y vigencias. El asombroso cambio de la movilidad espacial y social ha sido decisivo, y no creo que se vea con suficiente precisión.

¿Se tiene una idea clara de lo que ha sucedido en este siglo con la actitud religiosa de los españoles, y en particular de los eclesiásticos, con las epidemias de clericalismo y anticlericalismo, su extinción y algunos rebrotes recientes y extemporáneos? ¿Se puede medir lo que sabe -o ignora- el español medio, a lo largo de tantas transformaciones de la política educativa? ¿Se piensa en lo que significa la proliferación de Universidades, la multiplicación del número de estudiantes y profesores, el nivel real de todo ello?

Desde el punto de vista de la creación intelectual, literaria, artística, el siglo XX ha sido en España de inesperada riqueza y originalidad. Desde el comienzo dejó de ser "provinciano" y se convirtió en algo de dimensiones reducidas, ciertamente incompleto, pero en las cimas igual o superior al resto de Europa. A lo largo de los años, y sin real interrupción, se han ido acumulando las obras insustituibles, lo que se reconoce en algunos campos, aquellos que no requieren traducción y no expresan ideas u opiniones; así en las artes plásticas o en la música, que no son superiores a lo que han significado el pensamiento o la literatura.

La pereza y la envidia -que explican un alto porcentaje de la historia-, el partidismo, la perpetuación de la discordia engendrada hace tres cuartos de siglo, todo eso ha llevado a la deficiente posesión de lo que significa España en las formas superiores de la cultura. Nada es más urgente que el remedio de esta situación de empobrecimiento.

¿Por qué? Porque es de donde hay que "partir". El siglo XXI puede ser la continuación de lo creado en el XX o la confirmación de su ignorancia, la renuncia a lo que somos, a lo que podemos aportar al resto del mundo. Casi todo lo que tiene resonancia en este momento es la mera "imitación" de lo que se hace en otros lugares; lo peor es que el descenso es evidente en casi todo el mundo, y por ello se imita con gran frecuencia lo mediocre.

En estos años finales del siglo que todavía estamos viviendo nos jugamos la posibilidad de que el próximo sea una innovación, lo que pertenece a la condición misma de la historia, o una anacrónica recaída en el provincianismo.

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