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La realidad y sus máscaras

Estamos asistiendo a un proceso que se podría denominar una "ofensiva contra la realidad". Creo que se va a intensificar en el futuro próximo. No es fácil destruir lo que es real, y ya el intentarlo envuelve grandes esfuerzos y riesgos; pero está más al alcance de los que querrían hacerlo, invalidarlo parcialmente, ocultarlo, desfigurarlo, suplantarlo con otras cosas. En suma, enmascararlo.

El poder actual de los medios de comunicación, no es que sea mayor que en otros tiempos, sino que es de otro "orden de magnitud" -concepto importantísimo y que rara vez se tiene en cuenta-. Y hay que añadir que en estos meses -no se olvide- se está dando un paso más con las nuevas innovaciones técnicas y su rapidísima difusión; es decir, que ese poder se va a multiplicar en los años inmediatos y va a ser un factor decisivo al comenzar el próximo siglo. Los beneficios que se sigan de esas innovaciones pueden ser considerables; también sus riesgos; parece discreto pensar sobre ello y anticipar lo que nos espera.

Los "medios" no son más que medios; hay que pensar, por supuesto, en los "fines" y también en lo más cercano: lo que se difunde por los medios, lo que se sirve de ellos para alcanzar eficacia. Lo más importante es, ciertamente, lo que se refiere a los fines, es decir, adónde se quiere ir; pero la cuestión es compleja y no hay que apresurarse.

Lo que se transmite técnicamente, mediante la palabra viva -hoy casi en desuso-, la Prensa, la radio y, sobre todo, la televisión, es lo que producen y facilitan diversas Organizaciones. Rara vez se trata de individuos, de personas singulares, sobre todo si hablan en nombre propio y no "representan" nada. El influjo personal que en otras épocas han tenido, no sólo políticos relevantes, sino escritores, ha desaparecido del mapa actual. A lo sumo lo ejercen a través de esas extrañas "fundaciones personales" que son uno de los fenómenos más curiosos de estos años.

Lo importante son las Organizaciones, que han proliferado en el último decenio de manera asombrosa. No sé cuántas existen en España -no digamos en Europa, en Occidente, en el mundo-, pero son "incontables" y en cierto modo anónimas. De muchas se dice que son Organizaciones No Gubermentales (ONG); pero es sabido que lo negativo es universal, y no aclara nada; dije hace ya mucho tiempo que bajo esas siglas pueden estar las Monjas Reparadoras, la Mafia o la ETA.

De las Organizaciones emanan incesantemente estadísticas. Cada vez creo menos en ellas, pero hay una tendencia a aceptarlas como si fuesen la realidad a la que suelen suplantar. Casi nadie se molesta, no ya en comprobarlas, lo que es casi siempre inaccesible, sino en cotejar unas con otras. Se ven sapientísimos estudios llenos de cuadros estadísticos; si se los mira con alguna atención, se descubre su frecuente incoherencia o contradicción. Cuando se nos dice cuántas personas mueren -o van a morir, tal vez dentro de un cuarto de siglo- de tales causas, si se suman, se encuentra que resultan tal vez el trescientos por ciento. Como sólo se muere una vez, esto basta para un sano escepticismo.

Las estadísticas se refieren muchas veces a países en que nunca se han hecho -ni se pueden hacer-, sobre asuntos que escapan al conocimiento, con una frivolidad que espanta. Esto lleva al descrédito de lo que en sí mismo es valioso: la estadística limitada, rigurosa, puesta a prueba.

Otro tanto puede decirse de las "encuestas", casi siempre hechas con unas cuantas preguntas -amañadas- dirigidas -probablemente por teléfono- a una fracción exigua de una comunidad de varios millones de personas. Acaba de circular una hecha a 500 personas del País Vasco. Pero eso "queda", se retiene, se repite, y puede ser eficaz en unas elecciones.

La artillería gruesa contra la realidad consiste en estudios, libros, congresos, debates. Se dirá que no tienen demasiada importancia, que su alcance directo es limitado. Es cierto, pero es de lo que "se habla"; casi de lo único que se habla en público. Asombra en muchos casos el desconocimiento, la falta de respeto a la realidad, tal vez la inquina contra ella. Un campo de especial cultivo es lo que ha pasado en España en este siglo, o la historia entera de España. Esas falsificaciones, por lo general burdas, pero que se apoyan en la amplísima ignorancia de los que las reciben, representan la caricatura sin gracia de lo que efectivamente ha sido o es, y comprometen lo que podría ser, esto es, los proyectos coherentes y viables, los que pueden entusiasmar e ilusionar. En otras palabras, el porvenir verosímil y que puede movilizar nuestras vidas.

¿Qué se puede hacer? ¿Examinar el cúmulo de falsedades, oponerse a ellas? Imposible: no se podría hacer otra cosa. Aparte de que tales impugnaciones serían inmediatamente contestadas con nuevos infundios, en una cadena sin fin. ¿Resignarse pasivamente y aceptar todo lo que se vierte sobre nuestros ojos, oídos y mentes? Sería una entrega suicida.

Lo que está al alcance de todos es "estar en guardia", percatarse de que hay que desconfiar de lo que se dice. Una dosis de escepticismo puede ser salvadora. Hay un criterio sencillo y de admirable eficacia: el de verosimilitud. El que dijo: "Esto no puede ser y además es imposible" actuó certeramente. Suele bastar el examen de lo que se recibe para resistirse a aceptarlo.

Además, hay que iniciar un tratamiento selectivo de las falsedades: las evidentes, comprobables, manifiestas, se deben mostrar y rechazar en concreto. Si son algo más, eso tan repugnante y difundido que se llama "calumnias", se debe proceder con los medios legales que casi nadie usa, por desánimo y desconfianza.

Es de capital importancia evitar toda complicidad con la falsificación; quiero decir rehusar toda aceptación, colaboración, apoyo, elogio. No es decente formar parte de organizaciones, instituciones, asociaciones, "dedicadas" -esta es la palabra- al fomento de lo falso, a volver las espaldas a lo real.

Sobre todo, hay que decir invariablemente, inexorablemente, la verdad, en la medida en que se alcanza, sin permitirse una sola falsedad, presentando los elementos disponibles, sean o no favorables a los propios deseos o intereses. No hay que temer a ser "vox clamantis in deserto", porque alguien la oye y la del que lo dijo sigue resonando.

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