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Resistencia a la nada

He reflexionado muchas veces sobre el hecho de que las edades de la vida humana no son solamente sucesivas, sino excluyentes. Los padres, que ven con alegría crecer a sus hijos, a la vez recuerdan con nostalgia a los niños que han sido desde su nacimiento. Confío en que en la otra vida se podrá salvar su coexistencia y simultaneidad.

En este mundo, la sucesión es buena; es lamentable el "adolescente enquistado", encerrado en una fase destinada a pasar; pero no es menos lamentable que se desvanezca sin dejar huella; y gravísima cosa es que no perdure en nosotros el niño que hemos sido, en esa forma precisa de haberlo sido.

La conservación de las edades transitorias, en una extraña acumulación que consiste en la pervivencia del pasado como tal, es la condición misma de la vida humana, y si trasladamos esto a la historia, empezamos a no entender: el no ver esto es una de las causas mayores de los errores humanos.

La dificultad estriba en olvidar o no entender el carácter proyectivo de la vida. Cada edad es un haz de proyectos, convergentes y articulados en uno principal, como la de mayor alcance en un cohete, lo que permite la articulación de ese movimiento continuo y sin interrupción alguna que es la vida -a no ser que se cuente la mínima y esencial que es el sueño, lo que hace posible que se vuelva a empezar cada día.

Ese carácter proyectivo es capital, y lo engloba todo; he insistido en que se recuerda y se narra desde los proyectos, y por supuesto desde ellos se imagina y anticipa el porvenir.

Pero puede preguntarse: ¿hasta cuándo se proyecta? ¿Cuánto dura el carácter proyectivo de la vida? Porque existe la vejez, en que el futuro parece angostarse, casi desaparecer hasta que se desvanece en la muerte.

Se dice que el viejo no tiene más que recuerdos -si es que los sigue teniendo-, que vive del pasado, vuelto hacia él, repasándolo mientras espera. Creo que esto puede ser verdad en algunos o muchos casos, pero que no pertenece a la estructura necesaria de la vida; en suma, que es un olvido, una dejación o un error inducido por esa tremenda realidad que es el tópico, el "lugar común", lo que se dice y se acepta pasivamente.

Creo que a cualquier altura de la vida, en todas las edades, se proyecta. Desde esos proyectos se evoca el pasado, que por eso "revive", se modifica, se los interpreta, se le confieren nuevas significaciones. El argumento vital refluye sobre lo ya vivido, se va incorporando a las nuevas fases, se va depositando así en lo que se llamará una personalidad.

Si se vive con atención -algo tan importante y que se suele omitir-, si no se resbala sobre las cosas y las personas, se van incorporando. La buena o mala memoria puede tener una base fisiológica, pero creo que es principalmente cuestión de atención. Esto condiciona la riqueza de la vida, su cohesión, el grado de posesión de ella. El que podamos verla como algo "mío", de cada cual, o como algo impersonal y casi ajeno.

Esa condición proyectiva no tiene término conocido; se mantiene mientras la vida humana conserva sus atributos, mientras no sobrevienen azares que la perturban en su normal funcionamiento o la dejan en suspenso. Hay condiciones sociales que impulsan en un sentido o en otro. Es claro que el hombre ha vivido durante casi toda su historia "a la intemperie", lo que hacía que tantas veces fuese penoso vivir; pero llevaba a mantenerse alerta hasta el límite de lo posible, a "seguir viviendo" mientras quedaba la posibilidad. Por el contrario, la seguridad que en gran parte del mundo se ha alcanzado en nuestro tiempo mitiga las dificultades y es una gran ayuda, pero en cambio empuja hacia la "jubilación", hacia la cesación de gran parte de los proyectos vitales.

No hay razón para dejar de proyectar, incluso en plena vejez.

Esta edad podría definirse como "recapitulación proyectiva", sin renunciar a ninguno de los dos términos. Se repasa el cuento y la cuenta de la vida a la luz de los proyectos actuales; sin que importe que puedan ser los últimos: por eso es la toma de posesión de un conjunto que no ha terminado, porque su condición argumental lo impide.

Se dirá: sí, pero hay que contar con la muerte, que no faltará a la cita. En efecto, pero es una cita imprecisa, y no se sabe si será puntual. Solamente ella puede relevarnos de nuestro oficio de proyectar.

Con todo, al fin llega. ¿Qué hacer ante este horizonte? En 1804, Senancour publicó un libro titulado "Obermann", que interesó profundamente a Unamuno. Recordó muchas veces estas palabras: "El hombre es perecedero; es posible; pero perezcamos resistiendo, y si nos está reservada la nada, no hagamos que sea una justicia." El afán de perduración de Unamuno lo llevaba a asentir fervorosamente a esta actitud. Se trata, nada menos, de Resistir a la nada. ¿Cómo puede hacerse? Evitar la nada, la destrucción de la persona que somos, su aniquilación, no está en nuestras manos; pero la resistencia a la nada, el hacer que no se justifique, es algo que podemos hacer. En nuestro tiempo son muchos los hombres que lo aceptan pasivamente, porque les han dicho que "es así", sin caer en la cuenta que lo han dicho los que, por supuesto, no lo saben ni podrían justificarlo. Lo dan por válido, hasta en ocasiones se jactan de ello, actúan como si "ya" no estuviesen en vida.

Participan también de esa actitud, aunque crean oponerse a ella frontalmente, los que profesan la moral del "despego", del desinterés por todo lo creado, sin reparar en que envuelve un desdén por su Creador, los que aconsejan el desinterés por todo, en nombre de algo abstracto y que no se intenta ni siquiera imaginar.

¿Cómo se puede "resistir" a la nada? Proyectando sin término, sin límite. Se dice y se repite que no podemos llevarnos nada después de la muerte. Si se piensa en "cosas", ciertamente es así: ni riqueza, ni títulos, ni honores. Lo único que podemos llevar con nosotros es nuestros proyectos. No es que los llevemos "con nosotros", como si fuesen un equipaje -tenemos que ir "ligeros de equipaje"-; es que somos esos proyectos, consistimos en ellos. Sin ellos no somos "nosotros", cada uno de nosotros. Los que nos han constituido en nuestra vida, en su revisión y recapitulación, en su posesión final, son nuestra realidad, aquella que llamamos "yo" y tiene un nombre propio.

Eso es lo que puede y debe resistir a la nada.

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