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Libros para no ser leídos

Se dice, y se admite generalmente, que los españoles leen muy pocos libros. Mi impresión es bastante distinta. Es cierto que un considerable número de españoles, no compra ni lee ningún libro; pero hay otros que leen bastantes, con una curiosa preferencia por los de pensamiento, a diferencia de lo que sucede en otros países. Esto se refleja rara vez en las listas de libros más vendidos, con frecuencia "prefabricadas". Pero al lado de este hecho, que encuentro alentador y estimulante, hay otro que me inquieta: se publican muchos libros cuyo destino inevitable es no ser leídos, es decir, cuya edición responde a otros fines. Éstos pueden ser muy diversos, proceden de causas independientes, que conviene repasar; lo único común es el resultado.

Hay una propensión a editar libros enormes. Esto empezó por las tesis doctorales. A principios de siglo eran folletos extensos, que a veces se publicaban como introducciones a libros afines. A mediados del siglo se convirtieron en libros, si bien breves. Luego empezaron a crecer, se llenaron de citas, casi siempre inútiles, de estadísticas, con una exigencia previa de alcanzar un mínimo de 500 ó 600 folios, mejor el millar. Suponen un trabajo de varios años, suficiente para destruir cualquier vocación intelectual y asegurar que nadie leerá tales tesis, ni siquiera los directamente implicados en ellas.

Esto se ha ido extendiendo a otros libros de carácter más o menos "científico", que se estiman por su extensión más que por su contenido. Este "gigantismo" tiene una repercusión puramente editorial: los libros publicados por instituciones, con cargo a generosos presupuestos que no cuentan con las ventas -excelente freno a muchos excesos- son voluminosos, pesadísimos, de varios kilos, difícilmente manejables. Por supuesto, su lectura está descartada desde el principio. Se trata de la "consagración" de algún autor o artista, o de un alarde de magnificencia. Recibo con cierta consternación algunos obsequios de este tipo, que en ocasiones presentan problemas para ser alojados en una estantería.

Otro factor de disuasión de la lectura procede de las modas de los "diseñadores". Es muy frecuente que los libros se impriman con tipos muy pequeños, de difícil y penosa lectura para muchos, incluso para jóvenes con excelente vista. La "disculpa" es la tendencia al ahorro, lo que lleva a páginas densísimas, sin apenas márgenes, en que la página par y la impar se tocan, sin espacio intermedio.

Pero la disculpa económica no es válida, por dos motivos: los libros bien entintados, con caracteres intensos, se leen bastante bien; lo normal es que sean palidísimos, de un gris que dista mucho del consolador negro, sobre un papel que no siempre es blanco.

Y esto sucede en libros sumamente lujosos, en que el ahorro no cuenta, tal vez en costosos libros de arte llenos de ilustraciones, con caracteres minúsculos y de melancólica palidez, que disuaden de todo intento de lectura.

Por lo visto, esto se considera "elegante", "distinguido", y se extiende, más allá de los libros, a folletos, tarjetas, programas, incluso a catálogos cuya única función es ofrecer claramente lo que se puede comprar.

Si se mira bien, esta tendencia, tan clara en los libros, se va derramando por toda la sociedad española -y no es una excepción o un caso único-, lo que me parece inquietante.

Porque lleva a la anulación de muchos esfuerzos y gastos. En nuestra época se dispone de un tiempo limitado. Se hacen demasiadas cosas, muchas de escaso interés. Se carece de holgura, de tiempo libre. Son muchos los libros que suscitan interés, se hojean y se dejan para mejor ocasión. Se los da por leídos, y la lectura no llega nunca.

En el caso de libros de pensamiento, esto es aún más grave. Tienen "argumento" intelectual, no pueden ser entendidos si no se llega al final. He dicho con frecuencia que se deben leer como novelas, enteros y con cierta velocidad; es aconsejable una relectura más lenta y meditada. Para que esto sea posible, es necesaria cierta brevedad. Hay libros "expositivos" que no pueden ser muy breves -tampoco exigen una visión "simultánea"-. Los que consisten en la presentación de una doctrina tienen que ser accesibles en su integridad. La fórmula sería: lo más breves que sea posible.

Es la condición para ser leídos. ¿A quién interesa? Se supone que al autor, si escribe por un impulso a comunicar algo que ha visto, pensado y expresado. Se escribe sobre teoría para "ver" con claridad algo; hasta que ha escrito, la comprensión es provisional y deficiente. Pero se publica para los demás, es una operación transitiva, en que se puede creer o no. Hay quienes desean ser leídos. Otros no: pretenden ser "citados", sobre todo en "revistas especializadas", anuarios, catálogos, ahora en Internet y otros artilugios técnicos, cuyos resultados reales están por ver, que podrán ser admirables o funestos, o una combinación de ambas cosas.

Las cosas que ignoran los "eruditos" son asombrosas. Responden a repertorios en los que aparecen siempre algunos nombres, y nunca otros. Esto se refleja en los congresos, nacionales o internacionales, que tienen poco que ver con la realidad. Añádase el afán de notoriedad y publicidad de dos tipos humanos que solían ser discretos, oscuros y rara vez conocidos: los jueces y los hombres de ciencia. De vez en cuando -tres o cuatro veces por siglo- alguno saltaba a la fama. Ahora son muchos los que tienen que dar espectaculares sorpresas cada semana, aparecer en televisión, hacer declaraciones sensacionales, por ejemplo describir "hombres" de hace millones de años, o predecir lo que va a pasar con el globo terráqueo durante el próximo milenio.

Siento desconfianza e inquietud. La faena intelectual requiere afán de verdad, de claridad, atención a la realidad, largo esfuerzo. Hay que esperar, a veces decenios, a ver algunas cosas claras, y ese momento a veces no llega. Quien lo probó lo sabe. Así se ha hecho, en dos milenios y medio, con muy pocas personas y menos recursos, toda la cultura de Occidente, de la cual vive, quizá no por casualidad, el resto del mundo. ¿Se pondrá en peligro por un poco de vanidad, por algunas manías, por intereses que no están claros? Sigo confiando en que algunas personas se queden de vez en cuando en casa, con un libro legible en las manos, y sobre todo lo pongan sobre la mesa y se pongan silenciosamente a pensar.

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