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San Sixto III

Romano e hijo de otro Sixto, desempeñó un importante papel en los pontificados de Zósimo y de Ceferino, probablemente relacionado con el Concilio de Efeso. Hubo sospechas, al comienzo de su carrera eclesiástica, de mostrar condescendencia hacia las doctrinas pelagianas acerca de la gracia, pero se justificó adhiriéndose a la Epístola tractoria y dando explicaciones que parecieron suficientes a san Agustín. Elegido por unanimidad se presentó a sí mismo como el continuador de la obra de san Celestino. Quería la paz en Oriente y no la victoria demasiado radical de los alejandrinos, que podían verse impulsados, en su defensa de la unidad en Cristo, a rechazar la existencia de dos naturalezas en él. Insistió, por ejemplo, en que el patriarca de Antioquía no debía ser anatematizado: era preferible conseguir que se adhiriese a la doctrina de Efeso de las «dos naturalezas en una». Así se hizo, y el Símbolo de Unión presentado por los niocenos en la primavera del 433 y aceptado por san Cirilo, fue considerado como el gran éxito de la Sede Apostólica: Pedro conservaba la unidad en la fe y restablecía la paz.

Sin embargo, esta visión era engañosa. Obligado Nestorio a retirarse, el nuevo patriarca de Constantinopla, Proclo, inició una maniobra, apoyada en el rescripto de Teodosio II, para hacer que los obispos de Iliria oriental pasaran a la dependencia de Constantinopla. Sixto protestó: su vicario era Atanasio, obispo de Tesalónica, y de él dependían los demás; sin una credencial de este último no estaba dispuesto ni siquiera a recibirles. Para demostrar que no había en sus pretensiones ningún deseo de menoscabar su autoridad, Sixto comunicó poco después al patriarca que, habiendo recibido la apelación del obispo de Esmirna, se había limitado a confirmar la sentencia que contra él dictaran en Constantinopla.

La familia imperial favoreció con donativos extraordinarios la tarea de reconstrucción que se operaba en Roma. Hay que indicar que las edificaciones, además de transformarla en centro cristiano, tenían objetivos concretos. Así, en este tiempo fue fundado el primer monasterio en la ciudad, el de San Sebastián en la vía Apia: la oración contemplativa y el aislamiento propio de los monjes debían formar parte de la vida romana. Al reconstruir la basílica llamada de Liberio, en ruinas desde el asalto de Alarico, no sólo aumentó su magnificencia, sino que cambió de nombre, pasando a la advocación de Santa María la Mayor, esto es, la Madre de Dios, como se había definido en Éfeso. Y construyó el baptisterio occidental de Letrán: el sacramento del bautismo proporciona la gracia, en contra de lo que sostenían los pelagianos.

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