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El peso de la responsabilidad

Salvo fases de especial opresión, la vida pública de los individuos ha sido relativamente cómoda. La marcha de las cosas estaba en manos de los gobernantes, reyes u otras magistraturas, y las personas individuales no tenían demasiada parte en ello. Podían estar contentas o descontentas, quejarse o resignarse. No tenían "responsabilidad", no estaba "en sus manos" la conducción de los países.

En los escasos momentos de la historia en que ha imperado la democracia -con alguna normalidad en los dos últimos siglos y en parte considerable del mundo- las cosas han cambiado. No es que los individuos encuentren unos poderes a los que estaban sometidos, con mayor o menor acierto, con posible adhesión o sin ella, sino que esos poderes han sido "elegidos" por los que se llaman "ciudadanos", son obra suya, gobiernan porque se les ha dado esa potestad. En suma, somos "responsables" de ellos y de lo que de ellos acontezca.

Adviértase que el advenimiento de la democracia ha sido en muchas circunstancias y en gran parte de los países meramente teórico. Han sido y son frecuentes las democracias de "partido único" -algo peor que la ausencia de partidos-, la subordinación total a gobiernos que no tienen en cuenta la voluntad de los gobernados. Las frecuentes dictaduras de nuestro tiempo, más o menos enmascaradas, han anulado la democracia y de paso han descargado a los individuos de su responsabilidad. Muchos, no nos engañemos, se han sentido "aliviados".

Por otra parte, son legión los que carecen de "actitud democrática". Necesitan ser mandados, orientados, dirigidos, que les digan lo que tienen que hacer. Esperan consignas, lemas, etiquetas, rótulos para agruparse y obedecer. No se plantean los problemas, no imaginan lo que puede ser la realidad en que van a vivir algún tiempo, con qué van a contar. Simplemente se adscriben a un rótulo, a un banderín de enganche, y se movilizan automáticamente. Esta actitud, que es muy frecuente, desvirtúa la democracia en sí misma y la reduce a un mecanismo inerte.

El adjetivo más denostado por los gobernantes de España después de la guerra civil, conviene recordarlo, era "demoliberal", y ello se justificaba, porque la única efectiva democracia es la que está unida al liberalismo, inspirada por él, la que consiste en "la organización social de la libertad".

La verdadera democracia, realmente ejercida, pone en nuestras manos un poder considerable. Damos el poder a los que van a tenerlo sobre nosotros. Podemos acertar o errar. También "abstenernos", pero esto me parece un funesto error. Como ese poder está en nuestras manos, no ejercerlo significa "renunciar" a él. Se dirá que el sistema electoral en España -listas cerradas y bloqueadas- es lamentable; llevo diciéndolo hace más de veinte años; es improbable votar "a gusto". Pero existen las preferencias, y pueden ser decisivas. La responsabilidad de orientar al país en un sentido determinado subsiste, y la renuncia es un abandono que impedirá quejarse en el futuro.

Hay una actitud que me resulta repulsiva: la de los "exquisitos" que aspiran a cierta originalidad, que consideran "vulgar" sumarse a una corriente de opinión, a un estilo de vida colectiva compartido por muchos. Buscan algo distinto, quizá un pequeño partido marginal o particular, que puede ser una partida, y que acaso conduzca al establecimiento de lo que menos se desee, a lo que no se estima, a lo que repugna o inspira temor.

Gran parte del siglo XIX las democracias eran "censitarias", con voto restringido a una parte de la población -esto se ha perpetuado en otra forma hasta que el sufragio se ha extendido por fin a las mujeres, es decir a la mitad de la humanidad-. Probablemente las democracias restringidas eran más auténticas, porque estaban en manos de los que tenían "opinión política"; el caciquismo, con todos sus defectos, fue el intrumento de formación de esa opinión en grandes mayorías.

Pero queda en pie el fondo de la cuestión: la opinión política existente, ¿es propia? ¿De quién procede? No nos damos cuenta de que la variación de los últimos decenios en el cambio de las vigencias -y por tanto en su realidad- es enorme, hasta el punto de que se han alterado los antiguos mecanismos sociales.

¿Se tiene esto en cuenta en la vida política efectiva? A cada paso nos sorprenden acontecimientos de diversos países que no se entienden bien. La posibilidad de "manipulación" es gigantesca. La impresión que recibí en Austria hace unos cuantos años se parece poco a la que sugieren las noticias recientes. Una inmensa red de organizaciones de las que no se sabe casi nada cubre el mundo y maneja unos instrumentos de comunicación de incalculable eficacia y fines bastante confusos. La perturbación que esto causa es extraordinaria.

Esto no elimina la responsabilidad, sino al contrario: la pone sobre nuestros hombros, como una pesada carga. Tenemos un poder que consiste en "darlo", en comunicarlo, en ponerlo en otras manos. Se trata de elegir; se piensa en un partido, en unos nombres o programas. Lo que se elige es la configuración que va a adoptar un país durante cierto período. Este período es esencial, consiste en la renovación de la legitimidad. Pero hay que tener en cuenta la infinita capacidad de manipulación. Ahí están dictaduras opresoras perpetuadas durante más de cuarenta años, protegidas o ensalzadas por esos mecanismos de organización y comunicación.

Es menester tener presente qué se ventila, qué está en cuestión, qué configuración va a adquirir el país en que vamos a realizar nuestra vida. Elegimos para nosotros y para los demás, para una fracción del futuro que puede condicionar otras etapas posteriores. "O baja o sube", era uno de los emblemas del Estado según Saavedra Fajardo. Un país está en ascenso o en descenso. Hay que preguntarse de dónde se viene, dónde se está, adónde se quiere ir. Memoria e imaginación son las dos condiciones de toda democracia efectiva. Y esto quiere decir responsabilidad. Es menester que al cabo del tiempo podamos preguntarnos por lo que hemos hecho con nuestra vida privada, con la realidad a la que pertenecemos, con las posibilidades que hemos dejado abiertas o cerradas para el porvenir. Es importante poder quedarse con la conciencia tranquila. Para decirlo con una sola palabra, lo decisivo es ejercer la libertad. Se entiende, la nuestra, la de cada uno de nosotros.

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