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Profundidad
El horizonte de lo que se ve, no digamos de lo que se sabe, es variable. Quiero decir que se van descubriendo los diferentes ingredientes del mundo personal a lo largo del tiempo, en momentos diversos, en un proceso de dilatación y enriquecimiento que no excluye los olvidos, las recaídas, los angostamientos. Esto da un carácter intrínsecamente dramático a la vida. Rara vez nos damos cuenta de estos procesos, que condicionan nada menos que nuestra realidad.
Tengo presente el momento en que algunos aspectos fundamentales de nuestra vida han aparecido en la mía personal: algunos responden a la época en que se vive, otros a la sociedad de que estamos hechos, un número más reducido pero más próximo e intenso al círculo de lo personal.
Hace ya bastantes años caí en la cuenta -de eso se trata- de lo que llamé el "espesor del presente", como fenómeno español de largo alcance. Me sorprendió la permanencia actual de porciones sustanciales del pasado, concretamente de autores muertos hace ya largo tiempo, que no son un repertorio pretérito, "clásicos" que son objeto de estudio, sino parte integrante de nuestras vidas, que son "leídos", que son admirados, denostados, que consuelan, dan compañía o irritan y despiertan pasiones.
Me di cuenta de que eso significa una inesperada riqueza con la que se hace la vida, que apenas se percibe, a la que no se presta atención. Me sorprendió que ese fenómeno -la actualidad de todos los autores de la generación del 98, y aun más allá, de Galdós, Clarín y otros- fuese estrictamente español, ya que no se extiende al conjunto de la lengua, puesto que no se halla en Hispanoamérica.
Esta reflexión me ha llevado a preguntar por el estado de otros países, de otras lenguas y culturas, al menos de las próximas, de las que es posible algún conocimiento. El primer examen, inseguro e insuficiente, me ha llevado a la impresión de que la angostura del presente, su escaso "espesor", afecta a toda Europa. Autores que eran muy conocidos en mi juventud, que formaban parte de la realidad de sus países, sin los cuales éstos no eran inteligibles, se han desvanecido, no se los lee -apenas se los estudia como reliquias pretéritas, no se "vive" de ellos, apenas se los conoce-. Pregunto por figuras que hace unos decenios tenían plena actualidad, una presencia vivaz, y queda solo una pálida imagen inoperante, acaso ni el nombre en las generaciones más jóvenes.
Si esto se conjuga con el hecho capital de nuestra época, la longevidad, la prolongación por quince años al menos de la vida humana y su relativa plenitud hasta edades muy avanzadas, la sorpresa es mayúscula: esa longevidad afecta a los autores en cuestión, que "fueron" ilustres, y a los vivientes que los han olvidado, que se podrían nutrir de ellos, como sucede, venturosamente, con una fracción considerable de los españoles.
No me atrevo a dar por buena y confirmada esa impresión europea, pero es inequívoca, apenas desmentida por algunas excepciones. Adviértase que estamos en el momento en que está cuajando la Unión Europea, complemento necesario de la vieja unidad secular de nuestro continente; es decir, que se va a vivir en Europa y de Europa, más allá de la realidad saturada pero insuficiente de las diversas naciones. ¿Qué significa, qué consecuencias puede tener, que se encuentre una Europa empobrecida, de escaso espesor?
¿A quién se lee en Europa? ¿Qué significa ser natural de alguna de las grandes naciones creadoras, tener como propia alguna de las lenguas en que se ha escrito el patrimonio común europeo? Muy diversos factores han llevado a la situación de este final de siglo. Los nacionalismos de las naciones, que llevaron a la hostilidad entre lenguas y culturas, fenómeno de nuestro tiempo, ajeno a siglos pasados, en que los países guerreaban pero se admiraban mutuamente, se interpenetraban de modo inextricable. A esto se han añadido los rencorosos "nacionalismos" de lo que no son naciones, que aportan sus reducidísimo recursos al desarticulado conjunto.
Otros factores son el "actualismo" de las industrias que tienen que ver con la cultura. Por cuestiones de impuestos, de almacenamiento de libros, se tiende a que éstos sean efímeros, mercancía que se vende unos meses y después se arrumba o destruye, en lugar de permanecer años o siglos. Es difícil encontrar un libro de hace unos pocos años, no digamos el repertorio en que se ha ido acumulando la cultura europea. Añádase al desprestigio que han ocasionado los premios, casi siempre arbitrarios, debidos a motivos políticos, a influencias económicas, a manipulaciones críticas, más que motivos intelectuales. ¿Quién conoce los nombres de los que han recibido los premios más famosos en el último decenio? Se ha impuesto un extraño apriorismo: se elogian, se ponderan, se piden los derechos de traducción de libros inexistentes, meramente anunciados, de los que se desconoce su valor real, porque están en un "circuito" privilegiado, irreal y que poco o nada tiene que ver con el valor efectivo.
La consecuencia de todo esto, de la desigualdad y escasez del "espesor" del presente es la ausencia de "profundidad". Hay una evidente disminución de la "realidad" de cada país y del conjunto europeo. La fabulosa riqueza que ha sido Europa durante siglos, de la que habían participado, desigual pero realmente, todas sus partes, se está evaporando. La admirable frase de Antonio de Capmany en 1773, que he descubierto y citado tantas veces, "Europa es una escuela general de civilización", ¿es verdad hoy?
Las naciones no son iguales; deben tener los mismos derechos, la misma estimación, pero su realidad es muy diversa, y en eso estriba la riqueza de Europa. Hay unas cuantas lenguas en las que se ha creado lo más sustancial del patrimonio común, del que han participado todos; su olvido, la falta de su aprendizaje, es desastroso. Se dirá que en los últimos decenios no se escriben en algunas de esas lenguas libros memorables, imprescindibles, con los que haya que contar; pero en ellas se han escrito centenares, millares de libros irrenunciables. Tal vez porque los que las hablan han dejado de leerlos han interrumpido su esfuerzo creador.
Urge restablecer la realidad, reconocer sus fueros, evitar la fantasmagoría y el consiguiente empobrecimiento. Europa ha sido algo asombroso, se le debe una aportación inmensa, vertida sobre gran parte del resto del mundo. Gracias a su profundidad compartida; si se renuncia a ella, si los europeos se contentan con una delgada superficie, poco más que una pompa de jabón. ¿Qué se puede esperar? ¿Por qué no partir del espesor venturoso del presente español, como ejemplo incitante y como aportación a Europa entera? La condición es que siga existiendo y que no se haga frívola almoneda de él.
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