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Memoria de la India
La India es independiente desde hace medio siglo; se ha celebrado la declaración de independencia en 1947, cuando cesó la soberanía británica sobre la mayor parte del inmenso país. Había porciones de él que no eran la llamada "India inglesa", sino territorios regidos por príncipes indios, ciertamente con un protectorado británico. La independencia fue a la vez la división, violenta, entre la India y el Pakistán, del cual había de escindirse más tarde su lejana porción oriental, Bangladesh.
Esta conmemoración me ha hecho recordar mi ya lejana experiencia de la India, cuando llevaba solamente doce años de existencia independiente, en 1959. Una consecuencia de ella fue el haber escrito uno de los muy escasos libros españoles sobre la India: anticipado en una serie de artículos, publicados en español, portugués e inglés, apareció como tal libro, en un breve volumen con algunas fotografías en color, en 1960: "Imagen de la India".
Tras varias ediciones, por ciertos misterios de las editoriales, permaneció agotado bastantes años, hasta que lo reeditó en México, en su "Colección de Estudios Indológicos", el gran indólogo Juan Miguel de Mora, con una excesiva "Isagoge" o introducción.
Permanecí en la India casi un mes, viajé por partes considerables del inagotable país, lo contemplé con avidez -mi libro está escrito con los ojos, órgano principal de la comprensión-. La India me dejó una honda huella, que ha resultado permanente. En el tomo II de mis memorias, "Una vida presente", hay un capítulo en que intento explicar todo esto.
En 1959, la India estaba estrenando su vida como nación, ya sin la tutela británica. Dije, con una expresión audaz, y creo que acertada, que los ingleses habían sido "los visigodos de la India", que tuvieron una función análoga a la que los dominadores germánicos tuvieron en España al prepararla para ser, en su día, una nación. Sin el paso de los ingleses, desde el siglo XVIII, hubiera sido muy difícil la constitución, hace medio siglo, de la nación india, desde la increíble complejidad étnica, religiosa, lingüística, cultural del dilatadísimo territorio. Poseo el que es quizá el primer atlas de la India: el de Bengala publicado en 1770 por Rennell, el cartógrafo de lord Clive, con preciosos mapas, dedicados a los jefes del Ejército británico en la India, y curiosamente encontrado y comprado en Madrid, lo que me hizo pensar sobre la idea dominante de nuestra historia.
En 1959 se estaban haciendo máquinas de escribir con los alfabetos de las catorce grandes lenguas, diversificadas en más de doscientos dialectos. No sé en qué está ahora ese proceso. Mi pequeño libro ha sido traducido al hindi, pero aún no ha aparecido, por complicaciones burocráticas -gran rémora de nuestra acelerada época-.
Me impresionó la variedad, belleza, elegancia de la India; su vitalidad me indignó que no se viese más que su miseria -ciertamente existente, pero acompañada de mil cosas más, de extraordinario interés y atractivo-. Miseria mitigada hace tiempo, en gran parte por la acción de Borlaug, el autor, tan olvidado, en la "revolución verde", que en tantos países multiplicó las cosechas.
Me impresionó sobre todo, como rasgo capital de la actitud de los indios ante la vida, lo que llamé la "aceptación de la realidad". El occidental siente casi siempre descontento frente a ella, afán de modificarla y mejorarla, aunque sea destruyéndola. Tal vez el indio se quede corto en esto, pero parte de una aceptación de lo real, que me parece por lo menos el primer estadio razonable. De ahí el alto grado de felicidad que se advierte en un país con tantas dificultades. hablando con un amigo indio, empleé la fórmula "unlucky but happy" (infortunado pero feliz); la encontró certera, y creo que reflejaba lo que podía percibirse.
Han pasado muchos años; el crecimiento demográfico ha hecho que aquel pueblo multitudinario sea hoy mucho mayor. Esto se considera una calamidad, pero nunca me ha parecido convincente que sea bueno aumentar la producción de petróleo, trigo, arroz, maíz, automóviles, televisores, aparatos fotográficos, aviones... todo menos personas. Algún día se descubrirá la colosal falacia de esta idea, que parecerá una monstruosidad.
Ciertamente habrá que preguntarse qué quiere decir ser persona, qué puede y debe hacerse con ellas, qué quiere decir tratarlas como personas y no como cosas; lo malo es que se piensa poco, todavía menos sobre aquellas realidades que más lo exigen. Habría que pensar desde los fundamentos, desde las raíces, y creo que se descubriría que no es malo que haya muchos indios o chinos, sino que no se los entienda adecuadamente, desde no dejarlos nacer hasta prepararles un destino opresivo y falso. Y se verá también el desastre de que vaya a haber en el futuro próximo tan pocos europeos, y en general occidentales.
Creo, y cada vez más, que lo que más necesita la India es "pensamiento".No sé cuánto y cómo se practica dentro de ella, pero temo que los vientos dominantes en el mundo entero hagan que se piense poco y bastante mal. Desde fuera, temo que las innumerables agencias internacionales estén contribuyendo a la general confusión.
Esto se puede aplicar a casi todo. Acabo de ver un costoso folleto internacional sobre la filosofía, cuya coincidencia con la realidad es puramente azarosa. Esto no es muy grave, si la filosofía es una ocupación que ejercitan "cuatro gatos metidos en un rincón", según mi fórmula favorita, y por supuesto sin ninguna importancia social. Mientras esos cuatro gatos existan, movidos por una vocación irrefrenable, las cosas estarán bien, a pesar de todos los congresos, asambleas, revistas y editoriales. Pero cuando se trata directamente con las vidas humanas, con el destino de pueblos enteros, la cosa es mucho más peligrosa y me echo a temblar. Y no se trata sólo de la India, sino del mundo entero.
Me falta información sobre el estado actual del país que entreví y miré con inmensa curiosidad y amor, hace casi cuarenta años. Estoy seguro de que habrá cambiado bastante, por lo general hacia lo mejor; pero estoy todavía más seguro de que es "el mismo", no sólo porque "los molinos de los dioses muelen despacio", sino porque la inmensidad de la India lleva consigo una gran "inercia" que es garantía de continuidad y de estabilidad, algo que no se puede desdeñar.
¿Cómo pensar sobre la India? Sobre todo, desde dentro; pero también habría que hacerlo desde fuera, desde las diferencias, que descubren e iluminan la realidad. Y desde los recursos ajenos de pensamiento. Tuve la impresión, en mis largas conversaciones en la India, de que ciertas perspectivas españolas eran mejor comprendidas, despertaban más cercana resonancia, que las habituales, comunicadas por la presencia inglesa y las vigencias mundiales establecidas. Si se reflexiona un tanto, se siente un nuevo temor: desde 1959 estas últimas han decaído bastante, hasta el punto de que a Occidente lo amenaza una decadencia. Tal vez sea más urgente que nunca pensar sobre la India, desde dentro y acaso un poco desde fuera.
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