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La niebla
Tengo la impresión de que empieza a levantarse la niebla que ha cubierto en los últimos tiempos la vida pública en España. La confusión que siempre acompaña a la realidad, la que se añade deliberadamente y con propósitos precisos, la que fomentan, con pocas excepciones, los poderosos medios de comunicación, todo eso ha impedido que se vea con claridad dónde estamos, de qué disponemos, con qué o quiénes se puede contar, de quiénes hay que desconfiar o simplemente defenderse.
Sobre todo esto ha actuado un laudable sentido de la prudencia y la moderación, un temor a empeorar las cosas, que ha llevado a no proyectar demasiada luz sobre aspectos oscuros, inquietantes, que siguen actuando aprovechando el beneficio de la sombra.
El panorama que se descubre cuando la niebla es menos densa y permite una visión más precisa es, sorprendentemente, alentador. Mi vida ha sido larga, y empecé a darme cuenta de la realidad, y concretamente de la española, muy pronto. Tengo recuerdos muy precisos desde 1920, aproximadamente. Al ver el gran volumen de la Historia de España que dirigió don Ramón Menéndez Pidal, "El reinado de Alfonso XIII", encontré que su copiosa ilustración me era familiar, con pocas excepciones, y el relato despertaba en mí resonancias de "cosa sabida". Annual, Monte Arruit, el asesinato de Eduardo Dato, cuyo entierro vi pasar y recuerdo como si fuera de ayer, y desde entonces la inquietante, tumultuosa, siempre interesante historia de nuestro país.
Pues bien, me resulta difícil encontrar en tres cuartos de siglo un momento en que la situación de la vida pública española haya sido de tanta prosperidad, equilibrio y esperanza. Muchos aspectos de la mayor importancia están mejor, incomparablemente mejor, que en cualquier otra etapa de la que haya sido testigo. Me sorprende que esto no sea evidente, que no lo compartan todos los españoles y vivan instalados en esa situación. Por eso hablo de niebla.
Se tiene presente la multitud de errores que se han cometido en este siglo; más aún, los horrores de la atroz discordia de la guerra civil, de su prolongación, de los actuales intentos de reverdecimiento suicida; se olvidan los innumerables aciertos, los esfuerzos de tantos españoles, egregios unos, oscuros otros, a lo largo de ese mismo tiempo. Cada día, cada año, España ha estado viviendo, trabajando, sufriendo, gozando, esperando, sin saltarse ninguno, del mismo modo que no se deja de respirar. Se recuerda lo mucho que se ha deshecho y destruido, lo que se ha malogrado, pero no se ve lo que se ha hecho, que es en definitiva mucho más. Y casi nunca se compara con lo exterior, tan mal conocido, de lo que no se ve más que la superficie, casi siempre convenientemente aderezada.
Si se mira hacia adelante, si se escruta el futuro, si se mira lo que puede ser el porvenir, se encuentra que está más abierto que nunca; y no sólo por razones españolas, sino porque Europa y todo Occidente -el lugar real en que estamos y vivimos- está en una sazón única en la historia.
Sería de esperar una alegre tensión hacia lo mejor, al verlo posible, una disposición al esfuerzo inteligente, un incremento de la esperanza, esforzado por la evidencia de que casi todo está en nuestras manos: la admirable expresión de Cervantes, "Tú mismo te has forjado tu ventura", siempre aplicable, hoy no tiene cortapisas, y por tanto no hay disculpas para no hacer bien las cosas.
Sin embargo, sería ceguera no ver la espesa capa de negativismo que cubre porciones considerables de nuestra sociedad; son bastantes -demasiados- los que tratan de entorpecer los caminos, los que intentan deshacer, desfigurar, falsear. Creo que los que hacen esto desde sí mismos y originariamente son pocos; pero los siguen otros, en número peligroso. En estos cabe poner la esperanza, en los que pasivamente se dejan arrastrar. Se puede confiar en una universal declaración de independencia de las personas, de cada uno de nosotros.
Lo que se puede pedir es que cada persona individual, única, insustituible, use la libertad que intrínsecamente le pertenece, sin la cual no puede vivir humanamente, y la ejerza.
Esto es lo único que falta para que la situación en que nos encontramos sea íntegramente abierta y prometedora. ¿Por qué se renuncia tan fácilmente a la libertad? ¿Por qué las conductas no coinciden con lo que se ve, si se quiere mirar y se tiene en cuenta lo que se ha visto? Hay una actitud que consiste en la "entrega" a una fórmula recibida, de manera "incondicional", pase lo que pase, hágase lo que se haga, con abdicación de lo que cada uno ve, siente, desea. Es el mecanismo de todos los fanatismos que han ensangrentado tantas veces el mundo y han hecho retroceder tantos esfuerzos por mejorarlo y hacerlo más vividero.
Es menester tener en claro qué es admirable o detestable; a quién se puede estimar, en quién se puede confiar, a diferencia de los que no pueden inspirar más que temor o desprecio.
La clave está en el respeto a la verdad. La falsedad, en especial la voluntaria y deliberada, la mentira, es el gran enemigo de todos, y sobre todo de los que la aceptan y propagan. El día que deje de haber grupos considerables que se dejen engañar, que no vivan desde sí mismos, mi confianza será plena y sentiré abierto el porvenir de un país en el que ya no viviré.
Pero la condición para imaginar, proyectar, realizar en lo posible el porvenir es conocer el pasado, saber con claridad y veracidad de dónde venimos, y por tanto dónde estamos, quiénes somos. Lo mismo que nuestra realidad consiste en lo que hemos hecho y nos ha pasado hasta hoy, porque es con lo que contamos para seguir viviendo mañana, nuestra realidad colectiva consiste en la historia de comunidad a que pertenecemos, en su integridad y dentro de su propia estructura. Regiones, naciones, Europa, Occidente. Círculos concéntricos necesarios, que podemos poseer en plenitud o mutilar absurdamente, condenándonos a la invalidez, en casos extremos a la monstruosidad.
Si se repasa la historia de nuestro mundo, sin salir del siglo que está a punto de terminar, se ve que sus grandes desastres, los que han comprometido o anulado tan prodigiosos logros, han sido infidelidades a la realidad, mutilaciones de ella, que han resultado, como era de temer, sangrientas.
Lo único que falta es que termine de levantarse la niebla, tomemos posesión de lo que somos, tenemos y pretendemos ser, y actuemos desde cada uno de nosotros mismos, hacia un porvenir que podamos sentir nuestro, capaz de ilusionarnos, no de inspirarnos miedo o, lo que acaso es peor, asco.
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