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El lado soleado de la vida
En gran parte del mundo, y muy especialmente en el que nos pertenece como propio, salvo en circunstancias particularmente opresivas, la porción mayor de la realidad es lo que se llamó, con hermosa expresión poética, "el lado soleado de la vida". Hay, evidentemente, otro lado sombrío, pero su proporción es incomparablemente menor. Recuerdo que Ortega decía que normalmente "la vida es en su gran cuenca feliz". Por eso el hombre prefiere en principio ser feliz. Y si se hacen bien las cuentas y se es veraz, se encuentra que incluso en condiciones difíciles, en épocas de dureza, se ha sentido frecuente placer, ilusión, entusiasmo. En esta encrucijada de dos siglos, en el mundo occidental, las circunstancias objetivas son especialmente favorables. Sería difícil hallar otra época en que la realidad haya sido más próspera, segura, con mayores posibilidades. Y, sin embargo, no es esa la impresión dominante entre nuestros contemporáneos. Hay una quejumbre generalizada, a la vez que se disfruta de una abundancia que nunca había existido, de una técnica superior, no ya a la existencia en cualquier otro tiempo, sino a los deseos de la humanidad hasta ahora.
Cada fin de semana, no digamos con ocasión de cualquier "puente", millones y millones de europeos, americanos y habitantes de otros lugares ocupan todos los medios de comunicación, especialmente los propios, y todos los públicos disponibles, y se lanzan a las carreteras, los trenes, los aviones, los buques, hacia destinos placenteros, con el propósito de gozar de lo que hasta ahora había sido patrimonio de exiguas minorías y ahora está al alcance de las mayorías. Y no se trata sólo de "ir" a lugares remotos, sino de gozar de ellos con recursos inimaginables.
El hombre medio de nuestro tiempo posee un número de cosas valiosas, costosas, antes inaccesible, hasta el punto de que se convierten en problema. Las facilidades para la vida, la salud habitual, las posibilidades de repararla, han experimentado un incremento fabuloso. El acceso a lo más estimable y placentero, desde lo más elemental hasta los espectáculos, las obras de arte, las diversas formas de cultura, no tiene comparación en el pasado.
Si esto es así, ¿por qué falta la conciencia de ello, por qué no se tiene la impresión de vivir en el lado soleado de la vida, sino más bien cerca de las tinieblas? ¿No será que se tiene una imagen falsa de la configuración de la realidad? ¿De qué se habla? ¿Qué se presenta ante nuestros ojos y oídos?
Se comentan interminablemente los aspectos tétricos, lamentables, bochornosos, monstruosos que "también" se dan en nuestro mundo. La ración de horrores, crímenes, violencias, vilezas, mentiras, es considerable. Pero ¿cuál es su volumen real, qué representa al lado de lo positivo, normal, vividero, estimulante, "soleado"? Cuéntense las páginas que los periódicos dedican invariablemente a lo indeseable, repugnante, odioso, mientras queda desatendido, justamente en la sombra, todo lo luminoso. Hágase el censo de las figuras que se podrían presentar como admirables por cualquier motivo, compárese con la interminable lista de las que provocan decepción, desvío, vergüenza de la condición humana.
Una experiencia cotidiana es activar los diversos canales de la televisión. Con alguna excepción insegura, se oyen golpes violentos, disparos, explosiones y coches o edificios que aparecen envueltos en llamas. La inevitable ración de violencia. Cuando el estruendo se apaga, se oyen las palabras; por lo general, gritos más o menos articulados. Cuando se distinguen las palabras, y se puede "entender" algo, se perciben casi siempre los registros ínfimos del lenguaje, aquello que hace no mucho tiempo rara vez se oía y nunca se leía. Hay que decir que así no se habla en la realidad, salvo excepcionalmente, en medios en que no se circula, pero la presencia de los medios de comunicación en la televisión y el cine, finge un nivel enteramente artificial y falso, que opera por contagio y termina por pasar por verdadero para aquellos que se nutren de esos productos. Programas enteros, "debates", películas crean un lenguaje irreal, repelente, que tiende a desplazar la elocución normal en nuestra lengua.
Esa ficción anula la verdadera instalación lingüística, la suplanta por una corrupción que logra éxito por el poder cuantitativo de la publicidad y su repetición incansable. La dificultad de restablecer el uso auténtico es considerable, porque en algunos "géneros" la degradación es abrumadora. La consecuencia de todo esto, a lo que no se suele dar importancia, es devastadora. Se produce, en zonas significativas de la sociedad, una "instalación" en niveles de violencia, desmoralización, ignorancia, que en su volumen real son desdeñables, pero reciben el impulso y hasta el "prestigio" de lo que repugna a la inmensa mayoría. La reiteración es la gran fuerza; a fuerza de ver y oír a diario, con la eficacia de la palabra, la imagen, la presencia humana, la voz, el gesto, todo eso adquiere una realidad ficticia que no le pertenece. No creo que todo eso sea azaroso, improvisado y espontáneo. Para unos, es la esperanza del éxito fácil, de lo que se presenta como "actual". Para otros responde a un propósito definido y cuidadosamente preparado, a una manipulación de la realidad en una dirección determinada.
Me preocupa la atención que se dedica a lo indeseable y que por sí mismo merece muy poca. Cada vez que se produce un crimen repugnante, se lo presenta, comenta interminablemente, y con lujo de detalles, que pueden ser "condenatorios" pero que se convierten en inmensa propaganda.
Algo semejante sucede con la mentira deliberada y sistemática, que puede ser el nervio de la táctica política. A los profesionales de ella no tiene sentido hablarles, ni apenas hablar de ellos. Una escueta mención, con las concisas razones que invalidan la mentira, sería suficiente.
¿Para qué enfrascarse en discusiones con los que por supuesto no creen lo que dicen, porque acaban de forjarlo, ni se van a convencer ni por las razones más evidentes?
Habría que poner al lado de ese derroche vano de palabras el obstinado y compacto silencio que se guarda respecto a personas y asuntos de los que nunca se habla, a veces durante años y por medios de comunicación cuyo deber sería informar acerca de la realidad. De estos silencios culpables, que significan la inversión del deber informativo, nunca se habla, se los envuelve en otro silencio, para que su eficacia sea mayor.
No creo que fuese muy difícil disminuir las sombras de este mundo, que "tiene sus noches, y no pocas", como decía San Bernardo, y dilatar el lado soleado de la vida, de manera que sea fecundo y estimulante residir en él.
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