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Un aspecto del Siglo XX

Si alguna vez se hace un balance inteligente y justo de la creación intelectual española en el siglo que va a terminar, incluyendo en él los últimos decenios del XIX, en que se inicia lo que va a ser el carácter nuevo de esta época, sorprenderá la riqueza inesperada de los resultados. Y digo inesperada porque se rompió lo que parecía un rasgo ya muy duradero y que parecía difícil de modificar.

Desde los decenios finales del siglo XVII, por causas múltiples y que sólo ahora empiezan a resultar claras, había disminuido mucho la capacidad creadora en España. En el siglo XVIII, tan admirable en muchos sentidos, tan positivo y eficaz, tan dedicado al mejoramiento del país, dominó una saludable pero peligrosa "modestia". La impresión de inferioridad intelectual de España, el deslumbramiento ante la brillantez de otras culturas, especialmente la francesa, y su habilísima promoción, la general aceptación de los defectos y carencias españoles, a pesar de su parcial injustificación, todo eso llevó a una actitud "receptiva": la voluntad de poner la casa en orden, de aprender lo que faltaba, asimilar lo que en otras partes se hacía, sumarse al nivel alcanzado en otros países. La admirable frase de Antonio de Campmany en 1773, tantas veces he recordado, "Europa es una escuela general de civilización", expresa esa actitud.

Hay momentos fulgurantes de creación, debidos a una genialidad personal, como es el caso de Goya, que no era un intelectual, sino un visual y un manual, pero eso no bastaba. Nunca he creído que lo decisivo sean las "dotes", sino lo que se hace con ellas, y esto explica que la creación sea bastante independiente de la continuidad genética y dependa mucho más de las actitudes, de factores sociales, históricos, en suma, personales.

Pero además la recepción es insuficiente. Si no se realiza desde una actitud en sí misma creadora, no acaba de incorporarse. Es menester una disposición afín, aunque sea "discipular", para que prenda y dé sus frutos adecuados. Por eso, el espléndido esfuerzo del XVIII, de los modestos, razonables, perspicaces "ilustrados" españoles no pudo llegar a buen fin. La crisis de la Revolución Francesa, sobre todo la devastadora invasión napoleónica, la discordia sobrevenida a continuación, las luchas civiles y las emigraciones, todo eso impidió el desarrollo de aquellas disciplinas que reclaman maduración y continuidad.

Es lo que empieza a ser posible durante la Restauración. Un resto de desconfianza, de escepticismo, impide todavía que se tome posesión de lo que ya existía y vamos descubriendo. Cada vez parece más valioso lo que se hace en los últimos treinta años del siglo pasado, el valor de nombres que han reunido una estimación insuficiente e insegura. No olvidemos que entonces se puso de moda cierto desdén por lo español, que parecía elegante, correlato del general desconocimiento por parte de casi toda Europa, que por lo general se tomaba al pie de la letra y sin crítica, incluso con cierta complacencia.

Esto varía sustancialmente en el siglo todavía actual, aunque va a dejar de serlo, es decir, desde la generación del 98. Es el momento en que se unen dos rasgos decisivos: la apertura a lo ajeno y la actitud originalmente creadora. La cultura intelectual española era todavía deficiente, incompleta, carente de muchas cosas, incomparable, no con la de Europa, como se decía, sino con la de tres o cuatro naciones de ella, olvidando el resto, es decir, la mayor parte. Pero los españoles curiosos e inteligentes se acercaron a ella desde su mismo espíritu, en profunda afinidad, desde una actitud también creadora. Esto hizo que la recepción fuese ahora excepcionalmente fecunda, activa y no pasiva; lo ajeno fue incorporado y germinó en forma distinta y original y que la cultura española de nuestro tiempo haya sido la menos "provinciana" de Europa, desde su relativa modestia, sin petulancia, sin exclusivismo, instalada en el mismo nivel.

Durante mucho tiempo, su volumen ha sido menor; pero las cimas han sido tan altas como las más elevadas de cualquier lugar. Y ello desde una perspectiva distinta de las existentes, "nueva" en el conjunto de Europa. Lo que ha sido evidente y reconocido en pintura o música no ha sido aceptado en el pensamiento o la literatura, a pesar de que, con toda evidencia, las grandes figuras de estos campos no han sido en modo alguno inferiores a las de los artistas coetáneos.

Esa aportación no "consta" demasiado porque la visión exterior de España, durante demasiado tiempo, no contaba con ella. No se esperaba lo inesperado, y esto impedía percibirlo. Cuando esta situación empezaba a superarse sobrevino la discordia y la guerra civil, la emigración y la represión, la incomunicación y el partidismo; todo ello estimuló la frecuente propensión española a la negación, a la exclusión, a la capacidad de no enterarse. Esto ha llevado a la sistemática exclusión de todo nombre español en innumerables trabajos eruditos llenos de referencias a libros o artículos extranjeros no leídos, en los cuales se dicen cosas escritas en español muchos años antes. Y, por otro lado, inexistentes "autores" se asocian en bandadas para simular la realidad de que carecen.

Esto hace que la visión generalizada esté muy lejos de la realidad. El volumen de la cultura española, en los dominios propiamente intelectuales, sigue siendo reducido, lo que es más extraño en esta época de enorme crecimiento y masificación. Pero si se distinguen "las voces de los ecos", si se busca lo que es propio, lo que se ha añadido a lo existente, lo que responde a una perspectiva que se ha añadido a las existentes, la imagen es distinta y de un extraño atractivo.

Porque la cultura española de nuestro siglo ha brotado originariamente de una necesidad de ponerse en claro, de saber qué pensar y qué hacer. Ha nacido de las circunstancias españolas, de su inseguridad y problematicidad. Pero todo eso dentro de una Europa bien conocida, de un Occidente que en su origen fue obra de España. Y se ha visto que esa inseguridad y problematicidad no eran exclusivas de España, sino generales. Acaso los españoles las descubrieron hace un siglo, cuando los demás se sentían seguros sin justificación suficiente.

Esto añade un valor a una cultura que ha resultado, paradójicamente, "temprana", que ha anticipado visiones que todavía son nuevas y escasamente compartidas. Podría ser urgente, y no sólo para nosotros, hacer un balance inteligente y justo que se podría ir realizando y que depararía bastantes sorpresas.

Sobre todo, por extraño que parezca, para los propios españoles.

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