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Conmemoraciones

El uso de ordenadores o computadores, que ponen todos los datos al alcance de cualquiera, hace que muchos se pasen el tiempo recordando los aniversarios, cincuentenarios y centenarios de casi todo. Es una forma inorgánica, a veces injustificada, de evocar lo pretérito, a veces de minucias sin mayor importancia, pero resulta saludable en un pueblo de desmemoriados. Gracias a ello, se va reconstruyendo la historia, por fragmentos, a veces en desorden, pero más vale así que el olvido.

El año 1998 coincidió con el centenario de la muerte de Felipe II, cuya figura y época fueron traídas a la memoria histórica, revividas, analizadas, puestas en circulación. El azar hace que el centenario de su padre, Carlos V, nacido en 1500, coincida con el año próximo, el ya inmediato 2000, y ya nos estamos preparando para la correspondiente evocación. Es decir, el padre va a suceder en la conmemoración al hijo, en una curiosa inversión del orden real. Se puede, sin embargo, corregir esa anomalía, mediante una mayor fidelidad a las evocaciones cronológicas. Hay otro centenario ilustre en puertas: el del nacimiento de Velázquez, en 1599.

Es uno de los grandes nombres de la historia de España, de los tres o cuatro indispensables para entender. Si pensamos en él, hay que tener presente, no sólo su nacimiento, sino su obra entera, hasta su muerte en 1660. Si tomamos las dos fechas de los dos personajes, desde el nacimiento de Carlos V hasta la muerte de Velázquez, nos encontramos con el periodo que va de 1500 a 1660, algo más de siglo y medio, en que el papel de España fue, no sólo relevante, sino absolutamente decisivo para la historia del mundo. Se hablará de "hegemonía española", y así fue en realidad, pero creo que algo más, de un alcance extraordinario.

Me propongo indagar, con la colaboración de unos cuantos investigadores eminentes, que suplirán con su sabor a mi modesta capacidad de hacer preguntas, lo principal que aconteció en ese siglo y medio o dos siglos, si miramos un poco atrás, desde finales del siglo XV, hasta el casi concluso XVII: la fundación de Occidente. Esta realidad, en la que vivimos desde entonces, uno de los "mundos" que existen en el mundo total, que en modo alguno es unitario, aunque todo él esté en presencia, no existía hasta la época que se trata de recordar. Europa había sido "intraeuropea"; desde las expediciones españolas y portuguesas del final del siglo XV, se proyecta fuera de sí misma, hacia tierras casi desconocidas o enteramente ignoradas, de existencia dudosa, hacia el Oeste, lo que llevó al descubrimiento del Nuevo Mundo, y hacia el Este, lo que exigió el reconocimiento de buena parte de África, desde las islas Canarias hasta el Cabo de las Tormentas o Buena Esperanza, hasta el Océano Índico.

Pero no sólo esto, sino que desde América, desde la Tierra Firme, se avista el Océano Pacífico, inmenso y desconocido, y se inicia su navegación y exploración. Magallanes lo cruza hasta las Islas Filipinas, donde muere; desde allí, Elcano prosigue la navegación y da la vuelta al mundo. Se toma posesión de la redondez de la Tierra, queda completa la figura y extensión del planeta. Y empieza la exploración minuciosa, por navegantes españoles y portugueses, del Pacífico, hasta los tiempos de Mendaña y tras él su mujer, Isabel de Barreto. A esto llamo la fundación de Occidente, la creación humana de su realidad. Pero no se trata sólo de geografía, sino de la vida humana como tal, y por tanto de la historia. Tras la fundación de las dos primeras naciones de Europa en el sentido moderno de la palabra, España y Portugal, se constituye la Supernación en dos hemisferios, lo que va a ser la Monarquía católica o hispánica, precisamente la de Carlos I, desde la cual va a ser Emperador como Carlos V. La "universitas christiana" que va a ser su proyecto histórico se concibe desde la nueva realidad occidental, hasta entonces inexistente.

Esta radical innovación es de un orden de magnitud nunca antes superado, a no ser por la romanización del mundo antiguo, a una escala menor. ¿Se tiene esto presente? ¿No ocurre que la atención, retenida por asuntos que en el fondo resultan "provinciales", pasa por alto la nueva realidad de Occidente? ¿No sucede que todavía hoy se la pasa por alto sin advertirla? Y no se trata sólo del ámbito en que se va a mover la vida europea -que ya será algo más-, de la extensión del "mundo" en que se vive -desde luego los españoles, pero no todos- sino del contenido de la vida. Las instituciones, el derecho, las formas políticas, se van a dilatar mucho más allá de sus límites originarios. Dos lenguas europeas -luego una tercera- se van a convertir en "lenguas universales", unificadoras de inmensos territorios siempre fragmentados.

El mandato evangélico "Docete omnes gentes" se va a cumplir por primera vez más allá de los límites del mundo antiguo. El arte, la literatura, el pensamiento van a lograr un alcance casi universal, inimaginable hasta entonces. Y esto refluye sobre Europa misma, que no va a ser lo que era. El concepto de la oikouméne, la "tierra habitada", ha experimentado una inmensa transformación. Ha pasado de ser una idea, una aspiración, a lo sumo un ideal, a convertirse en una realidad. Y eso quiere decir, sobre todo, algo con lo que "hay que contar". Desde ese siglo y medio originado en la Península Ibérica, los europeos no van a estar "solos". Van a tener que vivir a escala universal.

Los productos, que van y vienen -no se olvide, por inverosímil que parezca, que América era un continente sin caballos ¡ni rueda! hasta que los llevaron los españoles. Y tantas cosas, y lo que no son cosas, cruzan el Atlántico para asentarse y florecer en el otro hemisferio, mientras Europa se enriquece con tantas cosas americanas sin las cuales no nos entendemos. He dicho que los europeos van a tener que vivir a escala universal. ¿Y pensar? Acaso no, porque es cuestión delicada y que a veces llega con retraso. Habría que indagar con rigor qué personas, qué países de Europa, empiezan a pensar desde el ámbito ya real de Occidente. Habría que ver cómo se va gestando la incorporación del viejo mundo a los nuevos, la visión de éstos desde el antiguo.

He propuesto los dos términos botánicos "transplante" e "injerto" para la acción europea sobre América. Habría que dar a esas nociones toda su extensión, desde los comportamientos sociales hasta la idea misma del "hombre". "Tolgamos la corteza, al meollo entremos." ¿No valdría la pena, con ocasión de estos centenarios, penetrar, más allá de la superficial corteza, en el fondo de la realidad en que vivimos? Por añadidura, se descubriría qué ha sido, qué es, qué puede ser España.

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