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Solas

"Solas" es el título de una reciente película española, bastante extraordinaria y en la que no se ha reparado como merece. Es una novedad en muchos sentidos. Creo que es la primera de su director, Benito Zambrano, para mí desconocido. Lo mismo me sucede con sus actores principales, María Galiana, Ana Fernández y Carlos Álvarez. Toda la película es la simplicidad misma, y da la impresión de haber costado muy poco. Sus escenarios se reducen a una sala de hospital, dos pisos de una casa muy modesta y apenas nada más. La historia es extremadamente sencilla, pero no voy a contarla porque, a pesar de su elementalidad, quizá por eso, resulta apasionante y conmovedora. Es un fragmento de vida española, más concretamente andaluza.

El marido y padre de las protagonistas, un hombre de pueblo, torpe y bruto -que no es lo mismo-, tiene que ser operado, y lo llevan al hospital en Sevilla. La mujer (María Galiana) lo acompaña y se instala en el piso en que habita la hija (Ana Fernández), muchacha de considerable belleza, de vida muy dura y bastante lamentable, que trabaja de limpiadora en la ciudad. El tercer personaje es el inquilino de otro piso, un viejo y apacible jubilado asturiano (Carlos Álvarez), cuya soledad está mitigada solamente por su perro. Hay un joven y simpático médico del hospital, el tosco encargado de un bar, buena persona, y un camionero chulesco y repulsivo, que ha sido amante de la muchacha. Esto es todo. Lo extraordinario es la dosis de realidad, de veracidad, de esta película. De extremada sobriedad, todo parece la verdad misma

La madre es un prodigio de modestia, bondad, sencillez, espontaneidad. No presume ni alardea de nada, derrama eficacia, paciencia, cariño como sin darse cuenta. Es una mujer de pueblo, sin pretensión alguna, que habla poco y en voz baja, que hace lo que cree que debe hacer, sin más. Recuerdo que Ortega decía que en España había muchas mujeres que "segregaban abnegación", lo que no era solamente un elogio, sino que mezclaba la admiración con la crítica. Ahora hay menos mujeres abnegadas, pero existen y conozco a algunas, pero quizá no les conviene el verbo "segregar": en ellas la abnegación no es una secreción espontánea y casi fisiológica, sino algo que responde a conocimiento, refinamiento personal, libertad.

La hija es dura, áspera, con las huellas de su todavía breve vida, bien perceptibles y que serán difíciles de superar, pero también ejerce su libertad y recibe la inesperada ayuda de su madre, quiero decir de su realidad. Y el simpático y solitario asturiano, a quien la nueva vecina, la madre, "echa una mano" en su desaliñada casa o le guisa una lubina, reacciona tímida y cálidamente a esa leve amistad. Hay una escena conmovedora, cuando la madre se despide para volver al pueblo, con el mastuerzo de su marido ya curado. El jubilado le pregunta a la mujer si puede escribirle alguna vez, y ella responde con sencillez: "No sé leer". Y cuando el hombre pregunta si puede llamarla, ella añade con igual voz: "No tenemos teléfono". Hay dureza y cierta dosis de amargura en esta película española de ahora mismo.

Lo que no hay es grosería, ni destrucción del lenguaje, ni chabacanería -yo la defino como "la complacencia en la vulgaridad"-, que parecen constantes en la parte dominante del cine, y ¡ay! no solo del cine. Los personajes de "Solas" son reales, verdaderos, existen, y son lo decisivo. Lo negativo, lamentable, hasta repugnante, está presente, pero en la proporción debida. Existe la tentación de dar por supuesto que todo es lamentable, repelente -o que eso mismo es lo que "debe ser", lo que hay que fomentar y glorificar-. Esta película está lejos de ser un "documental"; es una historia humana, limitada, elemental, modesta, que respira verosimilitud

Pero resulta, si se la mira bien, un "documento" iluminador de una fracción de la sociedad española. La gran mayoría del cine de estos años es una deliberada falsificación del pasado reciente y de la actualidad, porque es "rentable", da fama y dinero, y de paso sirve a propósitos diversos. Solamente unas cuantas películas podrán servir para entender nuestra realidad sin suplantarla. Y me refiero a verdaderas películas, a obras de ficción, hechas desde dentro, mirando la realidad -en eso consiste el cine- para transfigurarla respetándola. Esta película me ha hecho recordar a un viejo escritor, enteramente olvidado, a quien leí desde hace setenta años, y a quien, por cierto, Clarín miraba con malos ojos -tentación que a veces empañaba sus evidentes virtudes-: José de Castro y Serrano (1829-1896). Era andaluz, granadino, escribió bastantes libros de interés: "Cartas trascendentales", "Cuadros contemporáneos", sobre exposiciones universales, un delicioso libro, "La novela del Egipto", crónica de la inauguración del canal de Suez en 1869, publicada en el diario "La Época" mientras el autor estaba encerrado en su casa de Madrid, con informaciones que le enviaba la hija del gran erudito Pascual Gayangos, casada con el diplomático Riaño, y que "supo guardar el secreto, a pesar de ser mujer", como dice la dedicatoria del libro.

Pero lo que me ha hecho pensar en este autor es el género que cultivó más, bajo el título "Historias vulgares". Son relatos bastante largos, de un género no muy cultivado en España, próximo a la "nouvelle" francesa o la "short story" inglesa. Es el autor por excelencia, en los decenios finales del siglo XIX, de la vida cotidiana. Los personajes son "vulgares" en el sentido de que no tienen nada de particular, que no son egregios, ni tampoco extremados, fuera de lo común. Castro y Serrano sabía descubrir su personalidad, el interés de sus vidas sin relieve, acaso sombrías, o de plácida cotidianidad. Tenía enorme respeto por las figuras que inventaba, acaso con fundamento en lo real, por la modestia de sus vidas, por la posibilidad de que en ellas acontecieran dramas sin brillo pero no menos auténticos. Sobre todo esto derramaba benevolencia no exenta de perspicacia. Dos rasgos poco estimados, que suscitan frecuente hostilidad, lo que quizá explica el olvido de este autor, nunca reeditado, que yo sepa, después de su muerte

La vida cotidiana es la forma capital de la vida. Lo es esencialmente la vida humana sin más, es la porción mayor de lo que podríamos llamar el "volumen" de la vida. Sobre todo, cuando se intenta penetrar en las "formas" de la vida, en la estructura de la colectiva, de lo que es propiamente la sociedad, la indagación de la vida cotidiana es inexcusable

Ahora se confía en la estadística. Sin negar su valor, tengo creciente escepticismo sobre el uso que se hace de ella. Al otro lado habría que poner la ficción en todos sus géneros, que nos pueda dar el relieve, el color, la palpitación de las vidas individuales. Cuando se cumplió el centenario del cine di un largo curso titulado "Un siglo de antropología cinematográfica" porque estoy persuadido de que el cine es un fabuloso instrumento de análisis de la vida humana. Pero, como en todo, hay acierto y error, y todavía más, amor a la realidad o propósito de falsificación.

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