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Desde 1974

Es bien sabido que en 1981 publiqué un largo artículo titulado "Una interpretación antropológica del aborto", en que mostraba porqué era un error plantear la cuestión desde un punto de vista primariamente religioso -o bien "científico"-, ya que el hombre menos religioso y sin conocimientos técnicos tenía razones suficientes, simplemente con lo que es la evidencia del nacimiento de un niño, irreductible a "todo", absoluta innovación de realidad, para considerarlo inaceptable. Decía que la aceptación social del aborto es lo más grave que ha ocurrido en el siglo XX, sin excepción.

Pero quiero recordar que mucho antes, en 1974, dirigí un número sobre la libertad en la "Revista de Occidente" -la de entonces-, y en él escribí un largo artículo, "Libertad personal y libertad política", impreso luego en "La España real" (reeditado ahora en la edición conjunta de los cuatro volúmenes sobre la transición, Espasa-Calpe).

Comentaba una reciente ley del aborto promulgada en Suecia -en España ni se planteaba la cuestión-. Y entonces escribí: "Mientras un pueblo se mantiene alerta, con vitalidad histórica, con salud mental, con creencias vivaces, con capacidad de reacción e iniciativa, puede soportar un régimen político torpe, inmoral, opresivo, sin que esto signifique la anulación de la libertad. Podrá la "libertad" política ser mínima, casi inexistente, pero puede persistir una considerable libertad "social y personal", lo que es todavía más importante. En cambio, la excesiva nivelación, la homogeneidad, la ausencia de tensiones y "diferencias de potencial" dentro de una sociedad, el martilleo constante de ideas o pseudoideas uniformes en la escuela, en la universidad, en todos los medios de comunicación, la falta de individualidades discrepantes y creadoras, puede conducir a una sociedad , formalmente gobernada de manera admirable, a una tremenda desmoralización, a una pasividad que significa, si se miran las cosas de frente, una anulación de la libertad".

La ley que comentaba con citas textuales decidía que un niño no es un hijo gestado por una mujer madre, sino un crecimiento inoportuno, un tumor implantado en el útero de la hembra. "Una legislación de este tipo -comentaba yo hace veinticuatro años, pensando en el sistema dominante en España, sin ocultar mi repulsa, y previendo posibles riesgos-, se propone alterar la interpretación de la vida humana, de las relaciones personales de paternidad, maternidad y filiación, de la conexión de la relación amorosa entre dos "personas" con la procreación de una tercera persona, del carácter sacro de la vida y de la posibilidad de culpa (no hablemos de pecado, porque este concepto desapareció hace mucho de las vigencias sociales en gran parte del mundo). De esto se trata. Y la consecuencia es, evidentemente, la destrucción de la libertad, al socavar la realidad del único que puede ser sujeto de ella: el hombre personal".

"El porvenir de la libertad -concluía yo en aquella ya remota fecha-, depende de un problema de equilibrio. Si existe un número suficiente de hombres y mujeres capaces de ejercer su libertad personal, y no dejarse imponer por ningún tipo de terrorismo -desde el de las metralletas hasta el de las modas o "la ciencia"-, si las sociedades conservan suficiente elasticidad para que sus voces no caigan en el vacío, se superará la inmensa ofensiva actual contra la libertad y ésta prevalecerá. Y dentro de pocos años los hombres se preguntarán como habían podido estar fascinados por tan estúpida pesadilla. Pero si pasan algunos años sin que eso ocurra, quizás no más de un decenio, la falta de libertad quedará firmemente asentada, la libertad quedará extirpada por mucho tiempo, y el mundo entrará en una de esas largas épocas oscuras en que la condición humana queda reducida al mínimo indestructible sin el cual no es posible vivir hasta que vuelva a germinar lentamente la vocación para la vida como libertad".

Junto a la esperanza, sentía una clara zozobra. En ese mismo año inicié una serie de artículos con el título general "Hacia 1976", porque preveía que entonces se iba a iniciar una nueva etapa esperanzadora es España. Pero no se me ocultaba, ya entonces, la amenaza de una decadencia que podría afectar a gran parte del mundo. Este viejo artículo tiene una actualidad renovada, más aún intensificada. Las dos posibilidades que entonces consideraba están ahí, ante nosotros, esperando nuestra decisión libre. De lo que se trata en el fondo, es que los hombres nos veamos como personas o como cosas. No es casual que haya dedicado la mayoría de mis esfuerzos intelectuales desde entonces, a poner en claro la realidad de la persona humana, radicalmente distinta de todos los demás. Esta cuestión, rigurosamente filosófica, tiene las más graves y decisivas consecuencia para el porvenir de la humanidad.

Por una perversión de la perspectiva justa, se da importancia a asuntos que la tienen muy escasa, mientras se pasa por alto o se olvida aquello de lo cual depende nuestra propia realidad. Es asombroso como en el mundo actual, por el fantástico poder de los medios de comunicación, se puede llevar a cabo, y rápidamente, la manipulación de sociedades enteras, a las que se conduce a donde se quiere, sin apenas resistencia.

Hace unos años, di un curso en que mostré como casi todo lo que había acontecido en la historia, lo creador y positivo, o lo destructor y bochornoso, había sido consecuencia de un acierto o un error intelectual. Si se mira al pasado, es relativamente fácil verlo: pero no es imposible aplicar el mismo criterio al presente, es decir, al porvenir, a lo que va a acontecer. Y en todo caso se trata del acierto o el error de que veamos la realidad como es o la suplantemos con errores. En suma, de la verdad o la falsedad. Y la consecuencia es la existencia o la anulación de la libertad.

No es casual ni algo secundario. El hombre es intrínsecamente libre, precisamente por ser persona, una realidad imaginativa, proyectiva, que lleva adentro la irrealidad y tiene que elegir en cada instante quien va a ser. Si se ve a sí mismo organismo, cosa, como militante, votante o contribuyente, deja de comportarse como esa persona única e irrenunciable que es y se deja manejar por cualquier poder.

Si se borra de la conciencia actual la evidencia de que el niño que va a nacer es "alguien", un "quien" irreductible a todo, insustituible, el mundo habrá perdido su realidad humana y se convertirá en un inmenso rebaño al que se podrá conducir hacia cualquier matadero en medio de un aterrador silencio.

¿Es esto posible? Creo que no. Las aberraciones se han impuesto demasiadas veces, y por demasiado tiempo, a grandes porciones, de la humanidad. Pero llega el día en que esto se mira con una mezcla de asombro y vergüenza, en que se recobra la luz y con ella se descubre la verdadera realidad difícil, problemática, pero prodigiosa y llena de esperanza.

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