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Espíritus veraces

En distintos niveles, he hecho o hago actualmente la experiencia de algo que es una de las dimensiones esenciales de la vida humana: la veracidad. Reuniones amplias, en ocasiones de alto nivel, intelectual, profesional o político; lo que transmiten los medios de comunicación, periódicos, revistas, radio, televisión; finalmente, la convivencia directa con personas individuales. En esto queda envuelta una amplia muestra de lo humano. Las diferencias son enormes, y lo más curioso es que no se advierten demasiado, ni parecen decisivas. Sería interesante averiguar, si es posible, si la situación dominante en nuestro tiempo coincide más o menos con la de otros, y en qué sentido ha habido variación.

Lo que más me sorprende es la relativa indiferencia respecto a la veracidad: rara vez se hace su aforo, no se tiene constancia de su estado, apenas influye en la estimación de que gozan instituciones, grupos o personas. En la vida habitual, en los países que integran nuestro mundo, apenas se tiene en cuenta este aspecto que me parece decisivo, la condición primaria para merecer estimación, el fundamento principal de toda convivencia.

Hace más de medio siglo intenté filiar y analizar las posibles relaciones del hombre con la verdad, y el resultado del examen fue entonces bastante desolador. Tengo la impresión de que poco después hubo una sensible mejoría, que no duró mucho, y luego he advertido diversas recaídas, con algunas mejorías parciales.

En 1934, en uno de sus escritos más personales, que no apareció hasta después de su muerte, el "Prólogo para alemanes", se refirió Ortega, más allá de la normal busca de la verdad como motor de la filosofía, al desigual grado de "veracidad" de los filósofos. Dijo que muchas veces había pensado escribir un ensayo titulado "Genialidad e inverecundia en el Idealismo trascendental". Precisamente lo que lo llevó a prohibir la publicación de ese Prólogo en Alemania fue la atroz crisis que experimentó la verdad en aquellas fechas.

Lo primero que hay que decir de la relación del hombre actual con la verdad es que es "escasa" -adjetivo que sorprende apenas escrito-. No se tiene demasiado en cuenta, hay débil sensibilidad para ella, su ausencia no angustia, ni apenas perturba o inquieta. Hay una difusa indiferencia, un extraño olvido de lo que en principio parecería ser una condición primordial. No es probable que de la presencia o ausencia de la verdad se extraigan consecuencias serias, que graviten sobre las conductas personales. ¿En qué medida condiciona esto la estimación, la adhesión política, la selección de partidos y gobiernos?

Incluso en aspectos menos pragmáticos, en los que se refieren al conocimiento de la realidad, sin exceptuar la ciencia, y aun en sus formas más elevadas y eminentes, la veracidad ocupa un puesto de gran modestia, evidentemente secundario. La forma más frecuente de esto es la parcialidad. Se investiga una zona de la realidad, que se considera asunto "propio" y en el que se aspira a alcanzar excelencia; rara vez se tiene en cuenta el "resto" de lo real -que normalmente es la mayor parte-, sin ver que esa omisión deja la parte atendida aislada de su contexto efectivo, de sus conexiones, por tanto perturbada y falseada. La realidad es un vasto sistema de conexiones, y si se las amputa, cada fracción queda automáticamente falseada.

Una de las formas habituales de falta de veracidad es la incoherencia. Un ejemplo particularmente sencillo y claro es la consideración "científica" del medio ambiente y las necesidades humanas de alimentación y nivel de vida de las poblaciones. Se lamenta el hambre o la extrema escasez de países enteros, que reclama con urgencia el incremento de la producción de alimentos y otros recursos, y entre ellos la energía. Esto requiere el aumento de los cultivos, la utilización del agua, el aprovechamiento de las posibilidades energéticas de diverso origen. Pero "al mismo tiempo" -esto es lo grave- se clama contra la roturación de extensiones selváticas, la canalización de aguas, la construcción de embalses, la extracción de petróleo o la energía nuclear. Se lamenta la posible destrucción de algunas de las especies vegetales o animales existentes, cuyo número alcanza los millones, cuyo conocimiento es muy deficiente.

Hasta aquí hay desinterés por la verdad, indiferencia, olvido parcial. Parcial en el sentido de "parte". Pero se puede dar un paso más: el "partidismo" va más allá de la indiferencia y se convierte en hostilidad. Para muchos, la verdad es el principal "enemigo". Se va resueltamente contra ella, de manera activa y metódica. Esto ocurre a medida que se va aproximando el interés hacia lo humano. Así ocurre con los problemas económicos, sociológicos, políticos, afecta radicalmente al tratamiento de la historia, cuya demolición y suplantación se está acometiendo sistemáticamente y a gran escala.

Desde que se ha visto que el presente, y todavía más el porvenir, dependen de la posesión del pasado, de su instalación en él, de la posibilidad de proyectar desde el suelo firme de la verdad o desde la fantasmagoría inventada, la destrucción de la verdad histórica se ha convertido en el gran imperativo.

Todo esto "infecta" literalmente buena porción del mundo actual; se habla mucho de polución de las aguas o de la atmósfera, pero apenas se advierte la polución de las mentes y las almas. Ésta es mucho más próxima al hombre, afecta a su intimidad, condiciona el trato con todo lo exterior. Lo más inquietante es que en un mundo lleno de "cosas", hasta el punto de que apenas se piensa más que en ella, esa situación apenas resulta perceptible.

Esto hace que sea particularmente preciosa la existencia de "espíritus veraces", cuya actitud consiste en una irrefrenable torsión hacia la verdad. Hay personas que la necesitan para respirar, que se ahogan sin ella, que la buscan incansablemente, que acaso no son capaces de descubrirla. Se puede tratar de personas muy modestas; creo que en mayoría son modestas, entre otras razones porque su veracidad les impide magnificarse, vanagloriarse. En el mejor de los casos, son veraces espontáneamente, casi sin darse cuenta. Ante la presencia de la verdad se iluminan, a veces reviven, se sienten en un ambiente respirable. Cuando se las encuentra, se recobra la esperanza en lo humano, se siente confianza.

Cuando alguien, en un medio público, en una enseñanza, en la más sencilla conversación privada, dice la verdad, o la echa de menos y la busca, se siente que no está todo perdido, que la ofensiva contra la verdad, a pesar de sus imponentes recursos, no prosperará. ¿Por qué? Porque la mentira es incoherente, se contradice, se destruye a sí misma; porque, en suma, es irrespirable y se ahoga en sí misma. El aire respirable de la verdad mantendrá en vida a los espíritus veraces.

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