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El sentimiento de la vida
Se está difundiendo un juego extremadamente peligroso, al cual se dedican, con diversos grados de conciencia, claridad e interés, demasiadas personas: la decisión de decir que todo les parece mal. No hay aspecto de la vida, público o privado, de gran volumen o de alcance limitado, que no encuentre la repulsa, la crítica previa y abstracta, sin argumentos ni razones, incluso, cuando se trata de algo inobjetable, un gesto adusto, de desagrado o despego.
Hojéese un periódico, y se encontrarán matices de esto, sin excepción notable. Oprímanse los botones de la televisión y se comprobará lo mismo, ahora con fuertes diferencias de grado, pero sin escapar a la tónica general. Otro tanto puede decirse de la radio y de las manifestaciones de coloquio, debate o discusión.
Me pregunto, ante todo, cuáles son las causas de este fenómeno, que ante cualquier examen parece extraño y no fácilmente explicable. El fondo último es la propensión al "negativismo", lo que podríamos llamar la "afición al descontento", la creencia de que encontrar mal las cosas es señal de inteligencia y agudeza, la evitación de la temida "ingenuidad". Creo que el negativismo es una de las actitudes menos inteligentes y más dañinas, a la cual se debe que se frustren y malogren tantos intentos de hacer las cosas bien, de vivir mejor, de acertar.
Pero hay factores menos generales, más inmediatos, que explican que prosperen esas actitudes. El afán de notoriedad es uno de ellos. Son muchos los que tienen muy escasa personalidad, a los que no se les ocurre nada interesante y que valga la pena; en política esto es frecuente. Se leen y oyen declaraciones en las que no asoma ni una idea, ni un proyecto, ni una visión propia de ninguna cuestión. ¿Cómo hacerse notar? Ya que no "existir", parecer que se existe. El único recurso de "discrepar" de todo y en abstracto, decir "no" por principio, aun en los casos en que no se puede hacer u opinar otra cosa. Hay grupos que se pasan el día espiando inquietamente todo lo que se hace, dice, propone o simplemente acontece, para decir invariablemente que está mal.
¿Lo está? Es posible, pero ello no cuenta, y desaparece la importante función de vigilancia y crítica, sin la cual no funciona bien un país. Esto da una terrible monotonía a la vida pública, obliga a desentenderse de una gran porción de lo que parece su contenido, porque ya se conoce, se cuenta con ello, no se espera nada. Incluso cuando las cosas son obvias, cuando algo está tan evidentemente bien que no es posible discrepar, por ejemplo cuando se ha experimentado en poco tiempo una espectacular y casi increíble mejoría, lo que podría ser aprobación o elogio se enmascara con diversos artificios: "no basta", "hay deficiencias", "hay que seguir adelante"; primero, el gesto adusto, luego, la concesión de que algo está mucho mejor, acaso con sorpresa.
Con esto se pretende lograr prestigio, atención, estimación, posibles ventajas en el futuro. Creo que es un cálculo erróneo, porque esas conductas provocan desinterés, tedio, la propensión a "no contar con ellas". Cuando se sabe ya lo que se va a decir, y que no es verdad ni aporta nada nuevo, lo normal es no atender, volver la espalda.
He hablado de aspectos que tienen algo que ver con la política, porque son los más notorios y fáciles de filiar; pero no son los únicos. Se dice a cada paso que la vida cotidiana, su funcionamiento, sus posibilidades, están en un estado lamentable. Se habla todo el tiempo de la pobreza -que existe, pero incomparablemente menos que en cualquier otra época-, y no se tiene en cuenta el ni soñado nivel de vida de las mayorías, el repertorio de sus posesiones y posibilidades, el hecho de que cualquier fin de semana -no digamos "puente"- millones y millones de personas, en sus coches propios o en los medios públicos de comunicación se disparen hacia todos los destinos posibles, próximos o remotos. Para descansar, gozar y, por supuesto, gastar la riqueza que, según se dice, no tienen.
He hablado recientemente con algunos extranjeros, buenos conocedores de España en otros tiempos, lejanos y relativamente próximos, y he percibido el alegre asombro al comprobar el estado de nuestro país; alegre, porque lo perciben, comprueban y les complace.
Naturalmente, esto se refleja en el sentimiento real de la vida, en cómo se sienten los interesados cuando se miran a sí mismos y se palpan, cuando no dejan que les amarguen lo que la vida puede tener de dulce, o al menos de llevadera. La inmensa mayoría, en medio de dificultades inexorables, de limitaciones y hasta miserias de la condición humana, tienen razonable satisfacción, esperanza, bienestar; y, sobre todo, una definitiva impresión de "mejoría", de vida ascendente. ¿A qué fecha anterior, próxima o lejana, querrían volver?
Y todavía hay algo más. No se me oculta, y lo he comentado muchas veces, que la cultura europea, tal vez el conjunto de la occidental, no está en un buen momento. Hablo desde hace años de la "decadencia evitable" que nos amenaza, y mi esperanza de que sea evitable se debilita en muchos momentos. Me duele profundamente el descenso de editoriales, revistas, periódicos que han sido ilustres; de Universidades que han sido superiores a lo que hoy son; me preocupa indeciblemente la escasez del "relevo" de los equipos superiores que van envejeciendo o desaparecen por la muerte. Hace poco propuse para un premio internacional importante a dos intelectuales nacidos en 1900 y 1908, porque no era fácil encontrar equivalente de mayor juventud.
Pues bien, si se mira con algún conocimiento la situación cultural española, especialmente en lo que se refiere al pensamiento en muy varias disciplinas, la impresión es alentadora. Dejando de lado el estado inquietante de muchas instituciones, sobre todo en la medida en que padecen interferencias con otras dimensiones, sociales o políticas, si se atiende a lo estrictamente intelectual, la situación no es precisamente de decadencia. Se han publicado, se siguen publicando, bastantes libros rigurosos, creadores, científicamente valiosos, literariamente no inferiores, en ocasiones espléndidos. El conocimiento de algunas disciplinas se ha intensificado en los últimos años.
Esto no consta en la medida que sería justo; de estos autores y libros no se habla adecuadamente, o no se habla sin más; se airean otras cosas que merecerían un silencio piadoso; pero están ahí, hacen su efecto callado, se traban en una estructura intelectual que permite la esperanza.
España está en una fase de incremento en casi todo: libertad, concordia, dilatación de las posibilidades, posesión de una cultura que está entre las más creadoras de este tiempo difícil. Tiene problemas agudos y algunos bien tristes. Lo razonable es acotarlos, reducirlos al mínimo, superarlos apoyándose es todas las excelencias de la realidad. Afirmar la voluntad de seguir avanzando hacia lo mejor, hacia la siempre inasequible perfección. Los obstinados en hacer lo contrario no conseguirán más que desinterés e indiferencia, su eliminación efectiva de lo que puede y debería ser un factor más de integración en una empresa atractiva.
Del director
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