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Auscultar España

En este momento, en vísperas del año 2000 -y no por esa fecha, sino por la marcha concreta de las cosas-, una tarea apremiante es "auscultar España". Intenté hacerlo hace exactamente veinticinco años, cuando, persuadido de que se avecinaban cambios decisivos, inicié una larga serie de artículos con el título general "hacia 1976". El resultado final fue la serie de libros agrupados bajo el título "La España real". La realidad que se fue configurando hasta 1981 tenía bastante semejanza con el resultado de esos análisis.

Se trata de no quedarse en las apariencias, menos aún en lo que "se dice" -falso en inquietante proporción-, de intentar ver o adivinar cómo es España, cómo sigue siendo a pesar de tantas variaciones, cuáles son éstas y qué grado de realidad tienen. En este cuarto de siglo han sido muchas y muy visibles; actitudes, creencias, usos que parecían firmes y arraigados parecen haberse evaporado, como si estuviesen prendidos con alfileres. Han sido sustituidos por otros, que atraen la atención, de los que se habla sin cesar; pero si se mira bien se observa que también están prendidos con alfileres -con otros alfileres- y carecen de verdadera realidad.

Tal vez lo que había desaparecido solamente se había ocultado, seguía latente. Durante la guerra civil y su inmediata continuación pareció que todo lo anterior se había extinguido, que en su lugar había otras cosas bien distintas. Al cabo de algunos años se fue viendo que tantas cosas emergían por debajo de un barniz superficial, que seguían vivas, que se iba reanudando una continuidad, ciertamente cambiante, de siglos.

No sé si los que pretenden dirigir España se dan clara cuenta de este carácter de todas las sociedades verdaderas: la fundamental continuidad, la solidez, la existencia de estratos profundos sobre los cuales prenden las capas superficiales y mudables. Yo no pretendo dirigir nada, aspiro solamente a entender, y para ello me parece ineludible esa auscultación.

Para ello es necesario escuchar las voces que, lejos de gritar, apenas murmuran o ni siquiera se expresan: los latidos de esa extraña y prodigiosa realidad que es una nación milenaria. Hay que preguntarse cómo se sienten los españoles, qué les importa de verdad, qué admiran, qué les duele, qué los ofende, en qué tienen puesta -acaso sin saberlo- su esperanza.

Es urgente ponerse en claro sobre todo esto. Los que piensan y escriben, si desean sobrevivir. No, ciertamente, en la fama, que debe importar muy poco; simplemente en el valor, en el acierto de lo que han escrito. Es triste encontrar que la obra de una vida está muerta, ha dejado de tener justificación, se ha convertido en un error. Eso es lo que debe inspirar temor, no el silencio, el desvío, el olvido.

Más grave es la situación para los que, más allá de su vida personal, comprometen la de los demás, los que influyen en los destinos de su país -y de paso, en nuestra época, también de otros-. Acertará el que descubra la realidad latente, la que gravita sobre los individuos por debajo del vaivén de las opiniones públicas, de la propaganda, de las promesas que no se piensan cumplir, acaso porque ni siquiera es posible.

Una de las misiones más nobles y delicadas de la política es descubrir a los ciudadanos lo que son de verdad. He empleado dos adjetivos que rara vez se aplican a la política: noble y delicado. Ciertamente no lo es con demasiada frecuencia; pero debe serlo, tiene que serlo si tiene verdadera ambición. Para ello hace falta, ante todo, claridad, respeto ilimitado a la realidad, y en particular a las personas que componen una sociedad. El que miente se descalifica de raíz, debería quedar automáticamente excluido.

Pero esto quiere decir que hace falta considerable valor. No basta, aunque es esencial, ver las cosas; hay que atreverse a decirlas, aunque "no traiga cuenta", aunque se juzgue que es peligroso. A la larga, es lo único que trae cuenta, si se hacen bien las cuentas, lo que es siempre exigible.

Cuando al hombre -o a la mujer, iguales como personas, tan distintos en su realidad concreta, en su vocación recíproca -se les descubre cómo son, quiénes son, sienten un estremecimiento de sorpresa, casi de temor, por haber sido "sorprendidos" en su intimidad no manifiesta, acaso desconocida. Y a continuación experimentan un acceso de gratitud: han recibido una inesperada donación. ¿Cuál? Nada menos que la de ellos mismos. Sienten que han recobrado su realidad enajenada.

Ésta es la raíz del entusiasmo que se siente a veces por el político noble y veraz, algo opuesto al fanatismo con que se sigue al embaucador que fascina con una propaganda que apela al odio, al resentimiento, al fondo del que cada uno se avergüenza y que así recibe una consagración política.

¿Sabemos cómo son de verdad y en el fondo los españoles que van a vivir en el siglo próximo? Se dirá que de muchas maneras, y yo añadiré: gracias a Dios. Pero hay ciertos rasgos de personalidad que estiman y desean, aunque están desprestigiados por los que carecen de ellos y fingen despreciarlos; hay formas de vida en las cuales están instalados y a las que recurren cuando toman la vida en serio; se sienten pertenecientes a una nación que está de moda desdeñar o negar, pero sin la cual se sentirían menesterosos, huérfanos, increíblemente "venidos a menos".

Hay deseos, aspiraciones que laten en el fondo de muchos españoles que no se han realizado todavía, aunque hace ya tiempo que nos pusimos en camino. La historia contiene algún progreso, pero no es automáticamente progreso: hay estancamientos, regresos, caídas, decadencias. Si se repasa el camino recorrido se descubren los vaivenes y altibajos de la trayectoria consumada. Y la vida es una operación que se hace hacia adelante, apoyándose en un pasado ineludible y que necesita ser poseído y superado. Auscultar España quiere decir sobre todo adivinar adónde quiere ir, qué espera, qué puede ilusionarla. El que lo descubra y lo proponga acertará, porque habrá descubierto la verdad, habrá adivinado el secreto más importante y mejor guardado: el de las esperanzas.

La ilusión es lo que mueve a los pueblos vivos y sanos. Los que se dejan arrastrar a lo que les repugna están enfermos; rara vez incurablemente. En todo caso, hay que intentar la curación de las porciones que pueden estar infectadas, y en nuestra época hay que contar con ello, porque los recursos para ello son potentísimos.

Al auscultar se descubre y localiza la posible dolencia; también, y sobre todo, se siente el latido de lo que va a nacer.

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