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Vientos contrapuestos
La visión de la realidad humana y de su historia está siempre condicionada por diferentes puntos de vista, preferencias, intereses. En muchos casos, en algunas épocas y respecto a épocas enteras, se ha padecido una angustiosa escasez de información, que ha dificultado el conocimiento. Es un factor decisivo en la medicina y en sus fundamentos biológicos, y en otro orden en la geografía o la historia. Recuérdense los mapas en que, en medio de grandes espacios vacíos, se leía: "Hic sunt leones" ("Aquí hay leones").
En nuestra época el obstáculo es muchas veces el exceso de informaciones y noticias. Es imposible conocer ni los títulos de los libros y artículos escritos sobre la última Guerra Mundial o la guerra civil española; la acumulación de datos de la biología celular parece inabarcable; el planeta está conocido y catalogado minuciosamente; recuerdo que, siendo estudiante, compré con mis escasos ahorros el Atlas geográfico de Stieler, admirable obra de cartografía, pero difícil de manejar por la densidad de nombres que llenaban sus mapas, hasta el punto de que había que recurrir a atlas ingleses, más pobres pero más "claros", en el sentido literal de la palabra.
El problema actual es, además de las dificultades mencionadas, otro: la presencia de dos vientos contrapuestos, ambos de singular potencia, que influyen gravemente en la visión de lo real, y por tanto en la orientación de nuestras vidas. En todo tiempo han soplado, se han enfrentado, ha sido menester tenerlos en cuenta, pero en los últimos decenios su papel se ha intensificado por diversas causas, en un grado que no se podía imaginar antes.
Es notoria la existencia de un viento de falsedad que perturba indeciblemente la visión. La causa principal es un invento de nuestro tiempo, el llamado justamente "totalitarismo". Hay que distinguirlo pulcramente de fenómenos como la opresión, el despotismo o la tiranía, que han existido siempre. La siniestra originalidad de todos los totalitarismos es que para ellos "todo es políticamente relevante", y por tanto interesante, algo de lo que hay que ocuparse. En otros tiempos interesaban al Poder algunas cosas, ciertos aspectos de la vida, pero en la mayoría de ellos no intervenía. Para el espíritu -o la falta de espíritu- totalitario, hay que aprovechar, utilizar y falsificar todo, pasado, presente o futuro. La posibilidad de hacerlo la ha asegurado el fabuloso incremento de los medios de comunicación, que permiten realizar lo que en otras épocas se podía desear, pero nada más.
El totalitarismo ha desaparecido de gran parte de los lugares en que dominaba, pero sus restos son todavía considerables. Además, sus representantes permanecen, con diversos nombres y disfraces, muchas de sus organizaciones siguen en pleno funcionamiento; y, lo que es más, su actitud se ha infiltrado incluso en muchos que pretenden abominar del totalitarismo.
El sucedáneo del totalitarismo es la "politización", el poner la política en primer plano y juzgar todo desde ella. Esta actitud está operando una increíble falsificación de la historia, potenciada sobre todo por los nacionalismos, lo cual llega hasta el presente, lo invade y desfigura, y obtura el porvenir. Cuando esto se lleva a cabo de manera violenta, se lo advierte más y causa inquietud y alarma, pero no es menos peligroso cuando se hace con astucia y una apacibilidad aparente, al menos momentánea.
Si no me equivoco, ésta es la causa principal de la desorientación que padece el hombre actual, y que compromete sus inmensas posibilidades. Es, por eso mismo, el mayor peligro de una decadencia cuya amenaza parece cada vez más evidente -y que puede ser inminente.
Si no hubiese más que esto, estaríamos perdidos. Por fortuna, aunque con menos impetuosidad, sopla en el mundo actual un viento de sentido contrario, en el cual podemos fiar nuestra esperanza. Me refiero a un viento de "veracidad", menos espectacular, aparatoso y escandaloso, pero que me parece inequívoco. Frente a los miles -o millones- de años que se atribuyen a algunos huesos "humanos" descubiertos en cualquier lugar, con disputas sobre su presunta antigüedad, el conocimiento del pasado ha avanzado enormemente en nuestra época. La Edad Media y el siglo XVIII español son dos ejemplos notorios de mejoramiento.
Una gran parte de los historiadores sienten vocación por su disciplina, intentan comprender y no defender "causas". El segundo centenario de la Revolución Francesa ha significado un incremento considerable de la veracidad, gracias a la cual empezamos a entender muchas cosas. Es interesante el hecho de que muchos mejoramientos se deben a historiadores ajenos a los países primariamente interesados, sin prejuicios nacionales o, lo que es peor, nacionalistas. Buena parte de los esclarecimientos de la historia de España son obra de autores ingleses, franceses, americanos, a los cuales se puede recurrir porque a su ciencia unen ese amor a la verdad sin el cual todo se convierte en desastre.
En España se pueden volver los ojos al ejemplo de don Ramón Menéndez Pidal, cuya pulcritud intelectual era comparable a su asombroso conocimiento. De él he dicho que aclaró muchas cosas y no confundió ninguna. Esto no podría decirse de otros historiadores, algunos eminentes, en los que se mezclan la luz y las sombras, los descubrimientos y su exageración, su afán de comprender y su empeño, todavía mayor, de triunfar en polémicas en que la verdad corría el mayor peligro. En otros dominios, el viento de veracidad me parece igualmente evidente. Interpretaciones y valoraciones de obras literarias o artísticas se sostienen al cabo de muchos años porque resisten toda confrontación con la realidad, que es la que pone todo a prueba. Más allá de las modas, de los intereses, de las parcialidades, lo que se asienta sobre la visión de lo real permanece y reluce cada vez más. El hecho de que el Museo del Prado sea la colección de los Reyes de España me ha maravillado siempre: ¡qué buen gusto personal, o qué acierto en la elección de asesores! El viento de la verdad dominó de modo asombroso en la selección de tantas obras maestras, y no se puede evitar cierta zozobra al pensar en los museos recientes en casi todo el mundo.
En cuanto al pensamiento... Ortega dijo que había meditado escribir sobre "Genialidad e inverecundia en el Idealismo trascendental". La veracidad le parecía la condición cardinal del filósofo, tantas veces deficiente después del siglo XVII. En nuestra época este campo muestra, acaso más que ningún otro, la contienda eólica a que me refiero. Las apariencias dan impresión de triunfo de la falsificación; pero si se mira bien, se descubre que, desde comienzos de nuestro siglo, la veracidad ha avanzado prodigiosamente: Dilthey, Brentano, Husserl, Bergson y mucho de lo que ha venido después, hasta ahora mismo.
Hay que fiar la decisión al tiempo. Los cuatro nombres que he mencionado siguen vivos, a pesar de que los que los usaron murieron hace largo tiempo. Y la veracidad se manifiesta ante todo en ver a qué se llama pensamiento, y esa forma particular suya que conocemos como filosofía.
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