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Personas y cosas

Siento vivísima emoción ante la hazaña que se está consumando en el planeta Marte. Un aparato humano, el "Pathfinder", explorador o descubridor de caminos, se ha posado en el suelo del remoto planeta, a la hora señalada y con asombrosa seguridad. De él ha salido un vehículo, llamado "Sojourner", que va a "permanecer" en el planeta, para visitarlo, recorrerlo, medirlo, comunicar a los hombres en la Tierra lo que ha "visto". Ver y decir, lo que buscaban los griegos, lo mismo que, según Herodoto, buscaba Solón en sus viajes.

Nuestra sensibilidad se está embotando a fuerza de prodigios. Pocos recuerdan, o con indiferencia desdeñosa, aquel día de 1969 en que el hombre puso por vez primera su pie vacilante, titubeante, en la Luna: se convirtió en "aquí" lo que había sido siempre un absoluto "allí". Me conmueve ver a esos hombres que, en el espacio exterior, fuera de sus vehículos, hacen reparaciones de sus averías, como un fontanero o un electricista de nuestra vecindad.

El dominio que el hombre ha alcanzado sobre las cosas es apenas creíble, y en los últimos años se ha multiplicado como no se había ni siquiera imaginado. Lo curioso es que esto coincide con una tendencia a la "dimisión" de lo humano; cada vez son más los que olvidan lo que es una persona y dan por supuesto que es una cosa más, semejante a las demás, cuando se trata de una realidad radicalmente distinta, irreductible a toda cosa, aunque inseparable de ellas, ligada esencialmente a ellas, empezando por su corporeidad y siguiendo por su mundanidad.

Se da por bueno que ciertas cosas -los hombres- manipulan otras y ejecutan con ellas prodigiosos actos. No son muchos los que ven que quienes han inventado, fabricado, lanzado, dirigido, vigilado el "Pathfinder" -y todo lo demás- son precisamente, "personas". Es decir, alguien -no "algo"- que puede decir "yo", que sólo en parte es "real", que consiste principalmente en irrealidad, proyecto, expectativa, anticipación de lo que no existe ni siquiera es seguro que exista alguna vez.

Las personas son primariamente imaginación, se mueven en lo que no es cosa, ni siquiera "es"; las personas viven en el sentido humano, biográfico, de la palabra, no sólo en el biológico; es decir, "acontecen" de manera dramática, insegura, hecha de posibilidades. Cada una de ellas es irreductible, no sólo a las cosas, sino a las demás personas, aunque sean inseparables de ellas y hasta sea posible una maravillosa "interpenetración" personal, justamente opuesta a la impenetrabilidad de los cuerpos.

Es decir, la realidad personal se contrapone rigurosamente a la de las cosas. Sin embargo, como el pensamiento, milenariamente, se ha ocupado de cosas, como se ha elaborado en su trato con ellas, y en él ha tenido los éxitos que acabo de mencionar, se ha producido una tendencia a la confusión de ambas formas de realidad, y ello ha llevado a una funesta "cosificación" de la visión de casi todo, y en consecuencia a una adaptación a ello de innumerables conductas humanas.

Mientras se cosechan éxitos crecientes en el manejo de las cosas -la técnica es la gran creación moderna, y en especial de nuestro siglo-, se desconoce por lo general la peculiaridad de la condición de las personas, y se olvidan los decisivos hallazgos, precisamente de nuestra época, para comprender su realidad. La inmensa mayoría de los que ejercen funciones de pensamiento muestran un extraño "analfabetismo" cuando se trata del modo de realidad de las personas.

Sería aleccionador -y pavoroso- un análisis de las categorías y conceptos que se utilizan para plantear los asuntos humanos; se vería que, con pocas excepciones, son enteramente inadecuados y no pueden dar razón de las realidades que se intenta conocer. Frente a los resultados de la técnica científica, los asuntos humanos presentan una inquietante colección de fracasos.

La reacción más frecuente ante esta situación es pedir la total extensión a lo humano de los métodos aplicados a las cosas. Con ello se perpetúa, probablemente se acentúa, la imposibilidad de dominar los problemas que más directamente nos afectan.

Creo que todas las disciplinas que tienen que ver con lo humano, con la condición personal, desde la psicología y la sociología hasta las llamadas "humanidades" y, si no me engaño, la teología, reclaman imperiosamente una revisión de sus métodos, una orientación hacia sistemas de conceptos que sean capaces de comprender esas formas de realidad.

Se preguntará dónde están esos métodos, esos conceptos necesarios. Desde los últimos años del siglo pasado y sobre todo en el curso de éste, se han descubierto, pensado, formulado en admirable proporción. Se trata, si no me equivoco, de una de las épocas más innovadoras, creadoras y fecundas de toda la historia del pensamiento. Y eso no se ha detenido, sigue su curso, tal vez acelerado. Lo que sucede es que, desde hace unos decenios, por causas que investigué en uno de mis últimos libros, "Razón de la filosofía", se ha abandonado y olvidado casi todo lo descubierto poco antes. El "progresismo", la creencia en un avance automático y seguro, es un error, tanto en la vida intelectual como en la política. La historia consiste ciertamente en progresos, pero también en estancamientos y regresiones. Decía San Bernardo: "Habet mundus iste noctes suas, et non paucas" (Tiene este mundo sus noches, y no pocas).

Actualmente coexisten, según los lugares -según las personas- la alborada y la noche, el descubrimiento e iluminación de nuevas realidades y formas de realidad y su oscurecimiento. Creo que dentro de pocos años se caerá en la cuenta del pavoroso arcaísmo de gran parte de lo que circula, en todos los campos, como "la última palabra". Se harán balances, sobrevendrá el olvido de lo que ocupó los primeros planos de la publicidad, se recurrirá a lo que sea capaz de dar razón de aquello que más nos importa, de lo que necesitamos para vivir humanamente.

Existen en el mundo actual personas que se afanan por comprender, que no se dejan deslumbrar por ninguna propaganda, que tienen pasión por la verdad e ilusión por su descubrimiento. Son suficientes, como los justos que hubiesen salvado a Sodoma y Gomorra. Urge hacer su modesto censo, porque son los que podrán ayudarnos a resolver los problemas más apremiantes, aquellos que van a condicionar nuestro destino en el siglo ya cercano.

A comienzos de éste, Max Scheler escribió un libro muy interesante, "Die Stellung des Menschen im Kosmos", pronto traducido al español, "El puesto del hombre en el cosmos". Hace mucho tiempo que pienso que habría que escribir otro, todavía más justo y profundo, que se titularía "El puesto del cosmos en la vida humana". El hombre, en la medida en que se puede ver como cosa -"también" lo es- está en el cosmos y tiene un puesto singular en él. Pero el cosmos, como toda realidad en cuanto tal, está en mi vida, en ella aparece y se constituye; es la vida humana la que puede dar razón última del cosmos y de sus múltiples contenidos, una vez que se ha comprendido su propia realidad abarcadora.

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