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Relectura forzosa

Llevo varios días sumido en una de las tareas más tediosas: la corrección de pruebas. Se trata, además, de originales míos; como mi inclinación al narcisismo es nula, siempre ha sido excepcional que me lea a mí mismo, salvo en esa operación, de la cual me creía liberado. Hasta hace unos años, cada reedición requería una nueva composición, y por tanto corrección; las nuevas técnicas permiten las reediciones sin que el autor intervenga para nada.

Pero esta vez no es posible. Entre 1974 y 1981 escribí innumerables artículos, que se fueron reuniendo en cuatro volúmenes, con varios títulos, dentro de la serie titulada "La España real". Tras varias ediciones, han estado largo tiempo agotados; ahora, la editorial Espasa-Calpe ha emprendido su reedición conjunta, con una ordenación algo distinta, y esto me obliga a enfrentarme con esa impresionante mole de papel impreso. Llamé a esos escritos "crónica de una intrahistoria"; son el análisis minucioso, y en varias perspectivas, de un período decisivo de la vida española. Cuando fueron apareciendo, tenían extremada actualidad; pero han pasado muchos años, y ese tiempo empieza a ser lejano. Han surgido muchas personas que no habían nacido o eran niños cuando esas páginas se escribieron. Celebro que puedan ser leídas por ellas, releídas por las que acaso las han olvidado.

Al pasar los ojos por esos escritos que van siendo antiguos he tenido varias impresiones, que vale la pena analizar. El primer volumen se escribió y publicó en su integridad antes del 20 de noviembre de 1975 (únicamente el epílogo es de diciembre de ese año). Es decir, todo ello, se pensó, dijo y manifestó cuando, en la opinión general, "no era posible", sin ninguna concesión a lo vigente, con absoluta fidelidad a mi manera real de ver las cosas. El resto abarca los años de lo que se ha llamado luego la "transición".

Pero no se trata exclusivamente, ni mucho menos, de la política, aunque el proceso de la transformación del Estado esté seguido paso a paso. En esas páginas se tiene presente la realidad íntegra de España, y muy especialmente sus problemas, sus recursos, sus posibilidades y dificultades. Ese período significó una revuelta del camino de la sociedad española en su historia, y tuve clara conciencia de lo que se ponía en juego, de lo que se podía ganar o perder.

Me sorprende la amplitud de la consideración, el haber tenido en cuenta tantas cosas, tantos aspectos de lo real, los orígenes de los ingredientes de una realidad complejísima, como es la de un grande y viejo país de larguísima historia, llena de invenciones, de aciertos y errores, de logros y desastres; todo lo cual estaba gravitando sobre el presente, que sin ello no era inteligible ni podía ser fecundo.

Aparte de lo que en esas páginas dije, me extraña el haber tenido en cuenta y examinado tantas cosas. Siempre echo de menos la parcialidad que domina casi todo lo que se dice y escribe; y no ya en el sentido del "partidismo", que es grave, sino en el de no tomar en cuenta más que algunas partes abstractas de la realidad, de manera que ésta queda incompleta -en rigor, mutilada- y no se la puede entender.

En esas páginas que estoy fatigosamente releyendo encuentro consignados hechos reveladores que parecen haberse olvidado, que curiosamente se omiten cuando se repasan aquellos años. Aparecen las diversas voluntades que se manifestaron en la nueva organización de nuestro país, en la redacción de la Constitución; se puede ver lo que los diferentes grupos querían -es decir, lo que verdaderamente eran, lo consiguieran o no-. Se ve, sobre todo, adónde intentaban ir, con diversas máscaras y disfraces.

Tengo la impresión de haber previsto los riesgos principales que iban a amenazarnos, que se han ido cumpliendo con inquietante precisión. Lo cual quiere decir que eran "previsibles" y que en muchos casos se prefirió no ver. Al cabo del tiempo se confirma la justificación de esa norma que me parece imperativa: "No hay que intentar contentar a los que no se van a contentar". Es patente, al cabo del tiempo, la inutilidad de tales intentos, condenados al más absoluto fracaso.

Pero todo lo que acabo de recordar es quizá lo menos interesante. Lo que acaso valdría la pena tener en cuenta es el repertorio de las "posibilidades" españolas en aquellos años, parte esencial de nuestras vidas, que la mayoría de los vivientes tenemos dentro y muy cerca. La enorme masa de cuestiones tratadas, de recursos españoles de todo orden recordados y valorados, hace pensar en el frecuente dominio de la simplificación, del empobrecimiento en que transcurre la mayor parte de la vida pública.

Hay un recorrido de lo que ha sido, es y puede ser España, algo que sorprende por su variedad, riqueza, atractivo, valor. Esto es lo que puede justificar que esos escritos vuelvan a circular, que se pueda recurrir a ellos. No, ciertamente, para adherir a su punto de vista, para estar de acuerdo con ellos, sino para pensar sobre las cosas, los asuntos, las posibilidades, los riesgos, las personas que aparecen en ellos.

No se puede evitar cierta melancolía al comparar lo que era realmente posible -insisto en ello-, lo que estaba "en nuestras manos" y se ha dejado escapar, se ha perdido -quizá no para siempre, porque se puede estar a tiempo-. Estas viejas páginas, preocupadas, inquietas, están llenas de ilusión, de entusiasmo; respiran el aire libre, es decir, la libertad recién estrenada, la concordia buscada y en gran parte lograda, la apertura del horizonte.

Todo eso era verdad, y si los españoles hubiesen permanecido fieles a lo que podían hacer y ser, España sería hoy un país literalmente espléndido. ¿No lo es? Creo que, a pesar de todo, sí, porque no se puede destruir una asombrosa realidad, que se cuenta entre las grandes creaciones humanas que nos muestra la historia. Pero ¡cuántas renuncias, cuántas pérdidas innecesarias! Se han aceptado demasiadas falsedades, demasiadas imposiciones, demasiados gestos demagógicos. Se ha aceptado la fingida realidad de cosas que no la tienen, se ha desdeñado, por no ser vocinglera, la muy superior que poseen porciones mucho más importantes.

Lo que llamé hace tantos años "la España real" sigue siéndolo; por eso es posible la relectura de tan viejos escritos. La realidad de una nación es algo serio, duradero, resistente, que no se anula por la voluntad organizada de un puñado de hombres y la apatía o complicidad de otros muchos.

La melancolía que me invade en esa tediosa operación de corregir pruebas de imprenta no puede sofocar el revivir la esperanza, la ilusión, el entusiasmo con que se escribió todo aquello. Porque no se ha acabado ni extinguido, porque sigue siendo verdad, porque es lo que efectivamente somos y, sobre todo, lo que todavía podemos ser si estamos dispuestos a pagar por ello el precio necesario.

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