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San Anastasio I

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Romano de nacimiento, tuvo el pleno apoyo de san Jerónimo que, aunque instalado en Belén, contaba con abundantes partidarios. También mantuvo buenas relaciones con Paulino de Nola. Acababa de publicarse una traducción latina de los Primeros principios de Orígenes, obra de Rufino de Aquileia. San Jerónimo denunció este libro recordando que las doctrinas de Orígenes padecían abundantes desviaciones y el patriarca de Alejandría, Teófilo, dio cuenta de los graves daños que en su propia comunidad causaba el origenismo. San Anastasio, tal vez no por propia iniciativa, planteó la cuestión ante un sínodo romano del que salió una sentencia condenatoria comunicada a todos los obispos de Italia con mandato de obediencia. Rufino se sintió amenazado y envió al papa un escrito justificándose, tanto por la traducción, en que afirmaba que no había desviaciones doctrinales, como por su propia postura, firme en la fe. Por una carta al obispo Juan de Jerusalén, bajo cuya obediencia vivía san Jerónimo, sabemos que el papa confirmó la sentencia del sínodo, pero prohibió tomar medidas contra Rufino, remitiendo su actividad al juicio de Dios.

Anastasio no dio en ningún momento señales de debilidad. Conservó la directa dependencia de Tesalónica y su vicariato, demostrando así que consideraba el Ilyricum (en realidad los Balcanes) dentro de la jurisdicción romana. Cuando los obispos de África solicitaron de él una mitigación de las sentencias contra el donatismo, se negó, exhortándoles a combatir la herejía hasta su total extinción. Entre las disposiciones tomadas durante este pontificado figura la de que los obispos, presbíteros y diáconos se cubrieran la cabeza durante la lectura del Evangelio, en la misa.

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Romano de nacimiento, tuvo el pleno apoyo de san Jerónimo que, aunque instalado en Belén, contaba con abundantes partidarios. También mantuvo buenas relaciones con Paulino de Nola. Acababa de publicarse una traducción latina de los Primeros principios de Orígenes, obra de Rufino de Aquileia. San Jerónimo denunció este libro recordando que las doctrinas de Orígenes padecían abundantes desviaciones y el patriarca de Alejandría, Teófilo, dio cuenta de los graves daños que en su propia comunidad causaba el origenismo. San Anastasio, tal vez no por propia iniciativa, planteó la cuestión ante un sínodo romano del que salió una sentencia condenatoria comunicada a todos los obispos de Italia con mandato de obediencia. Rufino se sintió amenazado y envió al papa un escrito justificándose, tanto por la traducción, en que afirmaba que no había desviaciones doctrinales, como por su propia postura, firme en la fe. Por una carta al obispo Juan de Jerusalén, bajo cuya obediencia vivía san Jerónimo, sabemos que el papa confirmó la sentencia del sínodo, pero prohibió tomar medidas contra Rufino, remitiendo su actividad al juicio de Dios.

Anastasio no dio en ningún momento señales de debilidad. Conservó la directa dependencia de Tesalónica y su vicariato, demostrando así que consideraba el Ilyricum (en realidad los Balcanes) dentro de la jurisdicción romana. Cuando los obispos de África solicitaron de él una mitigación de las sentencias contra el donatismo, se negó, exhortándoles a combatir la herejía hasta su total extinción. Entre las disposiciones tomadas durante este pontificado figura la de que los obispos, presbíteros y diáconos se cubrieran la cabeza durante la lectura del Evangelio, en la misa.

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