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Por exceso
Me encuentro sumido en una dificultad inesperada, y que a primera vista parece improbable. Estoy meditando un posible curso de conferencias, de los que suelo dar hace muchos años y que duran algunos meses. Por extraño que parezca, reúnen semanalmente a grupos muy grandes de oyentes, que se mueven entre los trescientos y los quinientos. Algunas series se han perpetuado durante veinte años, otras datan solamente de una docena. Hay que añadir que tales cursos no conducen a nada, no tienen ningún valor académico. La asistencia es individual y absolutamente espontánea. Un dato significativo más: solían ser cursos para "adultos"; en los últimos años, la asistencia de jóvenes ha aumentado notablemente. Es un menudo hecho sin importancia, del que apenas tienen noticia más que sus participantes reales. Pero creo que vale la pena mencionarlo por lo que tiene de indicio de lo que es la realidad de la sociedad española, sobre la cual circulan nociones que parecen excluir esa posibilidad.
Pues bien, como pienso en los asuntos de tales cursos con alguna reflexión previa, esto requiere alguna anticipación. No estoy seguro de que pueda realizarse el que me tienta en este momento, pero estoy tratando de imaginarlo. Se trataría de presentar una serie de vidas que han acontecido en España a lo largo de su historia, es decir, en unos veinte siglos. Tendrían que ser suficientemente conocidas, de manera que fuese posible mostrarlas en su condición individual y en su contexto social e histórico; esto es, en alguna medida "públicas", por sus actos personales o por su significación y consecuencias. Deberían ser "ejemplares" por su relieve y alcance, y a la vez por expresar formas muy diversas de instalación en España, en esa variable continuidad que así llamamos, en épocas extremadamente diversas, articuladas todas ellas en las unidades históricas más amplias en que España ha ido existiendo, dentro de las cuales se ha ido realizando, transformándose, en una melodía dramática, siempre innovadora.
Las condiciones exigibles inducen al desánimo. ¿Cómo encontrar algunas decenas de vidas humanas representativas, de suficiente "visibilidad" para ser inteligibles, de cierto atractivo, de calidad y valor que justifique su inclusión?
El primer intento de esbozar una lista de tales vidas me ha conducido a un estado de perplejidad. Han desfilado por mi memoria, combinada con mi imaginación, algunas "pretensiones" que podrían tener cambios en el curso. Se pensará que se han acabado bien pronto, que se han agotado apenas ensayadas. La realidad ha sido exactamente la contraria: al llamar a algunas figuras notables, otros nombres se han agolpado en tropel. Tan pronto como he evocado a una persona perteneciente a cierto grupo histórico o humano, ha suscitado otras que algo tienen que ver con ella, que muestran análogos motivos para aparecer allí.
Apenas iniciada una posible lista, su magnitud ha rebasado toda posibilidad. Más que la colección, lo que se impone desde luego es la selección. En lugar de una penuria de posibilidades, se tropieza con la dolorosa necesidad de las renuncias.
Lo cual obliga, no sólo a eliminar una riqueza inesperada y que se imponía impetuosamente por sí misma, por su mera presencia en la imaginación, sino a algo más problemático: la necesidad de criterios justificativos, que no se contenten con la calidad o el valor o la importancia, sino que respondan a significaciones precisas, que descubran dimensiones coherentes dentro de su variedad, que dibujen un "argumento". Quiero decir, un conjunto de argumentos que revelen ese extraño y misterioso parentesco que en un "pueblo", por debajo de las múltiples posibilidades étnicas, lingüísticas, geográficas, históricas, religiosas; a través de las fases de prosperidad o postración, de buena o mala suerte, de acierto o error, de autenticidad o falsificación, de plenitud o realidad deficiente.
El problema con el que he tropezado es la riqueza, el exceso, la superabundancia. Se temía la dificultad de las "habas contadas", y las habas parecen amenazadoramente incontables. ¿Cómo es esto posible? Se repite incansablemente que España ha sido y es un país "menor", reducido, limitado; para decirlo con una sola palabra, pobre. Las imágenes del yermo, el páramo, el desierto, acuden a todas las mentes, a casi todo lo que escriben sobre nuestro país. ¿No será que estas voces responden más bien a sus contenidos, a su información, a su imaginación, acaso a sus ocultos deseos?
Lo que más sorprende en esa lista inexistente, que lucha por formarse, justificarse, limitarse, imponerse, es el enérgico relieve de esas vidas. Una tras otra parecen insustituibles; si renuncia a una, parece que la serie sangra por esa herida y pide sustitución. Las vidas que habría que considerar y mostrar son inconfundibles. ¿Es esto "normal"? ¿Acontece en cualquier pueblo de la historia? ¿No será un carácter frecuente, si no permanente, en España la "intensidad"? Quiero decir la intensidad vital, por debajo de las realizaciones, de los logros, de los primores.
Y si se va más allá de la biografía individual, de lo que se puede "contar" de cada uno y se mira a la acción, a las consecuencias, a lo que ha brotado de cada una de esas vidas o de sus varios conjuntos, sorprende otra forma de riqueza. Habría que hacer un experimento mental, rara vez intentado. Eliminar de la realidad de unos cuantos siglos de historia, y del presente, lo que no existiría o sería diferente sin la acción de -una u otras- de esas vidas enumeradas.
Este experimento imaginario es lo que mejor describe la realidad de los diferentes pueblos de los que tenemos noticia. Y es lo que pone de manifiesto sus enormes diferencias. La evidencia de esto se impone de manera absoluta tan pronto como se pronuncian los nombres de Grecia y Roma. No son los únicos, en diversos grados; pero no son ciertamente todos, ni hay homogeneidad entre ellos. No se trata de razas, ni de condiciones genéticas, ni solamente del azar. La realidad humana es muy compleja, lo más complejo que conocemos. Aceptamos que el átomo sea complejísimo y el organismo, y cada uno de sus minúsculos ingredientes. Sólo se obstina el hombre actual en simplificar lo humano, en exigir que sea algo simplicísimo y elemental.
Por eso es maravillosa la historia de la humanidad, precisamente por ser obra de la inseguridad y la libertad. Por eso, si se fija la mirada en uno de los grandes pueblos creadores se encuentra uno desbordado por la riqueza imprevisible.
Si llego a componer esa lista de vidas y a realizar ese curso, el otoño próximo se podrá ver el resultado.
Del director
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