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Integración

Es sorprendente la frecuencia con que las cosas más importantes se pasan por alto; no se las ve, y por tanto no se extraen las consecuencias. En mi reciente libro "España ante la historia y ante sí misma (1898-1936)", he mostrado cómo la creación intelectual, literaria y artística desde antes de la aparición de la generación del 98 y hasta muy entrado el siglo fue literalmente asombrosa, y no faltó la visión y en ocasiones el comentario de muchas figuras capitales. Lo que no se hizo es "sumar" todo eso en una imagen de conjunto, coherente y que hubiese hecho que los españoles se sintiesen de manera adecuada, acorde con la realidad y, para decirlo sumariamente, "mucho mejor".

La quejumbre sobre España, el desdén, el descontento sistemático, persistieron en medio del esplendor que hoy nos parece increíble, y aquellos polvos trajeron gran parte de los peores lodos. Si los españoles hubieran poseído lo que tenían, si hubiesen vivido desde lo que "eran", no se habrían dejado manipular por tantos inferiores, resentidos, rencorosos, destructores que pusieron en peligro lo alcanzado y al final estuvieron empeñados en la negación de todo lo que era prometedor y en gran parte se había logrado.

No me refiero sólo a las valoraciones, que son importantes; pienso sobre todo en los contenidos de esa creación de muchos decenios, que había acabado por componer una visión de la realidad -no sólo española, pero desde luego española- comparable por lo menos con las que gozaban de mayor prestigio. Desde la filosofía hasta la historia -incluidos los métodos para comprenderla y hacerla-, la intelección de la realidad social, las formas literarias y artísticas, se habían dado pasos decisivos. De vez en cuando se advertía que era así, se admiraba la obra de algún autor, pero no era esto lo necesario, lo que hubiera podido ser salvador.

Si se hubiese realizado con alguna energía la integración de lo existente, los españoles creadores hubiesen podido realizar su obra "desde ese nivel" y no desde un cero que no era verdad, desde un "adanismo" que ha sido perpetua tentación nuestra.

Y no es esto lo más grave; al fin y al cabo, los que llamamos, con alguna exageración, "creadores" son siempre una minoría que no se puede identificar con el país. Lo que echo de menos es que éste, es decir, el conjunto de España, hubiese podido "instalarse" en lo que era su realidad, vivir partiendo de ella, desde su riqueza y, lo que es más, su coherencia, que engendra una personalidad colectiva, ese misterioso "quién" que es una sociedad, que no es una persona, pero sí "personal".

Esto hubiese hecho imposible el atroz "particularismo" -de región, clase social, partido o ideología- que fragmenta una sociedad, la atomiza, la vuelve "provinciana" y la hace manipulable por cualquier recién llegado. Si se hubiese sumado lo existente, si se hubiese fundado la vida colectiva española en lo que efectivamente era -he intentado hacer, aunque muy sumariamente, las verdaderas cuentas-, habría sido imposible la acumulación de desastres que cayeron sobre España hasta culminar en el mayor de su historia conocida.

Sería menester reconstruir la historia de lo que después ha pasado; casi siempre se prefiere inventarla, suplantarla con diversas ficciones, seguir falsificándola, y prolongar así lo que fue destructor. Habría que mostrar cómo, a pesar de todo, España no se hundió, conservó una asombrosa vitalidad mal empleada, suicida si se quiere, sin que se extinguiera la capacidad de vivir en circunstancias difíciles y penosas.

Se vería el papel decisivo que tuvo en muchos decenios la capacidad creadora de un crecido número de personas, que pudieron reanudar lo que se había iniciado con el siglo XX, sin olvidar los antecedentes que permanecían vivos -Galdós, Menéndez Pelayo, Clarín, Cajal, para poner algunos ejemplos-. Todo esto permitió que hace un par de decenios se encontrara una España viva, ni envilecida ni anestesiada, capaz de tomar posesión de sí misma y seguir adelante.

Pero temo que ese fenómeno que truncó tantas posibilidades en los primeros decenios de nuestro siglo haya retoñado en el presente. Vuelve a faltar la integración, la suma de lo existente, la percepción y posesión de una visión de lo real desde la cual se pueda seguir creando y en la cual se puedan instalar todos, para ser quienes tienen que ser, no antepasados de sí mismos. El reverdecimiento de los particularismos es consecuencia de la falta de esa integración, del desconocimiento de lo que es efectivo, y a la vez el factor principal de ese empobrecimiento.

He hablado a veces del "horror a lo español" que sienten algunos profesorcitos o escribidores, que parecen desconocer todo lo que se ha hecho o se está haciendo, y no se atreven ni a nombrarlo. Más grave es que la inmensa mayoría de los españoles no tiene la menor idea de ello, porque no tienen más horizontes que lo que les ofrecen la televisión, las tertulias o "debates", los suplementos más o menos culturales. A pesar de ello, son bastantes -aunque naturalmente una minoría- los que se asoman a los escritos o la palabra hablada de algunos españoles; es visible su "sorpresa", la impresión de que hay algo más de lo que se dice, de lo que creían.

Con todo, hay un aspecto que me parece el de mayor alcance, y que es precisamente el que tiene que ver con la integración. Ahora se llama cultura a cualquier cosa, hasta se habla de la "cultura de la violencia", máxima prostitución de la lengua. La cultura es una, por lo menos la occidental, y toda fragmentación de ella. Por ignorancia o partidismo, es provincianismo -o aldeanismo, que está muy de moda-. Pero tiene articulaciones, modalidades propias, forma conjuntos coherentes -en su forma máxima, sistemas-, que son los que permiten las perspectivas eficaces sobre la realidad.

Una de ellas es la española. No basta con la atención a cada una de las obras valiosas que se han forjado o se están elaborando en nuestro país. Es menester tomar posesión de su conjunto, de los apoyos mutuos entre ellas, y que hacen posible una intelección adecuada de lo real y, paralelamente, la constitución y depuración de una de las formas o variedades de lo humano, que son preciosas porque son las que perciben las diversas dimensiones o aspectos de lo real, las posibilidades de solución de los problemas, las direcciones en que se ha de desarrollar lo humano.

Lo que faltaba hace más de medio siglo vuelve a estar en peligro. Tal vez, por las conexiones de toda Europa y del mundo occidental, no corramos ahora los riesgos que llevaron a la devastación y la locura. Pero esa fragmentación amenaza a la fecundidad de una cultura que en muchos aspectos es imprescindible y puede ser la garantía de que no seamos lo que podemos y debemos ser si nos negamos a la caricatura o la prehistoria.

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