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2000: un año para pensar el siglo

Ni cambio de siglo ni cambio de milenio. Parece mentira que todavía se siga hablando de esto. Decía Pío Baroja que solamente los españoles discutían sobre cuestiones de hecho; se equivocaba en el "solamente", porque medio mundo se está resistiendo a la misma evidencia.

Pero no desdeñemos lo que significa llegar al año 2000: el paso del 1 al 2, más cercanamente del 19 al 20, es una variación no por esperada menos impresionante. Añádase la larga anticipación del "año 2000", del que tanto se hablaba cuando yo era niño o muy joven. Era algo remotísimo, casi inalcanzable; se recordaba la fecha de nacimiento y se consideraba la posibilidad de llegar a ese año; para los que teníamos mi edad, resueltamente improbable.

Muchos escritores especulaban con el porvenir; imaginaban cómo sería el mundo en esa fecha. Sería interesante recordar lo que se dijo en los primeros decenios de este siglo. Si mi memoria es fiel, dominó una extraña combinación de exceso y defecto de imaginación. Se suponía un mundo sumamente "extraño", en que la vida fuese algo insólito y ajeno; pero en el fondo todo se reducía a lo que podríamos llamar una "exageración": una prolongación cuantitativa de lo existente. Leí la novela de H.G. Wells "Cuando despierte el durmiente", que mi padre tenía junto con "La guerra de los mundos", sobre una invasión de extraños marcianos. Creo que Wells hizo algún esfuerzo de imaginación.

A mediados del siglo pasado, un oscuro escritor, Antonio Flores, publicó "Ayer, hoy y mañana", estampas del mundo en 1800, 1850 y 1899. Los dos primeros tomos son curiosos y certeros; el tercero tiene escaso acierto y muy poco interés: la dificultad de imaginar.

La impresión de "novedad" de este año 2000 debe aprovecharse inteligentemente, sin atribuirle siglos y milenios que le son ajenos. Este último año del siglo XX, y por tanto del segundo milenio de nuestra era, debería servir para la reflexión sobre lo que termina. Hay que hacer las cuentas del siglo XX, verlo en su conjunto, en su extremada complejidad, tomar posesión de él, en su integridad, sin omitir porciones decisivas respecto a las cuales se suelen cerrar los ojos.

Se pensará en los abundantes horrores de los últimos cien años. Pero no es así: se los recuerda casi siempre, a veces con demasiada insistencia -con frecuente deformación selectiva que altera las proporciones y perspectivas, algo que convendría rectificar-. Tenemos muy presente todo lo atroz del siglo, nos duele y nos amenaza el temor de que algo semejante se repita, aunque algo menos en los últimos años. No se piensa lo suficiente en las sustituciones, en lo que llamo los "relevos", los grupos, países o ideologías que ocupan el puesto de otros anteriores y renuevan los peligros y amenazas.

A lo largo del siglo que termina se ha producido el hecho enorme de la "presencia" del mundo entero; pero se ha deslizado esa forma de pensamiento inercial que consiste en creer que hay "un mundo", lo que es manifiestamente falso: hay varios mundos, muy diferentes, que no se comprenden bien, pero con los que hay que contar.

El gran suceso, la gran innovación, es la prolongación de la vida humana -sobre todo en Occidente, por supuesto, pero no exclusivamente-; el hombre occidental vive unos quince años más que hace un siglo, y en estado de conservación incomparablemente mejor, lo cual es la ganancia más universal y preciosa, y la gran modificación de la estructura de la vida. ¿Se tiene en claro a qué se ha debido, cómo se podría comprometer? La alteración de la condición de la mujer y la relación entre los dos sexos ha sido extraordinaria, en gran proporción favorable; pero ya en 1980 advertí las posibles consecuencias de la disociación entre sexualidad y reproducción.

A lo largo del siglo, el incremento de dos potencias sociales, la Organización y la Publicidad, ha alterado el funcionamiento de la variación social, de la aparición, afianzamiento, debilitación, evaporación y sustitución de las vigencias, lo que ha alterado todos los mecanismos sociales. ¿Lo ha entendido y tenido en cuenta la disciplina que pretende estudiarlos? Me parece dudoso.

Se ha alterado profundamente lo que se "sabe", y por tanto la visión del mundo. Hace muchos años enumeré en pocas líneas lo que llevaba dentro cualquier escolar de un país occidental por lo que le proporcionaba un catecismo y un brevísimo libro de historia sagrada. Todo eso se ha volatilizado, dejando un hueco de pavorosa ignorancia, que no mitigan otros conocimientos.

La creación de riqueza en el mundo ha sido fabulosa, sobre todo en la segunda mitad del siglo. Desigualmente repartida, lo cual es evidente; pero lo curioso es que no se pregunta qué ha hecho posible esa multiplicación, y los que más invocan la pobreza son adversarios de lo que la ha reducido y mitigado como en ninguna época de la historia.

Con todo, las cuentas del siglo XX deberían concentrarse en un aspecto decisivo: las pérdidas. Es notorio el descenso de la estimación "pública" de lo que hasta hace no mucho tiempo parecía estimable, deseable, necesario; de lo que sigue pareciendo así a millones de personas que no se atreven a decir, quizá ni a pensarlo, porque "no se lleva", porque está deliberada y metódicamente desprestigiado.

Y las pérdidas capitales afectan a lo que se llama la "cultura", sobre todo al pensamiento. El siglo XX ha sido excepcionalmente creador. En ciencia es evidente, y de ella ha nacido la técnica que de ella se nutre, que sigue avanzando por acumulación de hallazgos y recursos, pero podría fallar por falta de vocaciones y de rigor intelectual.

Desde 1960 aproximadamente se han relegado al olvido casi todas las grandes creaciones del pensamiento inmediatamente anterior. Está ahí, representa uno de los logros más espléndidos en la intelección de la realidad, especialmente la humana. El grado de inteligibilidad de la persona humana -clave de toda comprensión- ha avanzado prodigiosamente y sigue avanzando. En mi primera juventud dije: "Está todo por hacer y se sabe cómo hay que hacerlo: la mejor situación para un intelectual". Hay que hacer la cuenta de lo que ya se ha hecho, de lo que podemos poseer -si queremos, si nos atrevemos-. Y otra cuenta más larga de lo que falta, de lo que se podrá y deberá hacer en el siglo -ahora sí- próximo. Y esta cuenta podrá ser, deberá ser, la más ilusionante.

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