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Espacios confinados
Se está produciendo en España una tendencia al angostamiento, a la estrechez del horizonte, lo cual entraña graves peligros inmediatos, y otros mayores aún a la larga. Hay factores colectivos que impulsan en esa dirección. La televisión, cuyo influjo es enorme, ha llegado a un grado de decadencia difícilmente superable. Si se salvan contadísimas excepciones, su contenido se compone de tres partes comparables: crónica de desastre, fútbol y anuncios. Los desastres acontecen y hay que dar cuenta de ellos; pero ¿de todos, por reducida que sea su importancia o remoto el lugar en que ocurran? Y, sobre todo, en el mundo pasan muchas más cosas, de las que no se habla, o excepcionalmente y de pasada. El fútbol, evidentemente, interesa a muchos, y en casi todo el mundo; pero la atención que se le dedica es manifiestamente anormal y patológica, incomparable con ninguna otra. La publicidad es una fuente capital de ingresos, y es inevitable, pero está fuera de toda proporción. Añádase a esto que, aparte de lo cuantitativo, el contenido de una porción decisiva de lo que la televisión muestra es inaceptable, por debajo del nivel exigido en toda convivencia civilizada. Es imposible evitar la vergüenza ante innumerables programas, que han sido planeados y realizados por empresas que pueden ser oficiales.
Pero no es esto sólo. Hay formas de comunicación menos "institucionales", no sólo por ser en amplia medida privadas, sino porque responden a acciones individuales. Tal sucede con la prensa, cuya autoría es en gran parte conocida y nominal. Una ojeada a los periódicos de cualquier día muestra que se ocupan con abrumadora preferencia de lo que han hecho o dicho algunas personas que están por debajo, no ya de todo interés, sino del más elemental decoro. ¿Es menester hacerlo constar? Bastaría, en todo caso, una mención escueta, que señalase los "hechos" sin más insistencia ni comentario. Sucede rigurosamente lo contrario: tan pronto como un señor emite una de sus cotidianas mentiras, evidentes y comprobables, media docena de comentaristas la repiten, difunden, glosan o, en el mejor de los casos, critican. Con ello aseguran su difusión, hacen que se enteren de ella los que normalmente la habrían ignorado. Nuestra atención se concentra sobre lo que es absolutamente indigno de ello. Le dan una eficacia que nunca hubiera tenido. ¿Con alguna utilidad? En modo alguno: no significa un punto de vista nuevo, un argumento que se pueda tener en cuenta. Se trata de una monótona repetición de algo ya dicho cien veces; de notoria falsedad y que no añade ninguna visión nueva: es simplemente actuar de caja de resonancia de algo desdeñable, lo que se le presta una ocasión de "ser dicho" una vez más.
Cuando se dice o se publica, si tiene alguna novedad, si representa al menos otro punto de vista, se experimenta una dilatación. La práctica habitual significa lo contrario: la formación de espacios confinados, la repetición de las desfiguraciones de la realidad, la difusión y perpetuación de la mentira.
Es la forma más eficaz de suplantación de la verdad, de puesta en circulación de lo que va privando de las libertades, lo que las oscurece.
Sería apasionante comparar la difusión de la verdad y la mentira en diferentes épocas. Habría que medir la difusión que unas y otras alcanzaban hace unos años -o unos meses- y cuál es la situación en cada momento. Un análisis de la prensa, la radio y la televisión sería de capital importancia. Y habría que preguntarse por las causas de esos cambios.
Estamos asistiendo a variaciones cuyas causas no son muy claras, que en ocasiones parecen ir en dirección opuesta de cambios que parecen más importantes. Hace unos años dirigí un curso de conferencias titulado "La decadencia evitable". Me parecía evidente el descenso de calidad, veracidad, libertad, de periódicos, revistas, editoriales, sin que esto correspondiera a los cambios más importantes y notorios. Publicaciones que han sido excelentes durante muchos decenios, se convierten, sin causa justificada, en algo deleznable, con renuncia a la calidad, la veracidad, el fomento de la libertad. Tal vez se trata de mínimas variaciones en el equipo rector; acaso de un cambio de la propiedad, que casi nadie advierte. Tal vez ha germinado un nuevo proyecto, lo que se busca es "otra cosa" no lo que ha sido valiosamente durante muchos años, acaso más de un siglo.
En los últimos años he renunciado a publicaciones que me habían acompañado a lo largo de casi toda mi vida. Son pocos los que se han dado cuenta de la variación; si acaso, cuando ha sido ya consumada y no hay posibilidad de volver atrás.
Es el grande y eficaz descubrimiento de Hitler -y de otros-: el de los "hechos consumados". Se cuenta con la dificultad y lentitud de percepción de los cambios. Cuando se cae en la cuenta, ya no hay remedio.
De este modo se va angostando lo que podríamos llamar el "espacio biográfico" del cual depende casi todo en la vida. El único medio de escapar a esos espacios confinados es advertirlos antes de que se cierren y nos encierren. El criterio decisivo es la veracidad. Pero ésta se denuncia en un sincero "desinterés", en la holgura de lo que se dice. Y, por supuesto, en la autenticidad: cuando alguien dice lo que está viendo y pensando, es justo creerlo. Cuando se ve que está recitando una lección aprendida, hay que desconfiar.
Por eso, el indicio inequívoco es la repetición. Cuando alguien dice siempre lo mismo no nos lleva a ninguna parte, no nos descubre nada nuevo. Pretende adoctrinarnos, llevarnos a un redil en el que quiere confinarnos.
No es difícil descubrir esas tácticas, bastante burdas por lo demás. La mejor defensa es lo que podríamos llamar el estado de alerta. No sólo para estos menesteres, sino como norma de conducta en la vida. Conviene partir de situaciones modestas y concretas y desde ellas elevarse a las más complejas y levantadas. Si evitamos caer en estas pequeñas trampas, tal vez logremos salvar la libertad, de la cual decía Cervantes que es lo más precioso de la vida.
Y creo que no podía tener más razón.
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