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Un proyecto para una edad nueva
A lo largo de casi toda mi obra filosófica he desarrollado la idea de "estructura empírica de la vida humana". Alcanzó su expresión adecuada en mi libro "Antropología metafísica" (1970). Mis escritos de los últimos treinta años han explorado las diversas dimensiones de esa estructura, y me han permitido comprender muchas cuestiones.
Esa estructura empírica es intermedia entre la noción "vida personal" y cada vida individual y concreta. Es la forma en que se realiza la única forma de vida personal que conocemos directamente, es decir, el "hombre". Está definida por su tamaño habitual, su forma de corporeidad, su carácter sexuado -se realiza en dos formas, varón y mujer, intrínsecamente referida la una a la otra-, su aparato sensorial, su duración, y todas las determinaciones que encontramos en lo humano.
Esa estructura es estable, pero no permanente; puede cambiar por diversas causas, y una de ellas es la técnica, que es elemento esencial de ella, y que altera el repertorio de sus posibilidades de percepción, desplazamiento, acción, previsión, etcétera.
En nuestro tiempo, esta variación ha sido enorme y ha afectado increíblemente a esa estructura que llamamos el hombre. Piénsese en la dilatación de horizonte perceptivo, en el incremento del poder, en el desarrollo de la genética, la disociación entre la sexualidad y la reproducción, de tan decisivas consecuencias.
Lo más universal e importante ha sido la dilatación de la duración de la vida. En casi toda la historia conocida, los sesenta años eran la vejez, seguida pronto por la muerte. Hasta hace poco, los setenta eran el límite "normal". Este siglo XX que termina ha añadido al horizonte vital acaso quince años de vida, con añadidura de un frecuente buen estado de conservación. Este es un hecho inmenso, que afecta por lo menos a los pueblos de cultura occidental y de extraordinarias consecuencias. Se están estudiando en sus aspectos demográficos, económicos, políticos. Pero hay otro más íntimo y de mayor gravedad, sobre el que quiero detenerme.
El hombre actual se encuentra con una edad nueva, que antes no existía, con la que no contaba, y no tiene un proyecto "para ello": Las edades se corresponden con los proyectos normales, vigentes, y en eso consiste la articulación de la vida biográfica. La ausencia de proyecto para lo que es una edad, comparable por su duración a las tradicionales -infancia, juventud, madurez- y con un rasgo de alcance decisivo; ser la última, de singular interés a la cuestión. ¿Cómo puede ser la vida en esa edad que ha irrumpido en nuestro horizonte de un modo gradual pero acelerado, en un breve plazo? ¿Cómo va a afectarla el hecho, independiente pero conexo, de la alteración de la familia, su creciente inestabilidad, la disminución de los hijos y demás descendientes?
Por ahora, domina una visión inerte de la variación que ya ha acontecido. No se repara en ella desde esta perspectiva, se persiste en la visión de las cosas que era cierta hasta hace unos decenios. Se está dibujando una figura de vida definida por la pasividad, la perpetuación de los proyectos "anteriores", sin imaginación ni intervención; un aterrador panorama de monotonía y aburrimiento. ¿Se puede aceptar esto para una parte sustancial de la biografía, digamos quince interminables años?
Los esquemas de las edades vienen de una larguísima tradición, de interpretaciones desde cada una de ellas, de una serie de pensamientos sobre ellas, desde la más remota antigüedad hasta nuestros días. Se sabía, más o menos, lo que era cada edad, lo que exigía y permitía lo que se esperaba de ella. Había "papeles" esquemáticos asignados a su sucesión. Esto va a faltar al entrar en el siglo XXI. Es de temer algo inquietante: la "desorientación biográfica" de una generación y las que sigan.
¿Se percibe siquiera este tremendo problema? Es urgente, una vez más, pensar sobre ello. La cuestión es compleja, y temo que la mente contemporánea no esté preparada para esta empresa. En los últimos tiempos, la atención de los "expertos" se ha desplazado hacia otro tipo de cuestiones, con evidente abandono de las que en este momento me preocupan. La "despersonalización" que ha invadido casi todo en los últimos decenios ha ocultado el ámbito en que este problema aparece y donde acaso podría tener solución.
Las diferencias concretas dentro de la humanidad actual son enormes. Adelantaré la principal; la que existe entre el hombre y la mujer. Ambos son igualmente personas; pero persona masculina y persona femenina. Los supuestos, los requisitos, las soluciones, difieren de modo esencial. Es menester un análisis que tenga tan presente lo común -la condición personal- como las radicales diferencias, que precisamente afecta a los proyectos, a la configuración de la vida, y a la posibilidad de algo tan importante y delicado como la felicidad.
Otra diferencia esencial es la de los tipos de vida. Las personas habituadas, por vocación o profesión, a pensar sobre ella, a considerarla, imaginarla, proyectarla, la propia y las ajenas, novelistas, poetas, artistas en general, filósofos o psicólogos, médicos, políticos, maestros y profesores, están más preparados para albergar, mediante modificaciones de su proyecto existente, el que podrá convenir a la nueva edad. Pero pienso, por la universalidad del cambio, en la inmensa mayoría, en el hombre normal que vive sin particular atención a las formas y contenidos de la vida, en una actitud ingenua.
Me pregunto cuál puede ser lo que podríamos llamar la "adaptación" a esa edad con la que se encuentra. Es sin duda un don precioso, acaso el más alto y valioso que se pueda recibir. Pero cargado de interrogantes, de vagas amenazas, de riesgos que pueden malograr ese plus de vida, maravilloso si se lo posee y administra con inteligencia, pero que puede convertirse en una pesada carga, en una fase final tediosa y mecánica. Vale la pena pensar sobre ello, intentar anticipar los perfiles de la situación en que ya estamos, indagar las posibles soluciones, si las hay. Por lo pronto, caer en la cuenta de lo que nos va en ello, ver que la fase final de nuestras vidas, esa dádiva maravillosa que nos es ofrecida, podría ser sustancialmente feliz, acaso la clave de nuestra posible perfección, o un triste y monótono crepúsculo amenazado por el aburrimiento.
No se me oculta la dificultad de plantear y acometer esa indagación. Creo que poseemos los recursos para hacerlo. Sabemos -pienso que por primera vez en la Historia- lo que es "vida humana"; se está poniendo en claro, más que nunca en el pretérito, la significación de la palabra "persona". Me acomete una duda: ¿lo sabemos? ¿No es más cierto que el mundo intelectual lleva unos cuantos decenios volviendo la espalda a esos saberes? En todo caso, están ahí, a nuestro alcance. Si no recurrimos a ellos para plantear esta cuestión capital seremos dignos de ese aburrimiento que nos amenaza junto a la más ilusionante promesa: seguir viviendo humanamente en la última etapa del camino y tratar de entenderla.
Del director
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