conoZe.com » bibel » Otros » Julián Marías » Julián Marías: artículos 1998

Monederos falsos

Los billetes del Banco de Francia llevaban una inscripción: «Los falsificadores serán condenados a trabajos forzados a perpetuidad». La idea era que los falsarios tuviesen que imprimir su propia sentencia. Ahora ambas nociones, la de trabajos forzados y la de perpetuidad, están relegadas al olvido. Tal vez por esto, la profesión de falsificador está más difundida y es más rentable que nunca. Se falsifica moneda, billetes de banco, como antes; más aún, tarjetas de crédito, documentos de identidad, pasaportes, visados. El diccionario académico define así «monedero falso»: «El que acuña moneda falsa o subrepticia, o le da curso a sabiendas». Esta definición cubre lo que podríamos llamar el «campo de aplicación» de la falsificación actual, que va mucho más allá de lo estrictamente económico, aunque obtenga considerables rentas. El ámbito preferido de la falsificación actual es la historia, que se distorsiona, falsea o simplemente inventa con casi total impunidad, ante la indiferencia de muchos. Los ejemplos son manifiestos, y pueden pagarse al precio de miles de muertos. Pero, a menor escala, la falsificación se extiende a realidades más reducidas; una porción de un país, una época, algunas personas individuales. La tergiversación, la omisión, la invasión de la intimidad, la simple difamación, están a la orden del día.

¿Qué puede hacerse? Un planteamiento legal es ilusorio. La ambigüedad de las leyes, la no menor de muchos jueces, la pavorosa lentitud de la justicia, hacen imposible que por esa vía se pueda llegar a un resultado satisfactorio. ¿qué más quisieran los falsificadores que conseguir una resonancia pública y prolongada, con abogados, controversias y polémicas públicas?

Lo interesante es ver que la falsificación, en sus formas actuales, sólo es posible por un gran sistema de complicidades. En primer lugar, las instituciones que ponen a disposición de los falsificadores todos los elementos que les permite su obra, el acceso a los instrumentos necesarios. En segundo lugar, los que dan los medios para la realización -en caso de los viejos falsificadores de billetes, el papel, las prensas, etcétera; ahora, las editoriales con todos sus recursos de impresión y distribución-;por último, los escribidores que airean la falsificación y la hacen llegar a millares de «consumidores», con una función parecida a la de los «camellos» para los narcotraficantes.

La consecuencia es la probable impunidad. Y esto es lo más grave, porque se extiende a innumerables campos en nuestro tiempo, y provoca una actitud de escepticismo y desconfianza. Cuando se trata de falsificación de la vida colectiva, las consecuencias pueden ser aterradoras. Las matanzas que están sucediendo en varios continentes, sin excluir el nuestro, el europeo, tienen su origen principal en la falsificación de la historia, en la suplantación de la realidad por diversas dicciones aviesas, marcadas por la ignorancia, el rencor y el odio.

Pero no es menos grave la falsedad de las biografías, las obras de los autores, las ediciones -hay obras selectas, completas y en ocasiones inventadas-, los ocultamientos, la obstinada negación de lo que es evidente y comprobable -un ejemplo eminente en España es el empecinamiento de la falsísima noción del «páramo cultural» en que se creó una fantástica porción de la cultura más fecunda, independiente y libre.

Se está llevando a cabo una inmensa y bien organizada utilización de la ignorancia, sobre todo de los jóvenes, del partidismo de amplios grupos, de los resentimientos de los que usurpan la representación de comunidades enteras. Todo esto engendra una corrupción del cuerpo social. Las consecuencias políticas son evidentes, y están obturando las más fecundas posibilidades; pero mayor gravedad tienen las sociales y personales, el sistema de la estimación, la confianza en lo que se dice y escribe, el horizonte de la proyección. He hecho una referencia al narcotráfico, y creo que la aproximación de ambas cosas es oportuna; en un caso y en otro se trata de una intoxicación, que en un caso parece meramente somática pero se extiende a la personalidad, y en el otro afecta directamente a la condición personal, tanto individual como colectiva.

Lo más inquietante es que no se advierta hasta dónde puede llevar la falsificación histórica, intelectual, biográfica. La alarma social cunde fácilmente cuando se trata del riesgo-por remoto que sea- de epidemias orgánicas; existe, en cambio, una extraña pasividad, lindante con la indiferencia, cuando lo que está en peligro es lo más profundo del hombre. No se puede confiar en los poderes públicos, en los mecanismos legales, inoperantes cuando no peligrosos.

Un error comparable es atender a los casos concretos de falsificaciones, aislados, sin tener en cuenta qué los hace posibles, la finalidad a que sirven, la vasta organización que tienen detrás. Hay que darse cuenta de la maquinaria de complicidades que preceden y siguen a cada caso particular de falsificación. Además de los promotores y difusores de la falsedad hay la legión de los «encubridores», que por resentimiento, miedo o interés favorecen el curso impune de las falsificaciones, fingiendo justificaciones para lo que absolutamente carece de ellas.

Un refinamiento consiste en hacer ciertos reproches de detalle al conjunto de una inmensa falsificación, para despertar algún interés por ella y añadir el incentivo de alguna polémica deseada, que sólo serviría para darle resonancia, en lugar del silencio y el olvido que merece.

Desde la magnitud de la suplantación de una historia milenaria -en sus raíces, más de dos veces milenaria- para fomentar diversos raquitismos suicidas, hasta la aparentemente menos peligrosa difamación localizada en una época, un estamento social o algunas personas individuales, está en curso una perturbación inadmisible de la convivencia.

Se puede concluir que las cosas no tienen remedio, que hay que resignarse y dejar que se falsee ante nuestros ojos el horizonte, que se vaya inoculando este virus en los niños y jóvenes indefensos, que recibirán desde el principio las deformaciones de la realidad, como si fuesen congénitas. Nada más falso. Esas cosas, como otras muchas, tienen remedio. Lo que pasa es que hay que buscarlo, y sobre todo tener claro de qué tipo puede y debe ser. No se trata de leyes, gobiernos, tribunales; no digamos censuras, siempre torpes y funestas, y que violan lo que más importa defender: la libertad.

Hay que plantear las cuestiones allí donde brotan y nos afectan: en este caso, en la vida personal. Es fundamental que se entienda el complejo real de los «monederos falsos» con todo el conjunto de sus complicidades y aprovechamientos. Si se quiere salvar la salud de la sociedad, hay que condenarlos a lo que merecen y está en nuestras manos: el «desprecio a perpetuidad».

Ahora en...

About Us (Quienes somos) | Contacta con nosotros | Site Map | RSS | Buscar | Privacidad | Blogs | Access Keys
última actualización del documento http://www.conoze.com/doc.php?doc=1921 el 2005-03-10 00:25:37