conoZe.com » bibel » Otros » Julián Marías » Julián Marías: artículos 1999

La última instancia

No me refiero a la Justicia, que tantas veces parece dejada de la mano de Dios, lo cual es ciertamente gravísimo, ni a sus confusiones o conflictos jurisdiccionales, a la cesión de sus derechos y deberes, a la invasión de campos ajenos. Hace mucho tiempo, el 24 de junio de 1990, publiqué en ABC un artículo titulado "Tribunal Constitucional: no salgo de mi asombro", en que comentaba unas increíbles afirmaciones del Tribunal Constitucional (puede verse ese artículo en el volumen 1 de "El curso del tiempo", Alianza Editorial).

Pienso en que, más allá de las instituciones, organizaciones, partidos, medios de comunicación, que tantas veces contribuyen a un estado de desorientación, hay una instancia suprema, mucho más importante, que es la que finalmente decide: las personas, los hombres individuales, libres, responsables, que tantas veces hacen dejación de esos atributos indeclinables y se dejan manipular. A última hora son los sujetos de lo que acontece, los que viven y eligen cómo hacerlo, los que sufren las consecuencias de sus renuncias, los que pueden recobrar lo que les pertenece y afirmar su voluntad, sus deseos, sus estimaciones y valoraciones, sus proyectos.

Hay fenómenos extraños y que no acaban de comprenderse; uno de ellos es que los países suelen cansarse de que las cosas estén bien. Esto produce una curiosa actitud de despego, de infravaloración de lo existente, la impresión de que aquello es una "vulgaridad" que urge abandonar para seguir otra orientación. A la inversa, sorprende la perduración de situaciones desafortunadas, lamentables, llenas de defectos y errores, que se mantienen largos años, y no necesariamente por la fuerza, sino por el apoyo o la pasividad de grandes porciones de la población.

Aventuro una hipótesis que podría explicar este doble comportamiento de las sociedades. No estoy seguro, ni en todo caso me parece suficiente, pero sería sugestiva una exploración histórica en diferentes países y en diversas coyunturas. Es posible que se aclarasen hechos difíciles de comprender.

Cuando las cosas están razonablemente bien, cuando los poderes no oprimen a los individuos, cuando estos pueden expresarse libremente y gozan de suficiente seguridad y de una prosperidad aceptable, están "libres", y entre otras cosas para vacar sus particulares deseos, preferencias y hasta caprichos. Pueden dar rienda suelta a su "originalidad", que puede ir acompañada de escasez de imaginación. Esto lleva a un deseo de "cambiar", de ensayar algo distinto -que puede ser viejo, ciertamente-, y que introduce la inestabilidad.

En cambio, las situaciones opresivas, dificultosas, penosas, que obligan a esforzarse por vivir lo menos mal posible, por una parte absorben en ello las energías de los individuos y, por otra parte, si se prolongan, engendran una depresión, un aflojamiento de los resortes, cuyo resultado final es la pasividad, la propensión a creer que "las cosas son así" y no vale la pena hacer nada.

En situaciones democráticas, en las que existe, al menos en principio, posibilidad de rectificación, es frecuente que, tras una decisión colectiva, se tenga la impresión de haberse equivocado, de haber caído en un error del que se siente un "arrepentimiento" bastante estéril. No digamos si esa decisión ha desembocado en la abolición de la libertad, en la eliminación de la democracia, en la imposibilidad de rectificación. El ejemplo de Alemania desde 1933 es el más claro de todos. La situación de los países de Europa central y oriental sometidos al poder soviético después de la Segunda Guerra Mundial es parecido en sus consecuencias, pero en este caso no hubo decisión por parte de los países sojuzgados aunque sí un gran sistema de complicidades.

Tengo la impresión de que la atención de los que gobiernan o pretenden orientar la opinión se concentra sobre las instituciones, los partidos, los resultados electorales, las encuestas, los comentarios que en los medios de comunicación expresan e interpretan la realidad. Todo ello tiene importancia, en ocasiones demasiada, y que en muchos casos lleva a la desorientación. Por lo pronto, por un sistema de luces y sombras, de publicidad y silencio. Es asombrosa la proporción en que se habla o se calla de acontecimientos, obras, personas. La deformación -por lo pronto cuantitativa- es evidente, y a ella sigue la cualitativa, más peligrosa aún.

Falta casi en absoluto el enlazar unas cosas con otras, mostrar las conexiones de la realidad -en eso consiste la razón, tan poco usada-, el posible descubrimiento del origen común de fenómenos muy diversos y que se consideran aislados, manera segura de ni entenderlos.

Si uno recorre los periódicos, oye las radios o contempla y oye las televisiones, extraerá la conclusión de que España está sumida en una profunda desorientación. Creo que esta impresión es errónea. ¿Es acaso España en este momento un país bien orientado? En modo alguno. Creo que es un país deficientemente orientado, pero con un sólido torso de orientación.

La mayoría de los españoles -con desigualdades según la edad, el nivel de cultura, la diversidad de regiones, algo que sería urgente y apasionante investigar- está razonablemente orientada en lo que se refiere a sus vidas privadas, incluidas las profesionales, con tal de que se refieran al presente o un porvenir cercano y no miren demasiado lejos. Ahí comienza la desorientación, en una forma precisa: la omisión, el cerrar los ojos.

Pero la normalidad es suficiente para los proyectos cercanos, para la convivencia, para el funcionamiento de la vida colectiva, incluidos los mecanismos de la democracia.

He dicho los mecanismos, porque la desorientación es evidente si se llega al nivel de la inspiración, de lo que podría llamarse el espíritu democrático. El sistema de las estimaciones es sumamente deficiente, y en alta proporción erróneo. Se suele reaccionar pasivamente a los "estímulos" que se presentan a los individuos, y en esto residen los mayores peligros. Cada vez me parece que lo primero que habría que hacer es el establecimiento de una "opinión pública" responsable y que se justifique. Por supuesto, plural, pero esto no quiere decir atomizada y caprichosa, porque deja de ser opinión pública y ni siquiera es opinión.

Si los individuos se enteran verdaderamente de lo que pasa, de lo que cada uno representa, de lo que busca, si juzga los méritos respectivos o su ausencia, se logrará la necesaria orientación. Pero hay que recurrir a la última instancia: a las personas como tales, en su libertad de elegir su vida. Todo lo demás, repito, todo, es secundario, conveniente pero insuficiente.

Ahora en...

About Us (Quienes somos) | Contacta con nosotros | Site Map | RSS | Buscar | Privacidad | Blogs | Access Keys
última actualización del documento http://www.conoze.com/doc.php?doc=1987 el 2005-03-10 00:25:37