conoZe.com » bibel » Otros » Julián Marías » Julián Marías: artículos 1999

La riqueza vital

La creciente atención a lo económico, la propensión a su cuantificación, hace que se pierda de vista el sentido más profundo de la riqueza y la pobreza. Precisamente en términos estrictamente económicos, el mundo ha sido «pobre» hasta tiempos no muy lejanos. La creación de riqueza ha sido extraordinaria desde fines del siglo XVIII o comienzos del XIX, se ha acelerado de manera asombrosa después de la Segunda Guerra Mundial, desde que empezó la reconstrucción, con nuevos principios, desde 1946. Es evidente que siempre ha habido Ricos, con mayúscula, pero eran tan pocos -y en términos absolutos tan moderadamente ricos- que si sus bienes se hubieran repartido, casi todos los hombres habrían seguido siendo igualmente pobres.

Siempre me sorprende ver en las novelas europeas del siglo pasado lo fácil que era cambiar de vivienda, a veces por pequeñas variaciones de fortuna, porque la «mudanza» era sumamente sencilla y nada costosa. Esto ha cambiado, porque casi todas las casas están llenas de cosas, en proporción incomparable, y una de las consecuencias es que los hombres de nuestro tiempo hablan sobre todo de cosas, y casi piensan solamente en ellas.

Pero si nos preguntamos por lo que las personas «poseen», por lo que constituye la verdadera riqueza de sus vidas, caemos en la cuenta de que se trata de algo profundamente diferente. ¿En qué consiste la riqueza vital, de qué dispone cada persona para vivir humanamente, cuál es el repertorio de los recursos con que hace su biografía?

La primera cuestión sería desde dónde viene cada uno. El hombre «viene» de un pasado, es esencialmente «heredero, y éste es el factor capital de su riqueza o pobreza. No se piense primariamente en la historia, porque el pasado se puede poseer de dos maneras bien distintas: la histórica y la «inmemorial», que ha sido durante milenios la decisiva. En sus formas más elementales y eficaces, los hombres han sentido que procedían de un pretérito sin contornos precisos, sin cifras, que venía del fondo de las edades, «desde siempre».Su vida se apoyaba sobre un inmenso espesor de otras vidas, de las que venía su solidez, su estabilidad, en una forma decisiva de «instalación».

La estabilidad de las vidas individuales se ha basado durante milenios en las formas de la vida campesina, la ocupación por excelencia de la humanidad. El hecho de que las técnicas agrícolas hayan hecho descender vertiginosamente el número de los agricultores, origen de no pocos bienes, ha alterado incalculablemente la estructura del mundo y ha suscitado problemas en los que rara vez se piensa.

En cuanto a la otra gran forma de vida, la urbana, ésta ha solido realizarse «históricamente», con la conciencia de un tiempo «datado», antiguo o moderno, con un sentido preciso de «nivel». Hasta épocas bastante cercanas, la mayoría de estas personas ha vivido dentro de un esquema histórico comprensible, es decir, sabían «dónde estaban». El catecismo, la historia sagrada, la enseñanza de la historia de la propia nación y sus relaciones con otras, las series de reyes, la articulación en siglos, daban a todo el que había pasado por una escuela una imagen del tiempo histórico que le permitía una localización que ahora se ha perdido para la inmensa mayoría.

El número de las cosas «consabidas» se ha reducido increíblemente. Estereotipos, evidentemente imprecisos y toscos, de los diversos países o de las épocas, relatos transmitidos a lo largo de generaciones, versos o canciones depositados en la memoria, refranes a los que se apelaba como algo válido y orientador, todo eso establecía vínculos entre los miembros de comunidades, a veces muy grandes, que facilitaban la comprensión mutua y creaban un fondo disponible para vivir.

Añádase, a un nivel más profundo, el repertorio de creencias, estimaciones, normas vigentes, que configuraban la vida y hacían posible su orientación. Dentro de cada país, en ocasiones de grandes conjuntos de países, esto hacía posible la comprensión mutua, la inesperada facilidad de entenderse. Para bien o para mal, no se olvide: las luchas civiles, tan frecuentes y tan feroces, se han nutrido de que los combatientes se entendían muy bien, a diferencia de la idea abstracta y borrosa del propiamente «extranjero».

Todo eso que he nombrado -apenas eso- ha constituido a lo largo de muchos siglos la riqueza vital de millones de hombres, la mayoría de los cuales han sido extremadamente pobres desde la perspectiva económica actual. Disponían de muy pocas cosas, de escasos «recursos»; esto solía parecerles «la realidad», y a gran escala lo era efectivamente. Había una general aceptación de que la pobreza era «normal», probablemente inevitable, y ante ella la actitud más frecuente era la resignación, acompañada de «satisfacción» cuando no era extremada.

Los desarrollos técnicos hicieron entrever la posibilidad de superar la pobreza, de que ésta no fuera el destino inevitable de la mayoría de los hombres. Esto engendró una noble y generosa voluntad de que la pobreza económica fuese eliminada.

Paradójicamente, esta actitud ha estado con frecuencia acompañada de una hostilidad a la creación de riqueza. Gran parte de la parcialidad a favor de los pobres ha insistido en su existencia y persistencia, más que en su liberación de esa condición. Y en gran medida se ha mezclado con una voluntad de destruir los recursos -no primariamente económicos- que he mencionado antes y que han sido la principal riqueza vital.

Esta situación representa una importantísima fracción de este final del siglo XX. Gran parte del mundo es incomparablemente más rica de lo que ha sido a lo largo de la historia. Pero las vidas individuales, personales, ¿lo son? Y ¿lo es la instalación en las grandes formas de la vida colectiva? ¿No existe una aterradora pobreza biográfica, que lleva a la desorientación, la inestabilidad, la miseria íntima?

Cuando un español hace la experiencia de la América hispánica -y podría decirse otro tanto de los naturales de todos estos países respecto de los demás-, lo sorprende una comunidad asombrosa con ese inmenso mundo, una amplísima instalación, el hecho de compartir tantas cosas -que no son «cosas»-, lo que explica, por cierto, la inesperada alegría que se encuentra en situaciones manifiestamente inferiores a las de otros pueblos en que parece faltar.

No es asunto de estadísticas; se trata de algo cualitativo, más fino, residente en la intimidad. Sería menester indagar en qué consiste l

Ahora en...

About Us (Quienes somos) | Contacta con nosotros | Site Map | RSS | Buscar | Privacidad | Blogs | Access Keys
última actualización del documento http://www.conoze.com/doc.php?doc=1966 el 2005-03-10 00:25:37