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Cuestión de imaginación
Así como hay algunas especies animales que tienen un periodo de hibernación, en que la vida queda reducida a un mínimo, en nuestros países se produce una análoga retracción en verano; en agosto, sobre todo, se "cierra" gran parte del mundo, se aplazan innumerables cosas, hasta que llega un lento despertar. Siempre asisto con interés a esa vuelta a la vida "normal" y trato de adivinar la forma que va a adquirir. Espero a ver qué ocurre, pero todavía más a ver "qué se le ocurre" a las personas o grupos que son representativos o tienen alguna responsabilidad en la vida colectiva.
A veces se tiene la impresión de que no se ocurre nada, y eso me parece grave. Porque la vida, operación que se hace hacia adelante, es decisivamente cuestión de imaginación. Aquella fórmula del "mayo francés" de 1968, "La imaginación al poder", encubrió una notable carencia de ella, y de ahí su hoy evidente esterilidad. Por cierto, Valle-Inclán lo dijo mejor, muchos años antes: "Sólo es buena a reinar la fantasía." Confío en que ahora, en este otoño que desembocará en el año 2000, se use la imaginación para proyectar el porvenir. ¿Quién podrá hacerlo? Las personas o grupos destructores, ciertamente no. El negativismo está reñido con la imaginación. Los que se dedican a descalificar la realidad sin más -los que practican lo que alguna vez he llamado "la calumnia de España", o sus equivalentes en otros lugares- son constitutivamente incapaces de imaginar. Solamente la apertura a la realidad, la convicción de que esta es rica, fecunda, inagotable, porque está henchida de posibilidades, pueden anticipar el futuro y buscar para él una imagen atrayente.
Pero hacen falta ciertas condiciones para que la imaginación sea adecuada y eficaz. Ante todo, la fidelidad a lo existente, la posesión de lo que "hay", de los recursos de los que hay que partir; y en ello cuento las dificultades, los problemas, los errores cometidos y que hay que enmendar. Nada hay más "realista" que la imaginación, que no consiste en "echar a volar" caprichosamente una fantasía vaga, sino en prolongar con rigor y exigencia los rasgos de lo que se encuentra, que son el inexorable punto de partida.
Y el pasado es un elemento capital de esa realidad, la acumulación siempre renovada y, lo que es más, interpretada, de una historia que en muchos casos -y así entre nosotros- es milenaria. Esa historia condiciona, ciertamente, nuestro porvenir, pero no lo determina, porque al hombre le pertenece inexorablemente su forzosa libertad, y por eso consiste en innovación. El pavoroso olvido de la historia está obturando el horizonte de países que han sido ilustres y están en peligro de dejar de serlo; porque -no se pierda de vista- la vida es permanente inseguridad.
Todavía es peor que el desconocimiento o el olvido la suplantación, la falsificación del pasado -tarea predilecta de grandes grupos, empresa cultivada con esmero-. Los que hacen esto, no solo carecen del necesario punto de partida para imaginar y proyectar, sino que se apoyan en lo inexistente, con lo cual aseguran la infecundidad de lo que les espera.
El que inventa un pasado irreal entra en un camino que conduce al fracaso inevitable. Los ejemplos históricos son múltiples y evidentes.
Ahora se está haciendo un ensayo de esta actitud en porciones fragmentarias de "esos grandes cuerpos que son las naciones", en expresión de Descartes, con el resultado previsible de una múltiple obturación de horizontes. Otro enemigo de la imaginación creadora es la timidez, la excesiva modestia. Sapere aude, atrévete a saber, decía Kant. Atrévete a imaginar, habría que decir a los que intentar conducir a un pueblo. Cierta atonía que creo descubrir en muchos países europeos, la visión angosta que tienen de sí mismos, en principio reacción justificada a la desmesura jactanciosa y agresiva de los nacionalismos, está haciendo que se pierda la noción adecuada de su magnitud -en diversas dimensiones- y se estreche la perspectiva del futuro en que se va a entrar.
Esto explica la angustiosa escasez de innovación que se observa en países que han sido con frecuencia creadores -en algunos casos, con admirable continuidad-, lo que es una sombra que se cierne sobre la notoria prosperidad general.
En España parece "elegante" la idea de que es un país pequeño -paradójicamente compuesto por tres o cuatro grandes potencias y otras comunidades también eminentes-. Si se parte de esa noción, no hay nada que hacer. Si se tiene presente la magnitud real, si se incluye en ella esa acumulación de medio milenio, si se mide la fecundidad exterior, de lo que "viene" de España y es por tanto posibilidad y responsabilidad de ella, se rectifica el mapa imaginario y se restablece lo que puede y debe ser el punto de partida.
Porque de eso se trata: no de quedarse ahí, mirándose el ombligo, operación que nunca me ha parecido apasionante, sino de vislumbrar el horizonte posible, advertir hacia dónde se puede ir, qué se puede hacer, para los propios y para los demás, qué se puede aportar si se ponen en juego los recursos que a cada uno pertenecen.
Estamos acostumbrados a advertir las deficiencias españolas, que son considerables. Casi siempre pasamos por alto nuestras disponibilidades, que son también muchas, acaso privilegiadas, en muchos casos superiores a las de países que se juzgan más ricos, prósperos o eficaces. El nivel de vitalidad es de extremada importancia, porque es condición de casi todo lo demás. El síntoma primario de su escasez es el aburrimiento, enemigo público de nuestro tiempo. España es uno de los países menos aburridos del mundo -y en esto lo acompaña gran parte de la América hispánica-. A esa vitalidad hay que agregar la pervivencia actual de posibilidades pretéritas que siguen a nuestro alcance y son parte capital de nuestra riqueza.
En el aspecto, tan importante, de la creación intelectual, literaria, artística, la relativa modestia, el reducido volumen, de lo que España significaba a fines del siglo pasado hizo que la cultura del nuestro fuese la menos "provinciana" de Europa, y lo sigue siendo. España no podía contentarse con lo propio, y se abrió a lo mejor que se había hecho o se estaba haciendo en otros lugares. Y cuando estos interrumpieron su creación o se desentendieron de ella, España la conservó y se nutrió de ella prolongándola de otras formas y en muy diversas direcciones.
Tengo impaciencia por ver qué van a proponer, qué van a ofrecer a los españoles los que imaginen la figura que España podrá tomar en el siglo próximo. ¿Volver atrás, sin rectificar los errores, con ceguera para lo que exige enmienda rigurosa? ¿Restaurar los reinos de taifas, que llevaron a su destrucción lo que había sido el Califato, mientras la España cristiana se recuperaba mediante una larga serie de incorporaciones? ¿Contentarse con llevar adelante una vida digna y próspera, dando por supuesto que ya se ha llegado? Nunca se ha llegado, y es lo maravilloso de la vida humana, cuyo elemento decisivo, en lo personal y en lo colectivo, es la imaginación.
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