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Tres palabras

Tengo predilección por algunas palabras de la lengua española que son peculiares de ella, que tienen equivalentes solamente aproximados en otras y que son lo que podríamos decir "elásticas", que pueden dilatarse y recibir diversos significados, algunos de ellos ligados a dimensiones profundas de lo humano, y que por eso son capaces de expresar secretos de la vida humana o de lo que ha sido nuestra historia, y por ello son clave de nuestras posibilidades.

Uno de los ejemplos más extraordinarios es la palabra "ilusión", común al latín originario y a multitud de lenguas modernas, pero que en español adquirió un nuevo sentido positivo en la época romántica, de incomparable riqueza y hondura, y que es privativo de nuestra lengua.

Sería interesante hacer un recuento de estas palabras, cuyo conjunto trazaría un retrato histórico de nuestro pueblo, de una manera peculiar de instalación en el mundo y, lo que es más, de proyectarse en él. Valdría la pena que la sociología y la historia recurrieran a este instrumento, tan fácilmente accesible.

Las circunstancias de este momento me han hecho reflexionar sobre tres de estas palabras, que los españoles -más en general, los que hablamos español- deberíamos tener presentes para orientarnos y aplicarlas a las cuestiones pendientes. Con ello se contribuiría a algo tan importante como la autenticidad, la fidelidad a lo que hemos sido y somos, el aprovechamiento de nuestras posibilidades, tal vez olvidadas y abandonadas.

Esas tres palabras son: "gravedad", "holgura", "sosiego". Intente el lector traducirlas a otras lenguas, y encontrará inesperadas dificultades; los resultados mostrarán algún desajuste, una dosis de inexactitud. Estas palabras no se usan demasiado; han tenido mayor vida en la lengua de otros tiempos, y si nos detenemos en ello veremos que han sido épocas de sorprendente plenitud.

La "gravedad española" era percibida por los demás europeos cuando, ya existentes las naciones, empezó a dibujarse la figura de cada una de ellas en la mente de las demás -y, por un interesante reflejo, en la propia-. Esas imágenes eran con frecuencia caricaturas, oscilaban entre la admiración y el rencor; en todo caso, han sido un factor decisivo en la historia europea. La gravedad entraña el sentir la seriedad de lo real, de la vida en su conjunto, su posible pesadumbre, la actitud de "sobrellevar" -palabra tan expresiva- las vicisitudes posibles, sin perder la serenidad y compostura. Significa ser dueño de uno mismo, no dejarse llevar por las circunstancias sino sobreponerse a ellas, en suma, conservar la libertad, y esto implica la iniciativa. No se olvide que en los tiempos en que se reconocía como un rasgo notorio la gravedad española, se llegó a un grado asombroso de eficacia, del cual la inmensa mayoría de los españoles actuales no tiene la menor idea.

La vida es "seria" -es el adjetivo que le pertenece intrínsecamente, y que puede aliarse con otros que lo matizan-. De ahí su constitutiva gravedad, que puede aliviarse pero a la que hay que volver si se quiere conservar la dignidad. No sería excesivo considerar que gran parte de lo que se hace, y muy en especial en los medios de comunicación, es una ofensiva en regla contra todo lo que acabo de recordar.

Pero esa condición de la vida es compatible con lo que lleva dentro la palabra "holgura", más allá de su sentido físico, como espacio que permite los movimientos, o su significación económica, algo más de los recursos innecesarios. Ambos sentidos son interesantes y afines al más hondo, aquel que indica espontaneidad, facilidad, disponibilidad, libertad vital, en suma. La holgura se contrapone a la angostura, al innecesario rigor, al envaramiento, a la cicatería. He dicho a veces que en buena economía una peseta es una peseta, pero la vida se pone triste. Trasládese esto al conjunto de la vida y se llegará a la preciosa expresión "qué más da", aplicable en multitud de ocasiones y que es la condición de que se pueda respirar.

Finalmente, la tercera palabra, acaso la decisiva, es "sosiego". Parece que lo aconsejaba o pedía Felipe II a los que llegaban conturbados a su presencia. El sosiego es la calma, el equilibrio, el dominio de uno mismo en cualquier situación, en medio de peligros o adversidad, e igualmente en la próspera fortuna. Es saber ganar o perder sin inmutarse, sin envanecerse ni "venirse abajo", sin exasperarse ni desmayar.

La historia cuenta ejemplos admirables de sosiego, de conservar, curiosamente, la gravedad y la holgura juntas en coyunturas de extremo peligro. Se podría hacer un balance de la historia al hilo de las fluctuaciones del uso y la vigencia de estas tres palabras. Sería la medida de la autenticidad de la vida, del aprovechamiento de las posibilidades, de la riqueza vital o de las fases de vacuidad y empobrecimiento.

¿Y el presente? ¿Dónde están esas tres palabras al empezar este año 2000? En el uso más bien escasean. Su vigencia real es, creo, mucho mayor, pero está cohibida por la enorme presión que contra ellas se ejerce. Creo que de un modo deliberado y metódico, que sería importante localizar y descubrir. Estoy persuadido de que innumerables españoles sienten el atractivo del estilo que se expresa en tales palabras, pero ni siquiera se atreven a reconocerlo, no digamos a ponerlo en acción.

Estamos en uno de los momentos críticos de la política democrática. Empleo la palabra crítico en su sentido más propio: se trata de juzgar, distinguir, discernir, decidir, elegir. Si tuviera confianza en que esta fase de nuestra vida colectiva iba a estar movida y vivificada por lo que significan esas tres palabras, mi esperanza sería amplia y segura.

Se puede esperar gravedad, seriedad, firmeza, equilibrio, compostura, buenas maneras, espontaneidad, imaginación fresca, libertad, serenidad y calma, impavidez si es menester, dominio de las adversidades y de las propias pasiones.

El peligro es la ligereza, la frivolidad, el desprecio de la realidad, la mentira, el anquilosamiento, la repetición rutinaria de los errores, la agresividad, la zafiedad, la mala educación, el destemple, el cultivo o aprobación de la violencia; todas las formas de deslealtad a la realidad y a uno mismo, y el propósito de contagiarla a los demás. Creo que el resultado de las próximas elecciones dependerá, más de lo que se piensa, de lo que pase con las tres palabras que me han venido a la memoria.

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