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Hacia la historia de España

Personalmente, he empezado por lo particular y concreto. Lo primero que he escrito sobre la realidad colectiva española ha consistido en dos largas series de artículos escritos en 1964 -conviene tener presente este hecho- publicadas en 1965 en dos libros: Nuestra Andalucía y Consideración de Cataluña. Ambos tuvieron varias ediciones de amplia difusión. Desde 1951 escribí mucho sobre Hispanoamérica, a lo largo de constantes viajes por el Nuevo Continente y las múltiples reflexiones que me sugirieron. Ese mismo año descubrí los Estados Unidos, y comenzaron mis residencias, largas y también muchas breves en ese país. A las varias ediciones de Hispanoamérica se añadieron dos libros más: Los Estados Unidos en escorzo (1956) y Análisis de los Estados Unidos (1968).

Todo esto había sido vivido y escrito desde mi condición de español, desde esa instalación, sobre la cual no recaía directamente la reflexión intelectual. La América hispanizada, resultado del injerto español que modificó lo americano sin que dejara de serlo. "Las Españas" antes que "España", que aparecía sólo como una de ellas. Por otra parte, algo tan diferente como los Estados Unidos, resultado del trasplante, en el Norte del Continente, de sociedades europeas para fundar otras también europeas en suelo americano, en este territorio. La realidad española de la que yo partía me permitió ver, admirar, comprender esta otra tan diferente.

Como se ve, la historia española como tal ha tardado mucho en convertirse en centro de atención. Primero en 1963, en el estudio de un capítulo particularmente dramático -y claro- de ella: La España posible en tiempo de Carlos III. Esto me llevó a completar reflexiones sobre figuras singulares, reveladoras (Los Españoles, 1960), algunas muy reveladoras del siglo XVIII (Feijoo, Jovellanos, Cadalso, Moratín). La necesidad de una visión total, argumental, en suma, histórica, se impuso tras este largo recorrido.

El resultado fue un libro relativamente breve -que se puede leer y retener-, acaso el que más me alegro de haber escrito: España inteligible. Lleva un subtítulo: Razón histórica de las Españas, porque desde 1500 son inexcusables e inseparables.

El título era "polémico" en el único sentido aceptable de esta palabra: el examen de "errores arraigados", como decía Feijoo, que se desvanecen mediante la consideración de la realidad. Se ha dicho repetidamente de España que es un país conflictivo, inestable, violento, invertebrado, incomprensible. Pensé que esto se debía a un error de perspectiva: a no ver cómo ha sido y es; a proyectar sobre él imágenes inadecuadas, trasladadas de otros países de distinto origen, formación, proyecto, argumento. España parecía "rara" y escasamente comprensible porque no se reparaba en su realidad. Un pez extraño porque no era un pez, sino un pájaro. Visto así, sorprendentemente inteligible.

El libro, creo, da lo que el título promete. Ha tenido diez ediciones en español (otra en inglés y otra en japonés), lo que me satisface. No ha sido muy comentado. Hay cierta resistencia a contar con él, a usarlo como instrumento de conocimiento, de aclaración de bastantes cosas. Esto, sin duda, ha disminuido su posible eficacia para que los que se ocupan de España -y ante todo los españoles- estén en claro sobre sí mismos y a salvo de las falsedades que los acechan.

Ante todo, la ignorancia, que es la peor de todas, porque hace posibles todas las demás. Un conocimiento mínimo de la realidad reduciría al ridículo el noventa por ciento de las cosas que se dicen y escriben. Se dirá que también se habían dicho otras igualmente risibles durante varios decenios; pero no tenían prestigio, sino lo contrario, y las que prevalecían en la estimación eran razonables y en conjunto verdaderas. Convendría repasar el ingente progreso del conocimiento de la historia en los últimos cuarenta años; respecto al siglo XVIII y los dos más cercanos, espectacular, obra de un grupo de historiadores españoles, secundados por algunos extranjeros, a los que ahora se intenta desprestigiar, en una exhibición penosa de un cúmulo de bajas pasiones, presididas por la envidia, amarilla, como decía Quevedo porque muerde y no come.

Se habla ahora de "nacionalismo español", algo inexistente. El nacionalismo es exclusivista, negativo, hostil, reductor; la visión que los españoles han tenido de su país ha sido usualmente lo contrario. Los grandes defensores y propagadores de la "leyenda negra", aceptada y aplicada con entusiasmo, desmontada dificultosamente por algunas mentes claras y veraces, ayudadas por extranjeros de análogas cualidades. Hay algo evidente: los nacionalismos dependen de una deformación de la realidad, de un empobrecimiento de ella. La atención se concentra sobre una porción de la realidad, más allá de la cual nada interesa, salvo para la comparación, exclusión y hostilidad. En su núcleo último, alteraciones patológicas de la atención y de la percepción.

Esas actitudes han sido el germen de la discordia en los dos últimos siglos, y las guerras más atroces y menos justificadas han tenido ese origen. Los nacionalismos han sido una enfermedad de algunas naciones, de la cual otras se han librado en alguna medida. Pero como se trata de una actitud anormal, de una alteración de la visión de lo real, pueden generalizarse. He citado con admiración la frase de Capmany en 1773, "Europa es una escuela general de civilización", la idea de Sempere y Guarinos de la conveniencia de omitir toda referencia regional a los escritores, para retener su condición común, el "patriotismo europeo" y del siglo que alentaba en las mejores mentes.

En nuestro tiempo se ha producido otro nacionalismo: el de lo que no son naciones ni lo han sido nunca -incluso porque en las épocas en que se las supone no las había-, sino otras formas de realidad social e histórica que podían ser tan importantes como la Hélade o el Imperio Romano o el Califato, pero que a los ojos de los "nacionalistas" eran inferiores.

Hoy Europa está en gran parte atomizada, enfrentada, envenenada, ensangrentada, en nombre de porciones de humanidad que son -que podrían ser- tan dignas y valiosas como las demás, si aceptasen eso que son y no pretendiesen ser, en una actitud patológica, que envuelve la no aceptación de su realidad, la suplantación por algo que por eso es intrínsecamente estéril.

Cada persona, cada individuo y cada grupo social, si quiere "ser" y no fingirse, tiene que descubrir y aceptar su verdadera condición y realizarla con la perfección posible. Y he escrito cada "persona" porque esta exigencia afecta a los individuos en sus dos versiones, recíprocas e inseparables: varón y mujer.

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