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Vidas mal planteadas

Hace muchos años, tantos que no puedo recordar cuándo, empleé por primera vez esa noción, "vidas mal planteadas", que me ha servido para entender muchas cosas. La vida humana es siempre insegura, azarosa, expuesta a mil contratiempos y fracasos; muchas trayectorias se interrumpen, se abandonan, se frustran, tal vez con violencia. Pero puede haber una dificultad de otro orden, que condiciona todo el decurso de una vida: si ésta, desde pronto, está "mal planteada", con un error inicial, casi siempre una dosis de inautenticidad, un engaño, es improbable que su desarrollo sea satisfactorio.

Se ha estudiado mil veces la anormalidad biológica; también la psíquica, y hay una disciplina de gran volumen dedicada a ello; pero hay otra anormalidad, la biográfica, todavía más grave y sobre la que se sabe muy poco. A ésta es a la que me refiero, y tiene un carácter original y que corresponde a su carácter personal, y esto quiere decir libre; por eso la anormalidad biográfica, a diferencia de las otras, es casi siempre "consentida".

Estos conceptos, que tienen validez inmediata en la vida individual, tienen una posible aplicación en la colectiva o social, que no es vida en el sentido estricto y riguroso de la de cada uno de nosotros, pero que no es otra cosa que "vida humana". Las comunidades, pueblos o lo que sean -sobre esto también falta claridad-, tienen distintos grados de normalidad o anormalidad, que habría que llamar social o, más bien, histórica, ya que no es permanente y puede tener variaciones decisivas según las épocas.

En la nuestra, la mayoría de los grandes problemas -y entre ellos nada menos que los totalitarismos y las dos guerras mundiales, proceden de estas anormalidades, de vidas colectivas "mal planteadas". Sobre eso se ha pensado muy poco, y no se ha tomado en serio lo que se ha conseguido.

Esa anormalidad se expresa casi siempre en una curiosa forma: el "descontento". Siempre he distinguido entre el que afecta a la situación -cómo le va a uno- y el que se refiere a la condición -lo que se es-. Éste es el verdaderamente grave, e introduce deformaciones que pueden ser permanentes. Hay pueblos o grupos sociales siempre descontentos, a lo largo de siglos, lo que hace pensar que están descontentos de sí mismos. Los hay que se consideran perpetuamente "oprimidos"; nadie está libre de una opresión ocasional, pero si ésta es constante, hace pensar en una inferioridad de quien la padece. Por eso, un rasgo de la anomalía biográfica, social o histórica es, en diversas formas, la "insaciabilidad", que no tiene límite, que nunca se apaga ni satisface.

¿Cómo comportarse ante ella? He formulado -y repetido- una norma que me parece necesaria: "No hay que intentar contentar a los que no se van a contentar". Observo con curiosidad que esta expresión no ha sido, que yo sepa, nunca repetida ni comentada, ni siquiera para contradecirla. Las políticas nacionales, y por supuesto la internacional, están llenas de ejemplos en que algunos se extenúan intentando contentar a quienes no se van a contentar en ningún caso, hágase lo que se haga. Son formas peligrosas de perder el tiempo.

¿Sólo el tiempo? Creo que no. Al aceptar los planteamientos que se hacen desde la anormalidad, se la reconoce y en cierto modo se participa en ella. Se produce un extraño "contagio", que ayuda a la difusión de la enfermedad. La falsedad no puede tomarse en serio. Basta con descubrirla, mostrarla, y no seguir adelante. Se dicen con frecuencia cosas manifiestamente falsas, incoherentes, contradictorias. No se puede "partir" de ellas, invalidar en su nombre largas series de evidencias que componen nuestras vidas, en las que están fundadas.

Lo que hay que hacer es lo que la medicina hace con las afecciones orgánicas: diagnosticarlas y buscar su origen, sus causas -dicho en griego, su etiología-. En la vida individual, los orígenes son múltiples, y suelen datar de la niñez o de la primera juventud. Si se trata de colectividades, el repertorio es más reducido y hay que indagar el origen histórico.

Cada día es más evidente que la historia es el gran instrumento de comprensión de lo humano. En España se ha creado el método adecuado: la "razón histórica". Pero hay que entender bien lo que esto significa.

Ante todo, qué es "razón". Cuando, en el otoño de 1945, recién terminada la Guerra Mundial, escribí un largo capítulo de mi "Introducción a la Filosofía" sobre la razón, traté de definirla; encontré una fórmula "provisional" que me pareció útil:"Aprehensión de la realidad en su conexión". Han pasado largos años -el libro ha cumplido medio siglo-; no he encontrado todavía fórmula mejor, y la sigo usando. La inteligencia es otra cosa; la tienen los animales, en grado muy alto el perro; pero no reaccionan a la realidad como tal y no descubren sus conexiones, que es lo que hace desde muy pronto el niño, aún en la fase en que es menos "inteligente" que algunos animales. El que "no tiene uso de razón", es que no la posee, pero, a diferencia del animal, la necesita, y por eso tienen que prestársela los adultos.

La razón histórica, como Ortega vio con perspicacia, no es la razón sin más "aplicada" a la historia, sino que "la historia es la que da razón"; se trata de la razón que es la historia. Y esto, precisamente esto, es lo que está en crisis en nuestra época. La ofensiva contra la razón es universal: no se buscan las conexiones, sino que se acumulan las llamadas "informaciones". Por eso el hombre actual está expuesto a convertirse en "un primitivo lleno de noticias".

Por lo general, esa anomalía es reciente, fácilmente identificable y datable. Habría que precisar cómo y por qué se ha producido, ha arraigado, se ha propagado en varias generaciones. No es fácil, pero es posible. Hay que usar los conceptos existentes en las disciplinas de humanidades, y no limitarse a instrumentos arcaicos. El equivalente sería pedir a los médicos que renunciaran a los recursos de que disponen y se contentaran con la ilustrísima medicina hipocrática, o con la del Renacimiento, o acaso con la anterior a la asepsia, la anestesia, los antibióticos y el descubrimiento de los virus.

Estos, los biológicos y los biográficos, a veces "prenden" y son muy difíciles de superar. Lo único claro es que ante todo hay que conocerlos, averiguar su origen, enfrentarse con sus causas. Frente a las vidas mal planteadas, es exigible algo muy sencillo: hacer lo que se puede.

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