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Antepasados vivos

Me propongo iniciar el mes de octubre un curso de conferencias con este extraño título: «Antepasados vivos». El origen es un curso que di hace cosa de veinticinco años en una Universidad de los Estados Unidos. En él hablé de los autores españoles a los que había conocido personalmente. Con algunas excepciones, desde Unamuno, el más viejo de todos ellos, había tenido con todos alguna relación personal, breve en algunos casos, larguísima y cercana amistad en otros. En este curso se presentaba, no sólo la obra de estos escritores, sino algo de su realidad inmediata; no sólo lo que habían hecho, sino una visión de «cómo eran». Para los estudiantes americanos, esto era atractivo y enriquecedor.

No se me ocurrió nunca hacer algo semejante en España. Estas figuras eran relativamente familiares para muchos; algunos los habían conocido, al menos entrevisto; los más tenían sólo noticias indirectas, pero frescas, sabrosas, con relieve. Pero han pasado muchos años. Hace bastantes que han muerto, y sus figuras humanas se han alejado, resultan borrosas. No hablemos de la injusticia que ha alejado a algunos más de lo normal, mientras otros han gozado de un recuerdo insistente, tal vez perturbador y que puede desdibujarlos.

Habría, en cambio, otro riesgo: que estos autores fuesen «antiguos», que perteneciesen al pasado, que se hubieran convertido, en el mejor de los casos, en «clásicos», objeto de estudio, tal vez de veneración a distancia.

Aquí interviene otro factor interesante:lo que he llamado el «espesor del presente», el hecho de que en España, más que en otros lugares, hay autores que permanecen vivos largo tiempo después de su desaparición de entre nosotros. No son solamente estudiados, sino también, quizá más, leídos. Son admirados, elogiados, denostados, discutidos. Están «vivos», posiblemente más que los que biológicamente lo estamos. Son nuestros antepasados, pero están vivos. ¿Por qué no recordarlos, ponerlos delante de los ojos de los más jóvenes, de los que no han alcanzado el tiempo en que vivieron? Se trata de dos generaciones: la que llamamos del 98 y la siguiente; la primera tiene su fecha central de nacimientos en 1871, es decir, comprende los nacidos entre 1864 y 1878; la segunda, cuyo centro sería 1886, los nacidos entre 1879 y 1893.

Varios hechos aconsejan la aproximación de estas dos generaciones. Ante todo, hay que rehuir la exactitud, impropia de todo lo humano -si se me apura, de todo lo real, ya que la exactitud pertenece a la abstracción-. Resulta además que algunos autores de la segunda de estas generaciones fueron precoces y empezaron casi a la vez que los de la primera; por si esto fuera poco, los del 98 fueron en gran parte longevos, más que los de la siguiente, de manera que hay cierta simultaneidad de sus vidas y sus fechas.

Las influencias fueron mutuas, lo que casi siempre se olvida, por una inveterada tendencia a una visión «lineal» de la historia; podríamos decir «fluvial», ya que los ríos corren de arriba hacia abajo, pero no sucede así en las cosas humanas. Los maestros influyen en los discípulos; pero también los discípulos en los maestros. Es notoria la influencia de Platón sobre Aristóteles; pero ¿es imaginable que convivieran diecinueve años en la Academia sin que Aristóteles influyera sobre Platón? El gran hispanista Harold Raley habla con gran perspicacia de «las dos generaciones del 98», quiere señalar con ello, sin negar su diferencia, su proximidad y afinidad. Esto es evidente y tiene un sentido muy preciso. Ortega distinguía entre generaciones «cumulativas» y generaciones «polémicas». Es evidente que todas son diferentes y que en mayor o menor medida discrepan de la anterior y se afirman como una variedad irreductible. Pero las «polémicas» -y así fue la del 98- se oponen a la anterior, quizás a las anteriores, tienen la impresión de iniciar una nueva época. Las «cumulativas», en cambio, continúan y prolongan, de manera diferente, la «empresa» iniciada por la anterior. Y esto es lo que representa la segunda de las generaciones a que me refiero respecto de la precedente.

Y es interesante ver cómo hay «rectificaciones» que engloban a ambas. Quiero decir que en su primera fase algunos autores del 98 descalificaron a los más viejos y hasta a la época entera, y luego los vieron con otros ojos más justos y afines, y descubrieron su semejanza y sus deudas. Pues bien, algo muy parecido se puede aplicar, con las excepciones que se quiera, a los de 1886. + Para que el cuadro no resulte demasiado incompleto, me propongo estudiar a algunos escritores a los que no vi nunca; también a algunos que no parecen enteramente «vivos», que han sido relativamente olvidados o postergados, por la inercia del tiempo o por algunas voluntades individuales o de grupo, por lo general malas voluntades. Pero creo que están vivos a pesar de las apariencias, que están simplemente adormecidos y volverán a despertar para incorporarse al tiempo al que pertenecen.

Tal vez se reparen así algunas injusticias, resuciten los aparentes muertos que gozan de buena salud y, por el contrario, desaparezcan del horizonte los que parecen vivir porque se les practica una tenaz respiración artificial.

En todo caso, me parece que vale la pena aprovechar algo que es insustituible:el conocimiento inmediato de las personas vivientes. Cuánto daríamos por esa experiencia de las figuras del pasado lejano. Dentro de poco tiempo no quedará nadie que haya visto, oído a los autores de esas dos generaciones, que haya hablado con ellos, que haya asistido a porciones mayores o menores de sus vidas. Ahí están, ciertamente, sus libros -los que escribieron y los falsos que varias avideces están componiendo para desfigurarlos herederos, eruditos y editores-. Pero hay algo más: sus facciones, sus gestos, sus voces, su manera de hablar o callar, dan pautas para entender mejor lo que escribieron. No debemos renunciar a ninguna posibilidad.

Importa, sobre todo, tomar posesión de lo que somos, de aquello que hemos encontrado, de lo que estamos hechos. Son muchos los que están dedicados ahora a la suplantación y falsificación de la historia remota y de la más cercana, a inventar lo que nunca existió. Después de una larga etapa de dominio de la mentira, tras una breve pausa salvadora se vuelve a la deliberada falsificación, que es un tremendo despojo de su realidad a los que son todavía jóvenes. Es urgente salvar todo lo posible de nuestra realidad, para no perder lo que más debe importarnos: nuestro porvenir.

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