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Distinguir entre personas

Uno de los talentos más estimables y menos estimados es el que permite "distinguir de personas", darse cuenta de la calidad, posibilidades, coherencia, profundidad de las personas, o sus deficiencias, riesgos, amenazas. De su carácter luminoso o sus zonas oscuras, su hondura o superficialidad. El acierto o el error en la vida dependen en altísima proporción de ese talento o su ausencia, y esto resulta un factor decisivo en la porción de felicidad que se puede alcanzar.

Sin duda hay un elemento de "percepción" de los demás, y se poseen dotes desiguales; pero en esto, como en casi todo, las dotes son existentes pero secundarias; lo decisivo es lo que se hace con ellas, y muy principalmente de la atención. ¿Cuánto dedicamos a nuestros prójimos, a ver cómo son, a comprenderlos e interpretarlos?

Pero la percepción, cuando se trata de personas, es insuficiente y puede inducir a error. Lo decisivo es la imaginación. Se percibe la corporeidad, especialmente el rostro, pero no se puede uno quedar en lo visto, sino en lo que eso revela, descubre, es decir, el proyecto vital que a la vez se esconde y se manifiesta en el rostro.

Una condición necesaria es la sinceridad, la veracidad del que mira. Cuando se ve lo que se quiere ver, o lo que "se dice" de la persona contemplada, se está perdido. En el fondo, se sabe que se está uno engañando, y a la larga resultará evidente: la decepción acerca de personas es una de las dimensiones más penosas de la vida, y sería bueno que cada uno de nosotros tuviese en claro el catálogo de sus decepciones, de su número, gravedad y origen. Esto permitiría evitar las decepciones que nos acechan en el futuro, y siempre hay alguno mientras se está viviendo. Es funesta la actitud del desengañado que dice: "Ya sé."

Pero todavía importa más el aspecto positivo del distinguir personas. Las hay admirables, maravillosas, que entran en el ámbito de nuestra vida, tal vez por azar, inesperadamente. ¿Nos enteramos, nos damos cuenta? Tal vez dejamos pasar ante nosotros criaturas prodigiosas, que podrían ser parte de nuestra vida, razones para vivir, enriquecimientos fabulosos. Hay que hacer también el catálogo de nuestros descubrimientos, de nuestras adquisiciones, de lo que ha constituido lo más valioso, lo más propio de nuestra vida, porción esencial de nosotros mismos, del proyecto que somos.

La condición capital de esta posibilidad es, además de la atención, la generosidad. No se recibe más que cuando se está dispuesto a dar. El que no está abierto a reconocer la genialidad, no la percibirá si participará de ella. En la relación entre varón y mujer, esta es la clave: el entusiasmo es el órgano de la efectiva comprensión, de la percepción imaginativa.

Hace falta, también como en casi todo lo humano, una dosis de valor. Hay que "atreverse", porque la vida, cuando tiene intensidad, envuelve un riesgo. Nos jugamos la vida día tras día, aunque no pase nada espeluznante, cuando nos atrevemos a vivir de verdad, con todas sus consecuencias. Son muchos que "pasan de largo" cuando sospechan que van a entrar en algo apasionante, prometedor, pero que puede ser peligroso.

Existe un extraño temor a que las cosas "importen" mucho, y la verdad es que lo que importa son las personas. El hombre de nuestro tiempo se rodea de cosas, de innumerables cosas, para escudarse en ellas, para protegerse del riesgo de vincularse radicalmente a algunas personas. Uno de los medios más difundidos es la apelación al paradójico "prójimo lejano", desconocido, abstracto, reducido a estadística, a quien no se puede conocer.

Naturalmente, cuando se habla de "distinguir de personas", la primera interrogante es en qué medida lo son. Lo humano -siempre lo decía Ortega- admite grados; por eso decimos que un hombre es "muy hombre" o una mujer "muy mujer". Se es persona en grados muy diversos, desde la plenitud hasta la casi total despersonalización. Una de las causas de ese curioso "pasar de largo" ante la excelencia es sentir miedo ante ella, por ejemplo el varón cuando descubre la intensidad de la condición de mujer, porque se siente más cómodo ante las medias tintas, las realidades tibias.

Me he referido a la vida estrictamente personal y privada, porque es la más valiosa e interesante, pero no es la única. Además de la interindividual hay colectiva o social, que condiciona la más íntima y propia. Esta dimensión humana ha sido, a lo largo de la historia, algo con lo cual se encontraba el hombre, que gravitaba sobre su vida, pero sin que tuviera demasiado influjo personal sobre ella. En los dos últimos siglos, esto ha cambiado decisivamente, y con ritmo cada vez más acelerado. Hoy somos en gran medida responsables de lo que colectivamente nos sucede, está en nuestras manos.

¿Es esto así? ¿Es verdad? ¿No sería más correcto decir que "estará" en nuestras manos si usáramos la facultad de distinguir de personas? Sería difícil encontrar en cualquier época mayor número de personas indignas, miserables, indeseables, monstruosas, que han regido pueblos enteros, los han llevado a la abyección, a la ruina, a la destrucción interna o mutua.

La torpeza, la pasividad, el abandono a la manipulación, la cobardía, el fanatismo inducido, han sido los factores de este hecho enorme y atroz iniciado a fines del siglo XVIII y del que el presente sigue lleno de ejemplos. Son innumerables los que "no distinguen de personas", los que no ejercen esa esencial posibilidad. En lugar de tener en cuenta a las personas, se mira la etiqueta, el título, el disfraz. Son muchos los que siguen a los que no son estimables, a los que no pueden estimar, porque esto les parece superfluo e innecesario.

La historia cercana de Europa -no sólo de Europa, ciertamente, pero Europa tiene mayor pretensión de lucidez- es en gran parte la historia de una larga serie de decepciones colectivas. Se podría esperar que esto fuese la dolorosa curación de los errores, pero es dudoso que así sea. Se dice que no se escarmienta en cabeza ajena; temo que ni si siquiera en la propia. Vemos cómo rebrota y reverdece lo que ha fracasado, lo que ha llevado a la desolación, a la ruina, a la inferioridad. El "arrepentimiento" colectivo es parcial selectivo, orientado por los supervivientes. La facultad de distinguir está confiscada o embargada para muchos.

Si hay algo urgente, es la recuperación de esa libertad. Mientras no exista y se ejerza, todas las demás, proclamadas con estruendo, no serán operantes. Es menester mirar a la cara de las personas, imaginar lo que se oculta y revela en esos rostros, y preferir libremente y con algún denuedo.

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